II
Domingo de Adviento, Ciclo B.
El
Evangelio, la Palabra de la esperanza
Este
segundo domingo de Adviento proclama la esperanza mesiánica cristiana de la
mano de dos grandes figuras, Isaías y Juan Bautista. La Palabra de Dios hace
una urgente llamada a la conversión y transmite un impulso espiritual orientado
a apresurar el día de un cielo nuevo y una tierra nueva en los que habite la
justicia, es decir, el día del Señor (Is 40,1-11; 2
Pe 3,8-14; Mc 1,1-8). Hacia ese día apunta el Evangelio de Marcos, que leeremos
este año litúrgico, pero su punto de mira se concentra siempre en Jesús y así
lo proclama en su solemne versículo inicial como mensaje fundamental de toda su
obra: “Principio del Evangelio de Jesús, Mesías, Hijo de Dios”.
El
enfoque de Marcos posiblemente se inspira en el ambiente pagano que circunda a
la comunidad cristiana, en el que se presenta al emperador y al imperio romano
con categorías de evangelio y evangelizar.
La buena noticia era todo lo relacionado con el emperador, su
cumpleaños, el aniversario de su subida al trono, sus gestas. El imperio y su
fuerza eran buena noticia, porque traían salvación y seguridad. En
este ambiente se educaron algunos de los miembros de la comunidad cristiana
primitiva y estas ideas influían, impidiéndoles comprender adecuadamente el
mensaje cristiano. Concebían la obra de Jesús como una réplica de la obra del
emperador y del imperio. De aquí su cristología triunfalista. Marcos, sin
embargo, reacciona contra esta visión y para ello se sirve del concepto evangelio, que
emplea la predicación apostólica, inspirada en el Antiguo Testamento. Tal como
Pablo y Marcos nos lo han transmitido, nosotros sabemos que ninguna de las
buenas noticias del mundo es comparable con la excepcional, paradójica y
sorprendente Buena Noticia por antonomasia, la de Jesús, Mesías e Hijo de Dios,
revelado como tal por su muerte y resurrección. Y esa singularidad es la que
refleja Marcos al presentar la persona y la actividad de Jesús con su muerte y
resurrección con el término Evangelio. Ésta es una de las grandes
temáticas del V Congreso Americano Misionero a celebrar el próximo mes de Julio
de 2018 en Santa Cruz de la Sierra.
La
figura de Juan Bautista es el precursor del Mesías y de este Evangelio. Juan
Bautista es el precursor del Mesías. De Juan podemos destacar su figura y su
discurso, pero lo esencial de su mensaje es la llamada a la conversión y el
anuncio del esposo que viene. El talante profético es el aspecto dominante en
la presentación del Bautista. De hecho se identifica con la voz de Isaías, del
Segundo Isaías, el profeta del consuelo y del retorno de Israel, que nos llama
a todos a “preparar el camino del Señor, allanando sus senderos” (Is 40,1-11). Su comida a base de saltamontes y miel
silvestre así como su vestimenta de piel de camello y, sobre, todo la
correa de cuero en su cintura alude al profeta Elías (2Re 1,8) ponen
de relieve su altura de profeta más que su espiritualidad ascética. La misión
prioritaria de Juan no es bautizar sino predicar, es decir, proclamar con su
voz la necesidad de preparar el camino del Señor, mediante una nueva conducta y
nuevas actitudes, y anunciar la conversión. El mismo bautismo de Juan está
vinculado a la conversión, es decir, el arrepentimiento y al cambio de
mentalidad para el perdón de los pecados. La razón del arrepentimiento y del
cambio de mentalidad, el motivo de su predicación es la llegada inminente de la
persona de Jesús: más fuerte, más digno y con otra función: bautizar con
Espíritu Santo.
El
énfasis de Marcos recae en tres aspectos claves: La concentración de su
predicación en el Mesías-Esposo, el éxodo de Jerusalén y de sus instituciones
religiosas con el baño en el río, y la fuerza mesiánica de los que se bauticen
en el Espíritu del que Viene como Mesías e Hijo de Dios. La conversión consiste
en preparar el camino del Señor e implica el reconocimiento y el
arrepentimiento de los pecados. La voz que grita en el desierto no alude
principalmente a la palabra del profeta desoída por el pueblo, sino al lugar
teológico que el desierto significa en la tradición profética: El desierto es
el lugar de la íntima relación amorosa de Dios con su pueblo, cuando Dios habla
al corazón (Is 40,3, Jr
31,2; Os 2,16-25), por eso el desierto connota la Alianza nupcial entre Dios y
la humanidad. Juan Bautista muestra quién es el verdadero “esposo” de la
humanidad, a quien él no es capaz de desatar las correas de sus sandalias.
Desatar
la sandalia era un gesto público por medio del cual una persona adquiría los
derechos jurídicos de otro, concretamente, en el caso del levirato, cuando un
pariente cercano asumía los derechos del esposo (cf. Dt
25,5-9; Rut 4,8). Cuando Juan dice que no es capaz de desatar las correas de
las sandalias de Jesús no está refiriéndose sólo a un gesto de humildad, sino
al hecho de que es Jesús el Mesías-esposo de la humanidad, el único en quien todos
los hombres encuentran la salvación y la plenitud de la vida. Juan no puede
suplantarlo. Más bien debe disminuir para que él crezca. El último testimonio
del Bautista es éste precisamente: “La esposa pertenece al esposo. El amigo del
esposo, que está junto a él y lo escucha, se alegra mucho al oír la voz del
esposo; por eso mi alegría ha llegado a su plenitud. Es necesario que él crezca
y que yo disminuya” (Jn 3, 29-30).
Para
la humanidad abatida, especialmente para todos los que sufren, en la situación
crítica de las naciones en este momento de la historia, la palabra del Adviento
es una palabra de esperanza, que abre los corazones humanos a Dios pues en la
Navidad rememoramos la gran alegría que viene con el Mesías, y que en la imagen
del esposo sale al encuentro de la humanidad para celebrar boda.
Para
esa Alianza, la Nueva Alianza es para lo que es necesario un cambio de
mentalidad. Como toda boda se prepara, el Adviento nos invita a preparar la
nueva relación de Dios con la humanidad, con el reconocimiento de nuestros
pecados y el cambio de orientación de nuestras conductas. Como en Is 40,3 se apuntaba a la realidad nueva de la vuelta del
destierro, la predicación de Juan vislumbra la gran novedad de la Nueva
Alianza, que trae la liberación en la espera del universo nuevo en que habite
la justicia.
A
Juan acuden muchos judíos, también los dirigentes religiosos, los fariseos y
saduceos, pero el Bautista, en Mt y Lc, los denuncia
y acusa duramente: ¡Raza de víboras! Así los llamará también Jesús (cf. Mt
23,33) La conversión reclama frutos y obras, e implica una aceptación personal
de Dios y una adhesión real a aquél que viene en su nombre. Refugiarse en
falsas seguridades (Mt 3,9) no vale. Permanecer en Jerusalén, en su templo y en
su forma de vivir la religión, sin realizar el éxodo liberador, no sirve para
nada. Los religiosos de la época se ilusionaban diciendo: “tenemos por padre a
Abrahán”. Pero si no hay conversión, si la vida sigue igual que antes, si no se
transforma nuestra mentalidad religiosa y social, si no nos lleva a apresurar
con nuestras actitudes y comportamientos el futuro de justicia que esperamos,
el día del Señor llegará y hará justicia según su promesa, restableciendo el
orden cósmico, consumiendo con fuego esta tierra (según el género literario
apocalíptico, tan rico en imágenes), y poniendo al descubierto todo lo que se
haya hecho en la tierra, lo que hayamos hecho en esta tierra. La salvación no
está garantizada por el rito del bautismo, ni por ningún otro rito, sino por la
conversión que el bautismo supone. Por eso la conversión apremia.
En
la Segunda Carta de Pedro aparecen otras expresiones apocalípticas. Las
catástrofes cósmicas, el fuego devorador de la tierra y de sus elementos,
expresan la necesidad de un corte y una ruptura con el tiempo presente, con la
historia injusta desarrollada en la humanidad, y con el imperio de los poderes
y de los poderosos de esta tierra, causantes de los estragos y de tantas
víctimas inocentes a lo largo de esta historia irredenta, a pesar del anuncio
de salvación del Evangelio. También es apocalíptico el fuego consumador. El que
viene con fuerza detrás de Juan es el Mesías y realizará una misión
discriminatoria.
Cuando
se acerca la navidad necesitamos considerar también este aspecto del Mesías rey
y juez. Porque es en su espíritu donde los cristianos hemos sido bautizados y
participamos de su misma misión: El Espíritu Santo en el que hemos sido
bautizados los cristianos es el que irrumpe en la historia encarnándose en el
Mesías y en el pueblo mesiánico. El Espíritu de sabiduría y sensatez, de valor
y de prudencia, de conocimiento y de respeto de Dios es el que se convierte en
juez, cuya única fuerza es la palabra. Esa palabra ha sido pronunciada ya por
Dios como espíritu que defiende con justicia al desamparado, con equidad al
pobre, que eliminará al violento y matará al malvado. La verdad última que
juzga a toda persona y que sin duda saldrá a la luz implantando la justicia
mesiánica es el sufrimiento de todas las víctimas de esta historia injusta, es
el dolor de los que gimen en esta tierra y la indigencia de los pobres de este
mundo. Los cristianos creemos en las palabras mesiánicas de Isaías y en su
encarnación y realización histórica en Jesús. Estamos convencidos de que la
justicia triunfará y entonces traerá la paz, una paz deseada y soñada. Pero no
se puede hacer la paz sin la justicia. La esperanza de las víctimas de la
historia es que al fin se hará justicia, pero la justicia ¡de Dios!, no la
nuestra. Esa palabra de esperanza es el contenido de la formidable imagen de un
cielo nuevo y una tierra nueva.
José
Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura