2ª semana de Adviento. Lunes: Lc 5, 17-26
Jesús aprovechaba cualquier
ocasión para predicar la palabra de Dios. A veces era en el campo o por la
montaña o junto al lago. Hoy lo hace dentro de una casa porque descolgaron del
techo al enfermo. No nos dice qué casa era; pero san Marcos, que era secretario
de san Pedro, nos indica que era precisamente la casa de Pedro y Andrés en Cafarnaún. La gente comenzó a entrar en la casa, pues
querían escuchar a Jesús. No todos eran gente sencilla, Había también fariseos
y doctores de
Ellos, juntamente con el
enfermo, buscaban la salud del cuerpo y sin embargo lo primero que encontraron
fue la salud del alma. Esto pasa con mucha frecuencia en los santuarios y en
otras ocasiones por la oración. Cuando uno pide a Dios con mucha fe una gracia
material, como puede ser la salud corporal, suele suceder que no se consigue
esa gracia (quizá en ese momento no nos convenga), pero, si la fe ha sido
verdadera, sale muy reforzada con una gracia interior, que vale mucho más que
la gracia externa.
¡Qué vería Jesús en el
corazón de aquel enfermo cuando le dice lo primero: “Tus pecados te son
perdonados”! Es posible que aquel enfermo tuviera un sentimiento de
culpabilidad, ya que solían decir que la enfermedad provenía de algún pecado.
Jesús, aunque no lo admitía, se fijó en la fe para curarle el alma antes que el
cuerpo.
No sólo se fija en la fe
del paralítico, sino en la de sus amigos que le llevaron. Nos quiere decir que
la gracia como el pecado tiene un sentido social, además del particular. Aquel
paralítico se curará en el cuerpo porque aquellos hombres tienen la valentía de meterle por el techo; pero también se cura en el
alma porque aquellos son hombres de fe. ¡Cuánto podríamos hacer unos por otros con
nuestra fe! Claro que para ello hace falta que el enfermo se deje llevar. Pasa
muchas veces que quisiéramos que un familiar o amigo, apartado de la religión,
se acercara a Jesús. Nada podremos hacer si el enfermo en el alma no se deja
llevar. De todas las maneras es necesario insistir y seguir teniendo esa fe y
confianza, como tuvieron tantos santos, como tuvo santa Mónica, aun con
lágrimas, para con su hijo san Agustín.
A los escribas que estaban
allí no les pareció nada bien lo que había dicho Jesús. Esas palabras se podían
haber entendido como una declaración de que Dios le perdonaba; pero los
fariseos lo entienden como una blasfemia, pensando que Jesús está suplantando
al mismo Dios, que es el único que puede perdonar. Jesús en su vida tendría muchas
discusiones con los fariseos, porque éstos tenían una religión muy rígida y
nada parecida al Dios misericordioso, que no es un ser lejano y solitario, sino
que se acerca a nosotros con su bondad, de tal manera que hasta puede delegar
ese poder de perdonar en su Iglesia, como se hace en el sacramento de la
confesión o reconciliación. Jesús era el mismo Dios que ha venido a derramar
sus misericordias. Allí demuestra poseer ese poder curando a aquel paralítico.
En la vida encontramos
muchos paralíticos espirituales: Ellos no son capaces por sus fuerzas de acudir
a Dios, quizá por la vergüenza o por ignorancia. Necesitan personas de fe que
les dirijan hacia algún encuentro que les anime o que les dé luz en el
espíritu. No hace falta tener mucha instrucción. Hace falta tener fe y
confianza en la gracia de Dios, porque todos pertenecemos a un mismo “cuerpo
místico” donde Cristo es la cabeza y es la verdad y la vida.