2ª semana de Adviento. Jueves: Mt 11, 11-15

Todos los años hacia la mitad del tiempo de Adviento durante varios días nos trae la Iglesia a nuestra consideración, como ejemplo y como guía, la figura de san Juan Bautista, el precursor del Señor. Sus mensajes nos deben servir como preparación para la venida del Mesías, para que vivamos más espiritualmente la Navidad, como hijos de Dios, y para que constantemente estemos mejor preparados para las continuas venidas del Señor a nuestra vida. Estaba Jesús haciendo elogios de Juan. La ocasión había sido porque había recibido Jesús una embajada de discípulos del Bautista. Cuando se marcharon, comenzó a decir Jesús elogios del Bautista, siendo el más importante cuando dijo: “Entre los nacidos de mujer no ha nacido uno más grande”.

Lo extraño fueron las palabras que dijo a continuación: “Pero el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él”. Esta frase puede tener dos sentidos. Uno se refiere simplemente a la diferencia del mensaje de Juan Bautista y el de Jesús, a la preparación y a la permanencia en el Reino, al Antiguo Testamento y al Nuevo, al servicio de Dios y al amor a Dios con la gracia. Es la importancia del Bautismo, de la posesión de la vida de Dios que Él mismo nos da. Quien tenga esta vida de Dios, que Jesús nos adquirió con su Redención, por su muerte y resurrección, puede estar más unido con Dios que los que vivían en el Antiguo Testamento.

También se puede referir a la pequeñez voluntaria por el Reino. Jesús diría que es más grande en el Reino el que se hace más pequeño, el que se abaja, el que se hace servidor de los demás. En las vísperas de la Navidad esto se ve más palpable en el mismo Jesús. Nadie se ha podido abajar tanto como Dios que no sólo se hizo hombre por nuestro amor, sino que se hizo niño pequeño, nacido pobremente en Belén y reclinado en un pesebre. Ante la cuna de Belén debemos aprender lo grande que es ante Dios el hacerse pequeño por el bien de los demás.

No es fácil. Por eso hoy dice Jesús que sólo los esforzados pueden conseguir el reino de los cielos. Cuando Jesús nos habla de esfuerzo, no es para ir contra los demás, sino contra nosotros mismos o contra las dificultades que nos impiden vencer al mal y ser “pequeños y sencillos de corazón”. El tiempo de Adviento significa vigilancia y esfuerzo. Es necesario el esfuerzo para amar más, para rezar mejor, para comprometerse más y mejor en el bien de todos. Debemos esforzarnos para vencer las pasiones que nos inducen hacia el mal. Tenemos la gracia de Dios; pero Dios quiere que colaboremos. El hecho de ser “pequeños” no significa quedarse pasivos.

No sólo debemos ser esforzados para vivir más unidos con Dios, sino que la figura de san Juan Bautista nos debe alentar para que nosotros seamos también precursores para otras personas. Jesús siempre, y más en el tiempo de Navidad, quiere ser luz que ilumine a muchos en el camino de su vida. Nosotros, aunque no seamos la luz, podemos enseñar dónde está esa luz, podemos señalar el camino hacia la Salvación, que es Jesucristo. Podemos enseñar que la Navidad no es sólo alegría de luces externas y otras fiestas, sino que es alegría verdadera, porque viene la luz, la Redención, que para muchos será actual, si antes no la han visto.

Jesús llama Elías al Bautista, porque había una tradición que vendría de nuevo el profeta Elías en los tiempos mesiánicos. Es como el hombre, lleno del fuego del Espíritu, que nos induce al arrepentimiento y a la conversión preparando el camino al Señor. Hay muchos que, al acercarse la Navidad, cierran su oído a Dios. Pero Jesús nos dice hoy: “El que tenga oídos que oiga”. De nada sirven todas las advertencias de Jesús, si cerramos los oídos a Dios. Quien no oye a Dios tampoco suele hablar con El. En este tiempo de Adviento abramos el oído a los mensajes de Dios, para que también nuestros labios puedan formular esa gran petición: “Ven, Señor Jesús”. Así, como niños pequeños, podremos acoger con mucho amor al Niño Jesús.