Tras la sonrisa de un niño

 

Nada más débil e indefenso que un niño. Su fragilidad nos sobrecoge. Como seres humanos, al nacer, somos los más endebles y necesitados de protección. En su carita caben todas las imágenes de nuestras raíces, parientes y amistades. Son la memoria de todo un árbol genealógico. Y en sus gestos vamos descubriendo el lenguaje armonioso de miradas, sonrisas, silencios y llantos que hacen eco en nuestros corazones.

En Belén hay un Niño. Todo alrededor delata su presencia. Se escuchan cantos, hay movimiento de gentes, el cuchicheo entre vecinos y hasta los animales retozan y juegan. Pero hay Alguien que guarda silencio: María. De José sería fácil presumir que atiende a los detalles mínimos. Hay luces y jugos de estrellas. Todo es sencillo y pobre, todo habla de los personajes como protagonistas de un misterio en gestación. ¡Silencio y adoración!

El Niño de Belén es Todo humanidad. Mejor, es la humanidad al encuentro de la divinidad. Todas las profecías convergen a esta cuna. Pareciera que la Niñez toda estuviese ungida y consagrada por ese Niño. Todas las realidades humanas toman de este nacimiento su verdad, su sentido, su orientación, sus sueños, su visión. En la Niñez encontramos la prueba fehaciente de que Dios sigue entre nosotros.

Nada tan parecido a Dios como la sonrisa de un Niño. Nada tan sensible a Dios como el llanto de un Niño. Pero nada expresa tanto la cercanía de Dios al ser humano como cuando nos hacemos Niños o Niñas. Allí en Belén comienza la escuela del Discipulado. Niñez es sinónimo de simplicidad, de confianza, de abandono en manos de la Providencia. Nuestra tarea: Asumir la Niñez con la suficiente fuerza como para superar todas la ‘niñerías’.

Cochabamba 31.12. 17

jesús e. osorno g. mxy

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