Día 20 de
Diciembre: Lc 1, 26-38
En estos días antes de la Navidad estamos
considerando lo que los evangelios nos cuentan antes de nacer Jesús. Ayer
considerábamos el anuncio del ángel a Zacarías sobre el nacimiento de Juan
Bautista. Hoy es el anuncio a María sobre el nacimiento de Jesús. Hay una
especie de paralelismo en sentido ascendente de gracia y amor de Dios. El de
Zacarías se realiza en un plano muy solemne: en lo más sagrado del templo; pero
con una aceptación dudosa y un cumplimiento de la gracia o don de Dios, a pesar
del castigo por la incredulidad de Zacarías. Hoy se nos presenta el anuncio a
María en un plano totalmente sencillo: en una casa de Nazaret, que es un pueblo
tan pequeño, que ni en todo el Ant. Testamento es nombrado. Se anuncia no a una
persona importante humanamente como era el sacerdote Zacarías, sino a una
sencilla muchacha de pueblo, desposada, no casada todavía, con un sencillo
trabajador. Aquí podemos comprender mejor lo que dice san Pablo: “Se anonadó
tomando la condición de esclavo”. Y terminará la escena no en una duda, sino en
la más sublime entrega y abandono en Dios por parte de María, dando un total
“sí” a la voluntad de Dios.
El ángel saluda a María. Es
como los “buenos días”. Un saludo que traducido literalmente es: “Alégrate,
objeto del favor divino, el Señor es contigo”. Son palabras de respeto y de
amor por parte de Dios. Lo primero que destacamos es la alegría que el ángel
ofrece de parte de Dios en el saludo. Una alegría que luego la hará manifiesta,
al desear para María la paz, desterrando todo temor. A veces en nuestra vida
aparece el nerviosismo por tantas situaciones angustiosas que pueden aparecer.
Si acudimos a Dios y vivimos la presencia de Dios en nosotros, de alguna manera
debemos sentir la paz en el alma. Lo cual debe darnos una alegría sincera en lo
profundo del corazón.
Y junto con ese deseo de
alegría y paz, le da la certeza de que el Señor está con ella. En la misa
también el sacerdote, de parte de Dios, nos indica, a veces como un deseo o
como una realidad, que el Señor esté con vosotros, que otros traducen: “el
Señor está con vosotros”. Está con nosotros en la Iglesia, está por la
gracia.
Está con nosotros, según la
aceptación de su voluntad. Seguro que María no entendió toda la grandeza de la Encarnación del
Hijo de Dios. Mucho menos como se estudia en las universidades por los
entendidos en estas materias. Pero vive entregada a Dios y por eso cree aunque
lo anunciado parezca imposible. Los mensajes de Dios no son fáciles de
entender. Por eso María pregunta, no porque dude de Dios, sino porque la fe
debe sustentarse en la razón. Ella expresa su condición de virgen actual y da a
entender que es un deseo de futuro. El ángel le dice que, por una gracia de
Dios, va a poder ser virgen y madre. Y María se entrega a la voluntad de Dios.
También el ángel le dice, como expresión del poder de Dios, que su prima
Isabel, que es bastante mayor, va a tener un niño. María siente que ese es el
deseo de Dios y se entrega, porque desde siempre para ella los deseos de Dios
son los suyos propios.
En las vísperas de la Navidad se nos presenta
este “sí” de María como el ejemplo de la mejor preparación que podemos hacer en
nosotros. Dios no nos pedirá grandes cosas como a María; pero en las pequeñas
circunstancias de nuestra vida debemos ver la voluntad de Dios para vivir en
actitud de fe y de esperanza, de modo que nuestro corazón esté dispuesto a
recibir al Señor, si hacemos que esté más limpio de pecados y vicios, y que en
nuestra vida común busquemos siempre la concordia y la paz.
El “sí” de María no es
expresión de un momento especial, sino es la expresión de una vivencia
continua. Podemos decir que la vida de María fue un continuo “sí” al Señor. La
fe de María muchas veces se puso en prueba, especialmente al pie de la cruz. En
nuestra preparación a la verdadera Navidad, que Jesús quiere realizar en
nuestro corazón, digamos muchas veces “sí” al Señor: en los momentos que nos
parecen algo tristes y en las alegrías que nos quiere dar la Navidad.