Nochebuena/B (Is 9, 1-3, 5-6; Tit 2, 11-14; Lc 2, 1-14)

Hoy nos ha nacido el Salvador

Hermanos, hermanos, les anuncio una vez más la buena noticia de la Navidad de Jesús: “un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” Is. 9,5. Como se les anunció a los pastores de Belén, pregonamos la luz y la paz de Dios: “Hoy nos ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc. 2,11). Resuena en esta noche, antiguo y siempre nuevo, el anuncio del nacimiento del Señor. Resuena para quien está en vela, como los pastores de Belén hace dos mil años; resuena para quien ha acogido la llamada del Adviento y, vigilante en la espera, está dispuesto a acoger el gozoso mensaje, que se hace canto en la liturgia: “Hoy nos ha nacido un Salvador”.

Dios hecho hombre. El Eterno descendió al tiempo. El Inabarcable e Infinito cabe en los brazos de María. La Palabra del Padre en silencio. El Inmensamente Rico recostado en un pesebre y envuelto en unos pañales. El Alimentador del género humano pendiente del pecho de María para no morir. El Fuego ardiente de caridad tiritando de frío en esa noche helada de invierno. El Deseado de las naciones rechazado; y como no había lugar para él en el mesón de este mundo humano, tuvo que nacer en una cueva de animales.

¿Por qué y para qué de esta paradoja? Porque se cumplió el tiempo, el “kairós” pensado por Dios desde toda la eternidad para reconquistar al hombre caído y hacerle entrar en la luz (primera lectura). Y todo por pura benignidad de Dios, para convertirnos en pueblo suyo (segunda lectura), para devolverle su gloria y traer la paz tan deseada a toda la humanidad (evangelio). Paz con esa densidad bíblica: bienestar, prosperidad, desarrollo, alegría, justicia. Paz que es armonía entre hombre y hombre; entre hombre y cosmos; entre hombre y Dios. La paz es la definición misma de Cristo, “Príncipe de la paz”. Paz es vida, amor, salvación, donación. “No apaguemos la llama ardiente de esta paz encendida por Cristo” (François Mauriac).

¿Cómo fue esta paradoja? En la sencillez de los personajes: una doncella humilde y pura; un casto varón, justo y sin dinero; y un niño indefenso todo candor y ternura; unos pastores pobres sin poder, sin influencias ni títulos, que vivían a la intemperie y en vida seminómada. En la sencillez del lugar: no en la Jerusalén prestigiosa y religiosa, sino en la pequeña ciudad de Belén, lugar del pan; ese pan tierno de Jesús que necesitará cocerse durante esos años de vida oculta y pública, hasta llegar al horno del Cenáculo y Calvario; y llegará a nosotros misteriosamente en cada misa. En la sencillez de la cueva miserable de animales porque los humanos no le dieron posada. En la sencillez de la noche, sin estruendos de cohetes, bengalas y fuegos artificiales.

¿A cambio de qué esta paradoja? De que nuestros ojos le miren con ternura y le sonrían, y así de nuestros ojos caigan las escamas de nuestras miopías. De que nuestros labios le besen y queden así purificados, libres de mentiras y palabras indecentes. De que nuestros brazos le acojan, y queden bien fortalecidos para sostener al caído en el camino. De que nuestras manos le acaricien y se abran a la generosidad con los que sufren y estén necesitados. De que nuestras rodillas se doblen y le adoren en la oración como Dios y Señor. De que nuestro corazón sea un dulce mesón donde invitar a Jesús.

Con san León Magno reflexionemos: “No puede haber lugar para la tristeza, cuando nace aquella vida que viene a destruir el temor de la muerte y a darnos la esperanza de una eternidad dichosa. Que nadie se considere excluido de esta alegría, pues el motivo de este gozo es común para todos; nuestro Señor, en efecto, vencedor del pecador y de la muerte, así como no encontró a nadie libre de culpa, así ha venido para salvarnos a todos. Alégrese, pues, el justo, porque se acerca a la recompensa; regocíjese el pecador, porque se le brinda el perdón; anímese el pagano, porque es llamado a la vida” (Sermón I sobre la Natividad, 1-3).

“Cuando reces en casa, frente al pesebre con tus seres queridos, déjate seducir por la ternura de Jesús niño, nacido pobre y frágil entre nosotros, para darnos su amor. Es la verdadera Navidad. Si eliminamos a Jesús, ¿Qué queda de la Navidad? Una fiesta vacía. ¡No saques a Jesús de Navidad! Jesús es el centro de la Navidad, ¡Jesús es la verdadera Navidad!” Feliz Navidad con mi afecto y oración (Francisco 17.12.17)