Solemnidad: La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, Ciclo B

La Nochebuena de la Virgen María

 

 

Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad. Hoy se anuncia la inminencia del nacimiento de Jesús el Mesías, el misterio de Dios proclamado como Evangelio por el apóstol Pablo. Los evangelios nos presentan dos figuras humanas preeminentes de la Navidad, María y José, de las cuales el evangelio de Lucas (Lc 1,26-38) este domingo destaca sobremanera la de la Virgen. Por ello nosotros nos alegramos de vivir la Nochebuena de María y junto a ella.

 

Acerca de José hoy corresponde destacar que era de la estirpe de David, de la cual trata la lectura dominical de 2 Sm 7,1-17. En este texto se encuentra el origen de una gran tradición mesiánica, vinculada a la casa de David y que culmina en el Nuevo Testamento con la manifestación de Jesús en la cruz como revelación paradójica de Dios, de modo que su presencia en el mundo no estará vinculada ya a ningún templo sino al crucificado, reconocido como Hijo de Dios incluso por los no creyentes, tal como el centurión confiesa al pie de la cruz en el evangelio de Marcos (Mc 15,39).

 

Este texto de 2 Samuel une el tema del Mesías, descendiente de David, al tema del templo. Allí entran en juego las distintas acepciones del término “casa” en la Biblia. El rey David pretendía construir una “casa-templo” al Señor (2 Sm 7,5), pero el profeta Natán le anuncia que será Dios el que dará y construirá a David una “casa-descendencia” (2 Sm 7,11.16.27), es decir, una descendencia, que, a su vez, construirá una “casa-templo” (2 Sm 7,13) en honor de Dios. Esta profecía se cumplió sólo en parte con el rey Salomón, hijo de David. Es en el NT donde se cumple plenamente este oráculo mesiánico, exactamente en la muerte y resurrección de Cristo.

 

El templo es un tema clave también en los relatos de la Pasión de los evangelios sinópticos (Mc 14,58; 15,29.38). Jesús declaró que destruiría el santuario y en tres días construiría otro no hecho por manos humanas. La casa real, dada por Dios a David, es Cristo crucificado y resucitado, pero el cuerpo glorificado de Cristo es, al mismo tiempo, la casa construida para Dios por uno de su estirpe, por vía de José, pero no como hijo de éste ni de David, sino como Hijo de Dios. Tras la muerte de Jesús, el velo del santuario quedó destruido. Y la casa-templo de Dios ya no será otra más que el cuerpo del crucificado. La casa mesiánica, cuyo origen se remonta a David en el oráculo de Natán, se realiza en la persona de Jesús, el que nació pobre entre los pobres y murió crucificado entre los marginados. Éste es el Hijo de Dios, evangelio y misterio de Dios revelado al mundo, cuyo nacimiento rememoramos en cada Navidad.

 

Pero la gran figura de este domingo es María la Virgen que, abriéndose por completo al plan divino sobre la historia humana y permaneciendo siempre fiel a su palabra, experimentó en su humildad la grandeza del misterio de Dios, al cual consagró toda su vida tras descubrir la misión decisiva para la que, por pura gracia, había sido escogida: la Misión de engendrar y dar a luz a Jesús, el Mesías. La Iglesia reconoce, vive y celebra en María que ella es el mejor canto de gracia para gloria de Dios. Y lo ha expresado solemnemente en la formulación dogmática de la Inmaculada, cuya fiesta celebramos hace dos semanas y cuyos términos querían recoger en categorías antropológicas propias de los últimos siglos lo que en el Evangelio de Lucas está plasmado en una palabra única y pregnante, en un verbo muy singular del Nuevo Testamento, prácticamente inventado por el evangelista, el verbo"agraciar"; éste significa llenar con colmo a una persona del favor de Dios.

 

Nosotros nos recreamos en esa palabra del ángel a María cuando la invocamos como la "llena de gracia". Pero podemos matizar que no se trata de un adjetivo ("llena") sino de un verbo (jaritoun) en forma participial pasiva y con el aspecto de perfecto (kejaritomene), lo cual implica que se trata no tanto de una cualidad sino de una acción de Dios en María, una acción realizada ya y permanentemente presente en ella, afectando a todas las realidades y facetas de su existencia, de modo que no sólo es la llena de gracia, sino la "llenada de gracia", la "agraciada en plenitud" de parte de Dios. Por eso tiene la "gracia colmada". Dios se ha encariñado con María, la ha acariciado y la ha agraciado, convirtiéndola para todo ser humano en manifestación de amor, de bondad, de belleza y de fidelidad. Y su gracia ha consistido en haber sido elegida y destinada por Dios para que, dejándose impregnar por el Espíritu Santo, engendrara y diera a luz al Salvador.

 

Que la Virgen María sea la colmada de gracia es una realidad que tiene para nosotros, los creyentes, consecuencias extraordinarias, pues esto que en María es un canto definitivo de toda su vida, es también ya para nosotros una realidad en medio todavía de las vicisitudes históricas de nuestra existencia. En la carta a los Efesios se hace extensivo ese derroche de gracia, con el mismo verbo "agraciar" (Ef 1,6), también a los creyentes, de modo que sintiéndonos elegidos y amados por Dios antes de la creación del mundo y destinados a vivir como hijos del Padre, participemos de la inmensa alegría de haber sido colmados de gracia por el Hijo y en el Hijo Jesús. En efecto, conocer a Cristo, seguir sus pasos y orientar nuestro futuro según el suyo, es para sentirnos, como María, verdaderamente dichosos y tocados definitivamente por la gracia de Dios, siempre y sólo por medio de Jesucristo y por los méritos de su muerte y resurrección, palabra irreversible de la gracia para la humanidad entera.

 

Este es el misterio escondido de Dios, el Evangelio por antonomasia, revelado a todos los pueblos, del cual trata Pablo en la carta a los Romanos (Rom 16,25-27). La diferencia entre María y cada uno de nosotros es que en ella la realidad de la gracia desbordante de Dios es proclamada por Lucas como un don de Dios y como una respuesta creyente de María, ambas siempre vigentes (en virtud del aspecto verbal del perfecto griego), mientras que en nosotros el don de la gracia nos ha sido dado en Cristo, pero el aspecto del tiempo verbal griego de la carta a los Efesios (aoristo o lo que antes llamábamos indefinido) destaca el don como un acontecimiento real ya acontecidopero no tanto la respuesta de la fe, la cual depende de nosotros y por eso cada uno de nosotros tiene que seguir escribiéndola en la vida.

 

Para vivir esta realidad el único requisito es la fe activa. La palabra "Amén"podría sintetizar esa actitud de fe, tal como María refleja al decir: "Hágase en mí según tu palabra". La fe tiene dos componentes esenciales y complementarios: por una parte, la fe significa fiarse, confiar, creer en el otro y en su verdad, y al mismo tiempo, la fe comporta estar firme y permanecer activo en la verdad, saber aguantar y perseverar con fidelidad en las propias convicciones. Esa fe es la que se expresa en la palabra hebrea no traducida: Amén. Por su fe, la Virgen María creyó en la palabra del Señor, se abrió al plan de Dios sobre ella y sobre la historia humana y permaneció siempre fiel a su palabra.

 

El mensaje de la fe se carga de esperanza y de alegría al unirnos en el tiempo del adviento al amén de María. De este modo los creyentes podemos convertirnos, como ella, colmados de la gracia divina por medio de Cristo, en testigos vivos del amor y de la paz en medio del egoísmo y la violencia que impera en nuestro mundo, y en artífices de un mundo de justicia, de bondad y de belleza en el contexto de injusticia y de maldad que tantas veces nos abruma. Hoy estamos llamados a sentirnos colmados de la gracia de Dios y servidores gozosos del Evangelio como la Virgen María para hacer de nuestras vidas un canto de alabanza a Dios.

 

Si queremos prepararnos bien para la Navidad, sólo tenemos que escuchar la Palabra fecunda del Evangelio, que, como a María, nos llena de alegría y de gracia, debemos acoger la promesa del Reino de Dios que viene con el Mesías, sabiendo que para Dios nada hay imposible, y hemos de decir siempre “Amén” a la nueva presencia de Dios en la historia, en los crucificados, en los pobres, en los marginados, y especialmente en los niños que sufren, pues todos ellos son el verdadero y nuevo rostro de Dios en este mundo.

 

En esta orientación pastoral maestra está trabajando la Iglesia de Bolivia en el marco de la Misión permanente. Nos congratulamos de que nuestros obispos bolivianos sigan centrando su preocupación y su atención a los más pobres y necesitados, de lo cual son muestra el gran compromiso eclesial con sus obras sociales y el talante profético de defensa de la justicia, de la libertad, de la auténtica democracia, de los derechos humanos a la vida y a la vida digna, así como la promoción del diálogo como verdadero instrumento para la construcción de una sociedad nueva, que incluya siempre a los últimos y no descarte a nadie. Esto es lo que siguen haciendo nuestrosobispos desde el diálogo con los mandatarios políticos, a pesar de los reveses que no pocas veces tienen que afrontar en las relaciones con ellos.

 

Abramos todos nuestros corazones a la gracia sobreabundante para que el amén de los creyentes y de las gentes de buena voluntad nos permita vivir como colmados de gracia. Con la celebración inminente de la venida de Jesús, el Hijo de Dios, en Navidad, María y la humanidad entera ya han sido colmadas de gracia.

 

Feliz Navidad.

 

José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura