25 de Diciembre,
Natividad del Señor: Lc 2, 1-20
Llegó
En la primera misa de
Navidad, por la noche, se nos dice con entusiasmo: “¡Un Niño nos ha nacido, un
Hijo se nos ha dado!” Claro que no es un niño cualquiera: es Dios que nos trae
la salvación. Y para mostrar mejor esa salvación se hace niño pobre, sencillo y
humilde en el portal de Belén. Tampoco tenemos por qué acentuar demasiado las
tintas diciendo cosas que no están en el evangelio. No tenían porqué llegar a
Belén en el último día buscando desesperados un lugar para el nacimiento, pues
sería indigno de san José el exponer así a María. Tampoco debemos acentuar el
que nadie les recibiera (lo de san Juan es en sentido místico y espiritual),
pues sería indigno de la hospitalidad de todo un pueblo. Sencillamente no había
sitio en la posada pública, o más bien, como ahora suelen decir muchos
comentaristas, no tenían sitio en la sala principal de la casa (y quizá la
única) donde estaban alojados, pues estaba mal visto que el nacimiento fuese en
medio de la gente con niños. Por lo cual, para ese momento, tuvieron que ir a
la parte trasera de la casa donde solían tener algunos animales. El hecho es
que Dios se revela a unos pastores y éstos van a ver a un niño que ha nacido en
Belén (no necesariamente en las afueras), a un lugar donde hay un pesebre, a un
lugar donde suelen comer animales. Todo muy normal, pero sencillo.
Dios se hace hombre para
que el hombre pueda llegar a ser hijo de Dios. La realidad y nuestra fe nos
dice que ahí está Dios hecho hombre, rodeado por su madre María y por san José.
Y ahí queremos estar nosotros como los pastores para adorarle.
Y también para darle un
beso ¿Y qué le vamos a decir? Debemos agradecerle todo ese inmenso amor y
decirle que le queremos corresponder con un gran amor. Y como muestra de amor
debemos darle algún regalo. Él no necesita ningún regalo material, porque todo
lo hubiera podido tener y no ha querido nada material para que se vea mejor su
amor por nosotros. Sin embargo no rechazaría muchas cosas materiales para
tantos niños, y no tan niños, que viven necesitados, porque en las casas pobres
también Jesús quiere nacer y quiere que allí se sientan contentos. Pero quiere
sobre todo nuestro corazón. El ofrecer nuestro corazón suena bonito, pero no es
fácil. Es poner nuestro corazón junto al suyo para tener “los mismos
sentimientos”. No sería regalo el seguir igual que como éramos, sino el hacer
algo más o bastante más.
Al acercarnos a Jesús Niño
debemos también aprender algunas lecciones. Una que es evidente es que para ser
grandes en el Reino de Dios, no es necesario tener mucho dinero y poder. Más
bien esto suele ser impedimento, porque los que tienen mucho material se creen
que todo lo pueden y que no necesitan de nadie ni de Dios. Estos no suelen
postrarse ante el Niño de Belén. Los que se sienten más cómodos en el Reino de
Dios (y ante el portal de Belén) son los que, viviendo con su trabajo normal,
tienen un corazón de niño, porque ponen su confianza en Dios, como los pastores.
El nacimiento de Jesús no
es sólo algo que pasó. Hoy sigue naciendo en