Día 30 de Diciembre: Lc 2, 36-40

En estos días de Navidad la Iglesia nos presenta algunas de las escenas de la infancia de Jesús que nos narran los evangelistas. Ayer se describía la parte principal de la Presentación de Jesús en el templo, a los cuarenta días de su nacimiento. Hoy termina la escena y nos dice algo de la vida posterior de Jesús en Nazaret.

En esta parte última de la Presentación, además de la Sda. Familia, la protagonista es una mujer. Es curioso constatar cómo en el evangelio de san Lucas hay más mujeres que tienen un protagonismo que en otros evangelios. Varias veces a la par de un varón pone el evangelista a una mujer, como lo hace en algunas parábolas: Si un hombre siembra mostaza, luego viene una mujer que mete levadura en la harina; si a un hombre se le pierde una oveja, a una mujer se le pierde una moneda. Siempre terminando de modo optimista y alegre. Así ahora en la Presentación, un anciano profeta aparece junto al Niño y viene también una anciana profetisa para cumplir con su deber de alabar y bendecir al Señor por tantas maravillas.

Era una anciana viuda, para quien la vida no se había hundido por el hecho de haber perdido a su esposo, siendo ella aún muy joven, sino que la vida para ella fue provechosa por dedicarse al servicio de las cosas de Dios. A veces nos atamos demasiado a las cosas materiales, quizá hasta la propia familia, y las cosas materiales nos pueden fallar. Y de hecho muchas veces fallan hasta parecernos que todo se hunde. Pero Dios nunca nos falla y en la vida del espíritu podemos encontrar verdaderas compensaciones. De hecho Ana, la anciana del evangelio en este día, servía al templo. No quiere decir que viviera allí, sino que continuamente acudía para ver en qué podía ayudar. Y cuando no había algo especial para hacer, se dedicaba a la oración. Era un alma “pobre de Yaveh”, como solían llamar “anawin” a personas que están en las manos de Dios y cuya disponibilidad es agradable al Señor. Dios había manifestado “su brazo fuerte y poderoso” precisamente a través de estas personas disponibles. Así aparece en varias ocasiones en la Sda. Escritura por medio de mujeres entregadas a Dios, como fue el caso de Judith, de Ester y otras, a pesar de que en aquella sociedad las mujeres tenían una relevancia mucho menor que ahora. Pero Dios quiere manifestar su grandeza a través de quienes ponen su confianza en Él.

Hoy esta anciana Ana se siente inspirada por Dios y, al ver aquel Niño, alaba al Señor y le da gracias porque la misericordia de Dios se ha hecho realidad entre nosotros. Y no se contenta con expresarlo de una manera personal, sino que invita a otros, los que se encuentran por allí, a que también alaben a Dios.

Y termina esta parte del evangelio hablando de la vida familiar de Jesús con María y José. Habían cumplido con la ley. La vida familiar no es estar encerrados en sí mismos, sino que, además deben cumplir con la vida social y con los actos de la vida religiosa que nos unen a Dios también como comunidad. Pero lo importante es que todo eso nos ayude a crecer en el amor, en la entrega y en la gracia. Y esto lo insiste el evangelio en varios momentos: Jesús seguía dando gloria a Dios con su vida familiar sencilla de cada día. Es interesante constatar que, si Jesús empleó muchos años en su trabajo material y vida de familia, no es porque fueran menos importantes que los pocos años que empleó en su predicación, ni fueran menos fecundos para nuestra redención. Jesús recibió la mejor educación que entonces pudieron darle José y María: las manualidades, conocimientos de las costumbres y tradiciones del pueblo judío y sobre todo los valores e ideales que les animaban, que era todo lo relacionado con Dios. Esa es la mayor riqueza de una familia. No son perdidos los años que un joven está con su familia. Desgraciadamente a veces lo pueden ser. Pidamos a Jesús que nos enseñe a seguir creciendo siempre en sabiduría, pero sobre todo en la gracia de Dios, y a María que nos lo enseñe como le enseñó a Jesús.