Domingo de
Todos los años, el último
domingo del año, a no ser que coincida el mismo día de Navidad, celebramos la
fiesta de
Dios en sí es una familia
de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Un día, así lo esperamos,
contemplaremos la maravilla de esa Familia de Dios y seremos felices al vivir
la gran realidad del amor infinito. Nosotros hemos sido creados “a imagen y
semejanza de Dios”. Y esta imagen se hace patente en una digna vida familiar.
La imitación de Dios como familia se nos hace un poco lejana. Por eso hoy
Nosotros nacemos en una
familia. Pero según las condiciones de vida, las familias tienen rumbos muy
diferentes y a veces tan difíciles que parece imposible poder imitar a la
familia de Nazaret. Sin embargo hay algo esencial, que debe ir creciendo
siempre, y que nos debe llevar hacia el ideal que es
Estamos en el ciclo B de
nuestra liturgia y en este año se nos muestra en el evangelio el pasaje de
El anciano Simeón era un
hombre de esperanza: esperaba la liberación por medio del Mesías y siente la
inspiración interior. En las familias, como en todas las empresas humanas, hay
momentos de crisis. Debemos acudir a Dios para sentirle en nuestro corazón. Si
Jesús dijo que donde dos o tres se reúnen para orar allí está Dios en medio, de
una manera especial se debe aplicar a una familia. A Dios se le tiene que
derretir el corazón cuando ve toda una familia que acude en la plegaria.
Esto no quiere decir que
todo en la vida familiar va a ser fácil. El anciano Simeón profetiza que en esa
familia habrá dificultades, contradicciones, persecuciones, y hasta una espada
de dolor atravesará el corazón de María. Todo entra en el plano redentor.
Jesús, con su sufrimiento redentor, no quiso dejar fuera a su madre, sino que
la asoció en los sufrimientos y en la redención.
Si miramos a nuestras
familias, desgraciadamente encontramos muchas crisis. En varias naciones las
mismas leyes que se promulgan, poco favorecen a la unión y virtudes familiares.
En muchos falta una sincera y leal preparación. Hay demasiados vicios y falta
el verdadero amor, que está unido con el sacrificio y fe de cada día.
“El futuro de la humanidad
pasa a través de la familia”, decía el papa. Hoy es un buen día para ofrecerse
al Señor. No sólo ofrecer el hijo primogénito, sino ofrecerse toda la familia,
como harían José y María. Y bendecir al Señor. Allí también estaba una anciana
viuda, Ana, que alababa al Señor. La presencia en nuestra sociedad de familias
estables, donde reine el amor y la paz, debe ser un signo de bendición a Dios
poderoso y bueno, y un motivo para alabar a Dios, que distribuye semillas de su
luz y su amor entre nosotros. Si Jesús ha nacido entre nosotros, tengamos
esperanza de encontrar muchas de estas familias verdaderamente cristianas.