La Sagrada Familia/B

(Eclo 3, 3-7.14-17; Col 3, 12-21; Lc 2, 20-40)

La Sagrada Familia es singular e irrepetible, pero al mismo tiempo es “modelo de vida”

En este primer domingo después de Navidad, la liturgia nos invita a celebrar la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret. De hecho, cada pesebre nos muestra a Jesús junto a la Virgen y San José en la gruta de Belén. Dios ha querido nacer en una familia humana, ha querido tener una madre y un padre como nosotros.

Por tanto, la Navidad es por excelencia la fiesta de la familia. Jesús quiso nacer y crecer en una familia humana; tuvo a la Virgen María como madre; y san José le hizo de padre. Ellos lo criaron y educaron con inmenso amor. La familia de Jesús merece de verdad el título de ‘santa’, porque su mayor anhelo era cumplir la voluntad de Dios, encarnada en la adorable presencia de Jesús.

El evangelio nos presenta al niño Jesús, en los brazos de su madre, la Virgen María. La Sagrada Familia cumple lo que prescribía la Ley: la purificación de la madre, la ofrenda del primogénito a Dios y su rescate mediante un sacrificio. Esta escena nos habla del encuentro entre Jesús y su pueblo. Cuando María y José llevaron a su niño al templo de Jerusalén fue el primer encuentro entre Jesús y su pueblo, representado por dos ancianos, Simeón y Ana. Fue un encuentro entre los jóvenes y los ancianos: los jóvenes eran María y José, con el recién nacido; y los ancianos eran Simeón y Ana, dos personajes que frecuentaban siempre el Templo.

Observemos lo que el evangelista san Luca nos dice sobre ellos y como los describe: de la Virgen y de san José repite cuatro veces que querían hacer lo que prescribía la ley del Señor. Se toca, casi se percibe que los padres de Jesús ¡tenían la alegría de observar los preceptos del Señor! Son dos esposos nuevos, han apenas tenido a su hijo y están animados del deseo de cumplir lo que estaba indicado. Esto no es un hecho exterior, no es para sentirse en orden, no. Es un deseo fuerte y profundo, lleno de alegría. Es lo que dice el salmo: “En el camino de tus enseñanzas está mi alegría… Tú ley es mi delicia”.

¿Y qué dice san Lucas de los ancianos? Subraya más de una vez que estaban guiados por el Espíritu Santo. De Simeón afirma que era un hombre justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel, y que “el Espíritu Santo estaba con él”. Dice que el “Espíritu Santo le había anunciado” que antes de morir habría visto a Cristo, el Mesías; y en fin, que se dirigió al templo “movido por el Espíritu”.

De Ana dice que era una profetisa, o sea inspirada por Dios y que estaba siempre en el templo “sirviendo a Dios con ayunos y oraciones”. O sea, estos dos ancianos están llenos de vida, llenos de vida porque están animados por el Espíritu Santo, dóciles a su acción, sensibles a sus llamadas.

Este es el encuentro entre la sagrada familia y estos dos representantes del pueblo santo de Dios. Al centro está Jesús. Es Él que mueve todo, que atrae a unos y a otros al tempo, que es la casa de su Padre. Es un encuentro entre los jóvenes llenos de alegría por observar la ley del Señor y los ancianos llenos de alegría por la acción del Espíritu Santo. La observancia de la ley está animada por el mismo Espíritu, y la profecía se mueve en el camino trazado por la ley. ¿Quién más que María está llena del Espíritu Santo? ¿Quién más que ella es dócil a su acción?

A la luz de esta escena evangélica miramos a cada una de nuestras familias, llamadas a un permanente encuentro con Cristo: es Él que viene hacia nosotros hacia cada familia, traído por María José, y somos nosotros, cada familia que ha de dejarse encontrar por Jesús, para ser guiados por el Espíritu Santo. En el centro debe estar Jesús, y Él moverá todo; Él nos llama a todos al templo, a la Iglesia, donde podemos encontrarlo, reconocerlo, acogerlo, abrazarlo.

Queridos amigos…, ciertamente la Sagrada Familia es singular e irrepetible, pero al mismo tiempo es “modelo de vida” para toda familia, porque Jesús, verdadero hombre, quiso nacer en una familia humana y, al hacerlo así, la bendijo y la consagró. Encomendemos, por tanto, a la Virgen y a san José a todas las familias, para que no se desalienten ante las pruebas y dificultades, sino que cultiven siempre el amor conyugal y se dediquen con confianza al servicio de la vida y de la educación.