SOLEMNIDAD DE LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET -  CICLO B

LA FAMILIA NO ES TODO, PERO NADA SIN LA FAMILIA.

 

Pablo no solo tuvo la experiencia mística de la resurrección de Jesús que lo trasformó interiormente a él; sino que procuró por su predicación el mismo cambio interno en las personas, por el trasplante del Espíritu del resucitado en el bautismo; en orden a una nueva forma de vivir que el mismo Pablo llamaba: “Vivir juntos en el Señor-Jesús” o “estar en el espíritu”, como alternativa a la vida social o la sabiduría del “mundo” de su época. La comunidad es el cuerpo de Cristo animado por el Espíritu de Cristo. “Llamarse hermanos” era mucho más que referirse a los hermanos biológicos, por la responsabilidad, cuidado y solidaridad que implicaba tener entre los miembros de la comunidad. Ante la desintegración de la sociedad, sobre todo de Corinto, las comunidades constituían “una nueva familia”, “una nueva creación”, “una nueva era”. (Rom 8,1.2.9.14) Toda conversión de individuos para Pablo era conversión a una vida en comunidad. Así las comunidades eran cuerpo de Cristo animadas por el Espíritu de Cristo. “Su raíz y fundamento” no era de este mundo, la sociedad y el imperio.

PERFIL DE LA COMUNIDAD.

En la carta a los Colosenses que la iglesia ha tomado hoy como segunda lectura en la fiesta de la sagrada familia, Pablo concreta lo que es vivir en Cristo, ser cuerpo de Cristo, en familia: “Ser compasivos, humildes, afables y pacientes. Soportándose mutuamente y perdonándose cuando tengan quejas contra otros; como el Señor les ha perdonado a las comunidades; tengan el amor que es el vínculo de la perfecta unión. Que en la comunidad reine la paz de Cristo, como miembros de un solo cuerpo. Luego agrega en la carta el respeto en la familia, entre Mujer, Marido e Hijos.

Pablo no hubiese tenido ningún problema pastoral y menos doctrinal en agregar o iniciar la carta a los colosenses con el texto del Eclesiástico que la liturgia trae hoy como primera lectura: “La manera como el Señor honra al padre en los hijos y respalda la autoridad de la madre” Es el cuarto mandamiento del Decálogo. (Ex 20,12). El amor a los padres viene del segundo mandamiento, que es como el primero (Lev. 19,18; Mat. 22,39).

LA RESPONSABILIDAD COMPARTIDA EN FAMILIA

Desde la experiencia de comunidad, familia, cuerpo de Cristo, animada por el Espíritu en Pablo; no pudo ser difícil que a Lucas lo inspirara el mismo Espíritu para escribir a su comunidad el “evangelio de la sagrada familia”.

Para Lucas es importante señalar la comunión de José y María en relación a Jesús: Juntos parten de Nazaret a Belén, es su primer desplazamiento, Juntos están en Belén para el nacimiento de su hijo (Lc 2,6). Juntos María y José habían llevado al niño a Jerusalén para presentarlo en el templo (2,22); juntos se admiran de las palabras de Simeón (2,33); juntos lo buscan cuando se ha perdido (2,48) y ambos no comprenden lo ocurrido cuando les explica su relación con su padre Dios. (2,50). Ellos, si están en el designio del Padre, deben comprender y aceptarla relación de su hijo con su padre, Dios; pero incluso sabiendo Jesús y sus padres de la misión de su Hijo; El continuaba siendo hijo de José y María: “Partió con ellos y retornó a Nazaret y les era sumiso” (2,51). José vuelve a aparecer cuando la vida de su hijo está en peligro (Mt 2,16-18), para salvar al niño y a María llevándolos a Egipto. Además del desplazamiento ahora es una familia desterrada; cuando el peligro cesa, José los retorna a Galilea, Nazaret y Cafarnaúm (2,19-23), lugar de experiencia con los pobres. José y María, como padre y madre, fueron los salvadores del Salvador. Si la Encarnación de Dios en Jesucristo fue ser compasivo y humano; y todo lo de Dios pasa por medio de lo humano; José y María formaron como padres y en familia, a Jesús como Mesías, compasivo y humano. Hay una gran armonía entre María y José, manteniéndose perfectamente unidos, en comunión en su empeño de cuidar y educar a Jesús acompañándolo en su ejemplo y cuidado en su formación de Mesías. La paternidad legal que José tiene con Jesús va cambiando de acuerdo a la edad de su hijo.

DE NAZARET A HOY.

Desde Nazaret el hogar sigue siendo el lugar privilegiado de encuentro de las personas donde, en las pruebas cotidianas, se recrea el sentido de pertenencia. Gracias a los afectos auténticos de pareja, paternidad y maternidad, filiación y fraternidad, aprendemos a sostenernos mutuamente en las dificultades, a comprendernos y perdonarnos, a acompañar a los niños y a los jóvenes, a tener en cuenta, valorar y querer a los abuelos y a las personas con capacidades diferentes. Cuando hay familia se expresan verdaderamente el amor y la ternura, se comparten las alegrías y sus miembros se solidarizan ante las dificultades cotidianas, la angustia del desempleo y el dolor que provoca la enfermedad y la muerte. La familia de Nazaret además de revelarnos la vida íntima de Dios es el rostro humano de toda familia cristiana, la posibilidad de imitación de toda familia humana.

HOY SOMOS SIMEÓN.

De acuerdo a Pablo y Lucas, podemos decir que si en Navidad la Iglesia como María ha engendrado a Jesús en nuestro corazón por La Palabra; y lo hemos tenido como sacramento en nuestras manos, el sueño se ha hecho profecía. Ahora podemos decir como el adulto en la fe, el anciano Simeón: “Señor ya puedes dejar a tu siervo morir en paz, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu salvador; al que haz preparado para bien de todos los pueblos, luz que alumbra las naciones y gloria de tu pueblo Israel” (la Iglesia)

Si no nos hemos asombrado en Navidad como reacción normal a la revelación en nuestro interior del nacimiento de Jesús; puede ser que el corazón no la haya acogido por su costumbre en oírla, su despreocupación en acogerla, o el ruido y ofuscación de la fiesta. Lo cierto es que contamos ya con un Mesías dispuesto a hacernos más humanos, desde el momento en que queramos serlo.