Solemnidad.
Santa María, Madre de Dios (1 de enero)
La
Madre de Dios, el Salvador que trae la Paz
La
Iglesia celebra el primer día del año la solemnidad de Santa María,
Madre de Dios. Es una fiesta entrañable que permite profundizar el misterio
de la Navidad desde la contemplación de la Virgen María. "Cuando se
cumplió la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer" (Gál 4,4). Pablo resalta con una expresión solemne la importancia
del momento al que alude. Es el tiempo que viene y el que se ha cumplido de
parte de Dios. Y es que Dios ha enviado a su Hijo. No se trata de un hombre
adoptado por Dios como hijo, sino del que ya existía. Y además de enviar al
Hijo nos envía su Espíritu, el Espíritu del Hijo, para que los humanos seamos
también hijos adoptados por Dios, y por ser tales, vivamos con la certeza de
que somos herederos de las promesas y del favor de Dios y no sometidos a la
ley, de que somos libres y no esclavos de ninguna ley, de que hemos
sido salvados en el Hijo, un hijo que nos trae la verdadera paz. Por
eso el nombre de ese Hijo es Jesús, el Salvador, el
que le pusieron María y José, tal como había dicho el ángel antes de su
concepción (Lc 2,16-21) y por él se celebra
también la Jornada Mundial de la Paz.
En
el ambiente bíblico dar un nombre es significar el destino de alguien, perfilar
su carácter y orientar su actividad. Al Mesías le da el nombre el mensajero
divino. José y María actúan en nombre de Dios. El nombre de Jesús
significa "Dios salva" y a través de él percibimos la señal
inequívoca del Dios amor que, hecho hombre, acompaña y salva a las criaturas
humanas. Los pastores fueron corriendo y encontraron a María,
a José y al niño y después se convirtieron en los primeros mensajeros de
lo que habían visto. También nosotros hemos de contemplar en este niño la señal
de Dios con nosotros, del Dios que nos salva y hemos de
convertirnos en mensajeros y testigos de su persona y de los dones que él nos
trae como salvador, entre otros el de la Paz. Al igual que los
pastores, la admiración, la alegría y la alabanza a Dios por el Hijo
que ha nacido deben ser las actitudes fundamentales de estos días de
Navidad en todos los creyentes por poder acercarnos y conocer más a Jesús.
Pero
el envío del Hijo no tiene aspecto glorioso sino humilde, y su
humildad se refleja en dos rasgos esenciales, reflejados por Pablo en la carta
a los Gálatas: nacido de mujer y nacido bajo la ley. "Nacido
de mujer" muestra la enorme fragilidad de este hijo,pues
como todo mortal es corto de días, harto de inquietudes, como flor se abre y se
marchita..." (Job 14,1). Y además, como culmen de su abajamiento, está
sometido a una ley externa. Paradójicamente este Hijo consigue resultados
sumamente valiosos, pues rescata a los nacidos bajo la ley y convierte en Hijos
de Dios a los nacidos de mujer. El rescate de la ley al sufrir por nosotros la
pena de muerte injusta le llevó hasta la cruz, pero Jesús llevó a cabo esta
liberación de modo que su muerte propició una vida nueva. Ese modo consistió
en aceptar la muerte como entrega de la vida por amor (cf. Gál 2,20). Y desde entonces el amor es generador
de una nueva vida. Para conseguir esto el Hijo de Dios nace de una mujer y no
sólo rescata a los humanos sino que obtiene para todos la categoría de la
filiación divina por adopción. La razón de todo es que Jesús fue
concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María (Mt 1,18; Lc 1,27.35) y por eso es Hijo de Dios e Hijo de una Mujer,
María.
Al
darnos la adopción como hijos, cambia también nuestro corazón humano en todos
nosotros, pues Dios interviene con su Espíritu comunicando nueva vida y
haciéndonos partícipes de la vida nueva del Hijo Resucitado. Este Espíritu nos
capacita para establecer una relación filial con Dios como la del Hijo, por el
cual podemos llamar a Dios "Abba", "Papa",
"Padre". El Hijo Jesús es el Salvador y por la
fuerza de su Espíritu experimentamos la salvación. Ésta es la nueva
identidad de los humanos que ya podemos vivir el gran misterio de ser hijos de
Dios. La Iglesia hace coincidir la celebración de estos misterios con el comienzo
del año probablemente para destacar que cada año nuevo es una señal de
la plenitud del tiempo que supuso el nacimiento de este Jesús, el Mesías de la
Pascua e Hijo de Dios y de María, y de la repercusión que para la humanidad
tiene tal misterio al transmitir a los seres humanos su mismo Espíritu
de Hijo de Dios. Al empezar el año nuevo, nosotros lejos de divinizar
el paso del tiempo y de concederle al tiempo la potestad de marcar nuestro
destino y nuestra suerte, hemos de valorarlo en su justa medida, conscientes de
que su importancia radica en ofrecernos la posibilidad de crecer como
personas con dignidad y en libertad, desarrollando nuestras
potencialidades en la construcción de un mundo más justo y en paz.
El
mensaje del Papa Francisco en la Jornada Mundial de la Paz está dedicado a los
migrantes y refugiados y recuerda a los más de 250 millones de
migrantes en el mundo, de los que 22 millones y medio son refugiados. “Con
espíritu de misericordia, abrazamos a todos los que huyen de la guerra
y del hambre, o que se ven obligados a abandonar su tierra a causa de
la discriminación, la persecución, la pobreza y la degradación
ambiental” Francisco subraya que los conflictos armados y otras
formas de violencia organizada, el anhelo de una vida mejor y de encontrar
mejores oportunidades de trabajo o de educación son las causas de las
migraciones. Sin embargo en muchos países de destino se ha difundido
ampliamente una retórica que enfatiza los riesgos para la seguridad nacional.
Por ello el Papa advierte que “Los que fomentan el miedo hacia los migrantes,
en ocasiones con fines políticos, en lugar de construir la paz siembran
violencia, discriminación racial y xenofobia”, y afirma que “Las migraciones
globales no son una amenaza, sino […] una oportunidad para construir un futuro
de paz”. Y nos exhorta a todos a realizar cuatro grandes acciones: acoger,
proteger, promover e integrar a los migrantes y refugiados.
Nosotros
sabemos que el Señor del tiempo no es el hombre sino Dios, y
que el Espíritu de su Hijo, nacido de mujer, nacido de la
Virgen María, nos transmite su misma fuerza y su misma vida para que seamos
hijos e hijas en el Hijo y experimentemos la grandeza del Padre, que nos llama
a construir un mundo en paz, sobre todo, acogiendo, protegiendo, promoviendo e
integrando a los migrantes y a los pobres de toda la tierra. Al desearnos unos
a otros un feliz año nuevo no sólo nos deseamos éxitos y
prosperidad, sino un corazón nuevo para que seamos capaces de
afrontar toda adversidad con el Espíritu que nos comunica Jesús, el Salvador.
Ese espíritu es liberación de todo tipo de esclavitudes, fortaleza en
la resistencia ante el sufrimiento, amor solidario volcado
sobre los últimos y los inocentes, coraje apasionado en el
compromiso por la justicia y en el sacrificio personal a favor de los otros,
una enorme capacidad de entrega y una sobredosis
colmada de ilusión y de alegría.
Para
ti y para los que contigo caminan desde el principio de este año 2018 éstos son
mis deseos y todos van incluidos en la bendición de aquella preciosa
formulación bíblica: "Que el Señor te bendiga y te proteja, ilumine su
rostro sobre ti y te conceda su favor: El Señor se fije en ti y te conceda la
paz" (Num 6,22-27).
José
Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura