CICLO A
TIEMPO DE NAVIDAD
SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS
En este día primero del año celebramos la solemnidad
de Santa María
Madre de Dios. Es realmente madre no sólo de la
naturaleza humana de
Cristo. Lo es, sobre todo, de su Persona, la de Dios
Hijo. “María es
verdaderamente "Madre de Dios" porque es
la madre del Hijo eterno de
Dios hecho hombre, que es Dios mismo” (Catecismo 509).
María es la mujer
que "acogió en su corazón y en su cuerpo al Verbo de
Dios y dio la Vida al
mundo"; y por esta razón "es reconocida y
venerada como verdadera Madre
de Dios" (Vaticano II, LG 53).
Ya en el siglo III los cristianos de Egipto se
dirigían a María con esta
oración: "Bajo tu protección nos acogemos, santa Madre
de Dios…”. En el
siglo IV, el término Theotokos
(Madre de Dios) formaba parte de la fe y la
piedad de la Iglesia. El concilio de Éfeso (año 431), al
afirmar la
subsistencia de la naturaleza divina y de la
naturaleza humana en la única
persona del Hijo, proclamó a María Madre de Dios. “Este es el
título principal
y esencial de la Virgen María. Es una cualidad, un
cometido, que la fe del
pueblo cristiano siempre ha experimentado, en su tierna y
genuina devoción
por nuestra madre celestial” (Papa Francisco).
La expresión Theotokos
literalmente significa "la que ha engendrado a
Dios". Escuchamos en la segunda lectura que
“cuando llegó la plenitud de
los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer
para que
recibiéramos el ser hijos por adopción”.
Orígenes (185-254) hace la
siguiente observación: "Mira bien que no dice: nacido a
través de una
mujer; sino: nacido de una mujer". Estas palabras del
antiguo escritor
cristiano son comentadas por el Papa Benedicto XVI: “si el Hijo
de Dios
hubiera nacido solamente a través de una mujer, en realidad
no habría
asumido nuestra humanidad, y esto es precisamente lo que hizo
al tomar
carne de María”. En el Credo proclamamos esta verdad de fe:
Creemos que
Jesucristo, Dios de Dios, de la misma naturaleza que
el Padre, “por obra
del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen, y se
hizo hombre”.
La maternidad de María se refiere solamente a la
generación humana del
Hijo de Dios y no a su generación divina. El Hijo de
Dios desde toda la
eternidad fue engendrado por Dios Padre. En esa generación
eterna María
no intervino para nada. Su maternidad se refiere a Dios
Hijo, la segunda
Persona, que, al encarnarse, tomó de María la
naturaleza humana. Por ello
María es Madre de Dios. Cristo es el Hijo eterno de
Dios; y cuando llegó la
plenitud de los tiempos, comenzó a ser también hijo de una
mujer, de
María. “La maternidad es una relación entre persona y
persona: una madre
no es madre sólo del cuerpo o de la criatura física que
sale de su seno, sino
de la persona que engendra. Por ello, María, al haber
engendrado según la
naturaleza humana a la persona de Jesús, que es persona divina,
es Madre
de Dios” (Juan Pablo II).
Madre
Virgen: El Papa Juan Pablo II en su Catequesis del día 10 de julio de 1996
decía que “los evangelios contienen la afirmación explícita de una concepción
virginal de orden biológico, por obra del Espíritu Santo”. El Catecismo de la
Iglesia Católica (n. 496) nos recuerda que la Iglesia hizo suya esta verdad ya
desde las primeras formulaciones de la fe. El mismo Catecismo (n. 510) cita una frase de San Agustín (354-430):
María "fue Virgen al concebir a
su Hijo, Virgen durante el embarazo, Virgen en el parto, Virgen después del
parto, Virgen siempre" (Sermón 186, 1). Los Santos Padres, ya desde el principio, hablan
explícitamente de una generación virginal de Jesús real e histórica, no
solamente moral. En la fórmula de la definición como dogma de fe de la Asunción
de María en cuerpo y alma a los cielos
(Papa Pío XII, 1-11-1950) se afirma explícitamente refiriéndose a María: “La Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen”.
Y concluye el Papa Juan Pablo II en la catequesis antes citada: “la virginidad
de María está íntimamente vinculada a su maternidad divina y a su santidad
perfecta”.
También hoy se nos propone el misterio del nacimiento
del Señor y la trascendencia que tiene para nosotros. “¡Qué admirable
intercambio! El
Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace
de una virgen y,
hecho hombre sin concurso
de varón, nos da parte en su divinidad”
(primeras vísperas de hoy,
Antífona).
Dios se hace hombre: la eternidad entra en el tiempo y
la historia humana
se abre a la
plenitud de Dios. En Cristo se unen el tiempo y de la eternidad.
“El Eterno comparte nuestra vida temporal” (Prefacio
II de Navidad). Y “por
esta unión
admirable nos hace a nosotros eternos” (Prefacio III de
Navidad). Injertados en Cristo, el Hijo eterno de
Dios, recibimos la vida de
Dios, somos hijos de Dios. Nuestro tiempo es ya el
tiempo de Dios: la
eternidad.
El nacimiento de Jesús es el centro de la historia.
Contamos el tiempo
«antes» y «después» de
Cristo. Es el punto de referencia para los años y los
siglos en los que se
desarrolla la acción salvadora de Dios. Con su vida, con
su muerte y con
su resurrección, Cristo reveló de modo inequívoco que el
ser humano no
existe para la muerte sino “para la inmortalidad”. El Niño
Jesús es el nuevo Sol que ha surgido en el horizonte
de la humanidad.
El tiempo del hombre participa de la eternidad divina.
Este destino se nos
propone al comienzo de
cada año. Y así se Ilumina el valor del tiempo que
pasa
inexorablemente. Nos preguntamos: ¿Qué sentido tiene el tiempo? No
hay lugar para la
angustia frente al tiempo: Hoy arranca un nuevo año de la
historia de nuestra
salvación. Es el valor cualitativo, no sólo cuantitativo
del tiempo. Somos
hijos de Dios: su Espíritu que es amor ha sido
derramado en nuestros
corazones, gracias al nacimiento en el tiempo de su
Hijo único. También Hijo verdadero de Santa María
siempre virgen. En el
comienzo de este año
hemos de confiar en Dios, que nos ama
infinitamente, por quien
vivimos y a quien nuestra vida se orienta,
caminando por este valle
de lágrimas bajo el amparo y la protección de la
Madre de Dios, Santa María. “Confía el pasado a la
misericordia de Dios, el
presente a su amor, el
futuro a su providencia” (san Agustín).
Hoy es también la Jornada Mundial de la Paz: Cristo es
nuestra paz. Es el
Hijo de María, Reina de la Paz. Él ha traído la
semilla de la paz: el amor,
que es más fuerte
que el odio y la violencia. Recibiremos el don de la paz,
si nos abrimos a
Cristo. Y nos acogemos a la Madre de Dios, Santa María,
Reina de la Paz.
¡Dichosos los que trabajan por la paz!
¡Feliz Año Nuevo a todos!
MARIANO ESTEBAN CARO