6 de
Enero: Lc 4, 14-22ª
En este
día 6, en algunos lugares y naciones se celebra la fiesta de
Jesús ya tenía cierta fama
de predicador. Había comenzado a predicar el “Reino de Dios” por toda aquella
comarca y viene a su pueblo, donde se había criado. Para sus vecinos era un
joven bueno, pero trabajador. Lo que habían escuchado de otros sobre la sabiduría
y el nuevo “espíritu” de Jesús era para ellos una novedad. Llega el sábado
cuando principalmente los hombres se reúnen en la sinagoga para rezar salmos,
escuchar la palabra de Dios y alguna explicación. Parece ser que había una
costumbre de que el acto se dividía en dos partes: en la primera se leía algo
de
Esas palabras, como todas
las demás las decía el profeta Isaías sobre la misión que Dios le estaba dando
en ese momento; pero tendrían una aplicación superior en Jesús. Está descrito
de una manera muy gráfica lo que entonces sucedía. De una manera pausada y
solemne Jesús volvió a enrollar el pergamino y lo devolvió al “sacristán”. Y
toda la gente tenía los ojos puestos en Jesús, cuando éste se sentó en sitio
especial para pronunciar la homilía. San Lucas no nos pone toda la explicación;
pero da un pequeño resumen que es muy significativo y
comprometedor: “Hoy se cumple esta escritura que acaban de oír”. En ese momento
comentaría no sólo lo que es el Reino de Dios, que es sobre todo el hacer el
bien, sino lo que en realidad el mismo Jesús está realizando en su vida y lo
que quiere para todos.
Lo que Jesús hace es una
verdadera liturgia en que proclama el cumplimiento del designio del Padre en el
hoy de la vida y de la asamblea. Jesús define claramente su misión como una
proclamación del amor gratuito de Dios a todo ser humano. Por esto no podía
caer bien a los que creían que Dios odiaba a los paganos. Jesús nos enseña el
programa de un amor real, fundamentado en Dios, pero realizado en verdad con
nuestros semejantes.
No sin razón hoy en la
primera lectura, siguiendo el capítulo 4º de la primera carta de san Juan, como
en días pasados, nos habla también del amor. Y nos dice que, si Dios es amor, es
para que nosotros correspondamos de la misma manera, con amor. Pero no basta
con decir que se ama a Dios. Para que sea verdad, debemos manifestarlo con el
amor a los hermanos. De tal manera tiene esta persuasión el evangelista que de
forma contundente pronuncia que quien dice amar a Dios y aborrece a su hermano,
es un mentiroso. Podía haber dicho sólo que se equivocaba. Y continúa diciendo
que cómo va a amar a Dios, a quien no ve, si no ama al hermano a quien está
viendo.
Esta es la enseñanza que
hoy dirige Jesús a sus paisanos, y nos dice a nosotros, en este su primer
discurso público oficial. Esto lo hizo llevado por el “Espíritu”. Que este
Espíritu de Dios nos guía en nuestras actuaciones, sobre todo cuando tengamos
que enseñar a otros cómo es verdaderamente el Reino de Dios.