1ª semana del tiempo ordinario. Viernes: Mc 2, 1-12

Jesús había caminado mucho, predicando y haciendo el bien, y al llegar a Cafar- naúm se sintió en casa, porque allí vivían sus amigos Pedro y Andrés. Pero la gente comenzó a entrar en la casa, pues querían escuchar a Jesús. No todos eran gente sencilla; también había un grupo de escribas representando a los fariseos, que habían venido de Jerusalén para inspeccionar lo que Jesús hacía y decía. Ya no cabían más dentro; pero había cuatro hombres llenos de fe que a toda costa querían hacer llegar a un paralítico ante Jesús. Y como no podían entrar por la puerta, pensaron entrar por el techo. No era del todo muy difícil, pues solía haber una escalera externa que daba a una terraza y podían ir quitando las losetas de pizarra o las tejas, para desde allí descolgar al enfermo. Jesús quedó admirado por la fe de aquellos hombres.

Ellos, juntamente con el enfermo, buscaban la salud del cuerpo y sin embargo lo primero encontraron la salud del alma. Esto pasa con mucha frecuencia en los santua-rios y en otras ocasiones por la oración. Cuando uno pide a Dios con mucha fe una gracia material, como puede ser la salud corporal, suele suceder que no se consigue esa gracia (quizá en ese momento no nos convenga), pero, si la fe es verdadera, sale con una mayor gracia interior, que vale mucho más que la gracia externa.

¡Qué vería Jesús en el corazón de aquel enfermo cuando le dice lo primero: “Tus pecados te son perdonados”! Es posible que aquel enfermo tuviera un sentimiento de culpabilidad, ya que solían decir que la enfermedad provenía de algún pecado. Jesús, aunque no lo admitía, se fijó en la fe para curarle el alma antes que el cuerpo. Hay algo impresionante en esa fe, ya que el evangelio dice: “viendo la fe de aquellos hombres”. Nos quiere decir que la gracia como el pecado tiene un sentido social, además del particular. Aquel paralítico se curará en el cuerpo porque aquellos hombres tienen la valentía de meterle por el techo; pero también se cura en el alma porque aquellos son hombres de fe. ¡Cuánto podríamos hacer unos por otros con nuestra fe! Claro que para ello hace falta que el enfermo se deje llevar. Pasa muchas veces que quisiéramos que un familiar o amigo, apartado de la religión, se acercara a Jesús. Nada podremos hacer si el enfermo en el alma no se deja llevar. De todas las maneras es necesario insistir y seguir teniendo esa fe y confianza, como tuvieron tantos santos, como tuvo santa Mónica, aun con lágrimas, para con su hijo san Agustín. Así nos lo enseña santa Teresita del Niño Jesús y tantas almas sacrificadas en vida de clausura.

A los escribas que estaban allí no les pareció nada bien lo que había dicho Jesús. Esas palabras se podían haber entendido como una declaración de que Dios le perdonaba; pero los fariseos lo entienden como una blasfemia, pensando que Jesús está suplantando al mismo Dios, que es el único que puede perdonar. Jesús en su vida tendría muchas discusiones con los fariseos, porque éstos tenían una religión muy rígida y nada parecida al Dios misericordioso, que no es un ser lejano y solitario, sino que se acerca a nosotros con su bondad, de tal manera que hasta puede delegar ese poder de perdonar en su Iglesia, como se hace en el sacramento de la confesión o reconciliación. Jesús era el mismo Dios que ha venido a derramar sus misericordias. Allí demuestra poseer ese poder curando a aquel paralítico. El poder llevar la camilla era la demostración palpable de su curación.

En la vida encontramos muchos paralíticos espirituales: Ellos no son capaces por sus fuerzas de acudir a las cosas de la fe: Quizá por la vergüenza o por ignorancia. Necesitan personas de fe que les dirijan hacia algún encuentro que les anime o que les dé luz en el espíritu. Esto es lo que suele suceder en misiones populares o en otros movimientos apostólicos. No hace falta tener mucha instrucción. Hace falta tener fe y confianza en la gracia de Dios, porque todos pertenecemos a un mismo “cuerpo místico” donde Cristo es la cabeza y es la verdad y la vida.