1ª semana del tiempo ordinario.
Sábado: Mc 2, 13-17.
Comienza el evangelio de
este día mostrando las andanzas normales de Jesús por la zona junto a la orilla
del mar de Tiberíades. Era junto a Cafarnaún, pueblo importante de la zona, donde había por lo
menos un puesto para los impuestos. Allí estaba un hombre bueno, que por eso le
llamó Jesús.
El evangelio de este día
nos dice que, en el lugar donde se cobraban los impuestos, Jesús vio a un hombre
llamado Leví. Así lo dice también san Lucas. Sin embargo san Mateo, que era el
mismo Leví, se llama desde el principio Mateo. Es posible que tuviera los dos
nombres; pero también es muy posible, como dicen algunos entendidos, que su
primer nombre fuera Leví, y que Jesús se lo cambió, como hizo con Pedro, ya que
Mateo significa “don de Dios” o “regalo de Yahvé”. Por eso en todas las listas
de apóstoles figura como Mateo. Y es de comprender que a San Mateo le gustase
tanto el nombre puesto por Jesús, que a sí mismo se nombró como Mateo desde el
primer momento.
El oficio de recaudador de
contribuciones era odioso para la gente: Para unos porque colaboraba con los
opresores, que eran los romanos; por eso para los fariseos eran pecadores e
impuros por estar en contacto con los extranjeros y con las monedas romanas.
Para otros eran odiosos porque, al cobrar los impuestos, se solían aprovechar
de la gente y cobrar algo más para ellos, con lo cual se enriquecían a costa de
la gente pobre. Mateo parecía buena persona. Dios mira sobre todo el corazón.
Seguramente que antes de la última y definitiva llamada, Jesús habría tenido
con Mateo algunas conversaciones, ya que Jesús estaba más tiempo en Cafarnaún que en otros pueblos. Era la manera de actuar
Jesús con Pedro y otros apóstoles. Primeramente estaban con Jesús un tiempo,
mientras seguían en sus trabajos de cada día, hasta que venía la definitiva
llamada, que era estando en sus propios trabajos.
Jesús le llama y Mateo deja
todo: su trabajo, su dinero, su hogar. Mucho le tuvo que costar, porque mucho
cuesta cuando por delante está el dinero y las amistades. Sin embargo tenemos una lección maravillosa en esta respuesta de
Mateo a la llamada de Jesús. Es la alegría en la respuesta. Organiza un
banquete para despedirse de sus amigos, que eran los compañeros en su oficio, y
para presentar en ese banquete a sus nuevos amigos, Jesús y los apóstoles, que
parecerían en aquel ambiente como unos pobres hombres sin porvenir. Esta
alegría en la respuesta a Jesús es algo que debemos meter muy profundamente en
el alma. Muchas veces, quizá en un cursillo o en ejercicios espirituales o en
cualquier ocasión importante en nuestra vida, como puede ser la recepción de
algún sacramento, le hemos dicho sí al Señor. Pero hay muchas maneras de decir
“sí”: desde quien lo dice por un compromiso humano o por una especie de manda,
como queriendo comprar al Señor, hasta el que lo dice con el corazón ardiente y
contento hacia Dios.
Por allí andaban los
fariseos y, claro, no les gustó que Jesús comiera con los pecadores. No se callaron sino que se lo
dijeron a algunos apóstoles; pero Jesús lo oyó. Y les hizo un elogio irónico:
“No he venido para los sanos, sino para los enfermos”. Y luego nos da a todos
su mensaje: Es mucho más importante la misericordia, las obras de caridad, que
muchos actos de culto sin caridad, aunque se diga que son en honor a Dios.
La enseñanza principal de
hoy es que todos debemos seguir a Jesús en el puesto que tengamos; pero si
sentimos que Dios quiere algo especial de nuestra vida, sepamos entregarnos con
alegría. Dios pide, pero da mucho más, porque nadie gana a Dios en generosidad.
Seamos valientes y decididos en lo que más vale la pena, que es nuestra
salvación y colaborar con Dios en la salvación de la humanidad, que es trabajar
por el bien de nuestros hermanos.