D O M I N G O   II    (B)   (Juan, I, 35-42)

“Este es el verdadero Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”.

- La Palabra de Dios es “siempre vieja y siempre nueva”, porque no pierde actualidad y porque siempre es rica y sugerente para los hombres de todas las épocas.

- Entre los muchos temas que sugiere el Evangelio de hoy, mi atención ha quedado prendida en esa presentación que Juan Bautista hace de Jesús a sus discípulos: “Eh ahí el Cordero de Dios......”. Esta afirmación es una profética referencia al Sacrificio de Cristo en la Cruz que lo constituiría en el perpetuo “Cordero de Dios” que ofrecemos  en el Sacrificio de la Santa Misa.

- ¿Por qué usaban animales en los sacrificios de la Antigua Ley?

   La mayor inmolación que el hombre podría ofrecer a Dios, en reconocimiento de su supremacía y en desagravio de sus pecados, sería el sacrificio de la propia vida. Pero eso, lo prohíbe el 5º Mandamiento. De ahí que el hombre recurriera al sacrificio de animales, de un ser vivo que, de alguna manera, representara la inmolación de su propia vida y los ofrecieran en reconocimiento de la supremacía de Dios y en reparación de sus pecados.

- Entre todos los animales el cordero fue la víctima más usual. De hecho, en la Pascua judía, (en la que Cristo participó muchas veces), el sacrificio del cordero pascual constituía un momento culminante de la fiesta.

- Pero aquellos sacrificios, aunque agradables a Dios, no pasaban de ser una expresión de buena voluntad. ¡No tenían en sí capacidad para realizar lo que intentaban! Pero, sin ellos imaginarlo, aquellos corderos iban a ser una imagen y figura del SACRIFICIO que instauraría Cristo, y que profetizaría Malaquías cuando anunció: “llegada la plenitud de los tiempos, ya no serán agradables a Dios más sacrificios que, el de la hostia inmaculada”.

- Y esto es lo que Juan Bautista, señalando a Jesús, anuncia a sus discípulos: “Eh ahí el verdadero Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”.   ¡Lo que no podían lograr aquellos sacrificios de la Antigua Ley, sí lo va a realizar plenamente la inmolación en la Cruz del Cordero Inmaculado, que es el mismo Cristo que se inmola cada día en el Santo Sacrificio de la Misa.

- Este Sacrificio, ¡sí que quita, realmente, los pecados del mundo! Y, algo más inaudito y maravilloso. Los que participaban en aquellos sacrificios, comiendo un poco de aquel cordero ofrecido a Dios, “se hacían la ilusión” de participar, de alguna manera, de la Divinidad. Nosotros en la Comunión,  - según las propias palabras de Jesús - ¡“no fantaseamos”!, sino que, ¡comemos realmente a Dios, de una manera misteriosa e inefable!      

                                                                                                     Guillermo Soto