2ª semana del tiempo
ordinario. Lunes: Mc 2, 18-22.
Cuando san Marcos está
transcribiendo estas palabras de Jesús, les quiere decir a su comunidad que el
cristianismo no es una especie de modificación o mejoramiento del judaísmo,
sino que es un cambio radical. No vale poner un remiendo nuevo a un vestido
viejo, sino que hay que ponerse un vestido nuevo. Es lo que diría san Pablo con
aquello de “revestirse del hombre nuevo”. Es lo mismo, para los que entendían
de vinos con aquello de: “A vinos nuevos, odres nuevos” (o “cueros nuevos”).
Esto lo dijo Jesús a
propósito de un reclamo que le habían hecho los fariseos sobre las prácticas
del ayuno. Resulta que, aunque la ley de los judíos sólo ordenaba ayunar en un
día especial del año, los fariseos especialmente se habían hecho sus leyes para
ayunar todas las semanas. También lo hacían los discípulos de Juan Bautista.
Los discípulos de Jesús no lo practicaban quizá porque no estaban muy metidos
en prácticas religiosas, quizá porque veían que Jesús se fijaba más en las
actitudes del corazón que en prácticas concretas. El hecho es que los fariseos
lo notaron y se lo hicieron saber a Jesús. Es posible que Jesús les diera aquí
otras razones explicando lo del vestido nuevo y odres nuevos; pero aquí expone
la razón del Esposo.
Resulta
que una de las razones de los ayunos, especialmente los discípulos del Bautista
era la espera del Mesías. Querían con ello expresar la insatisfacción de los
tiempos presentes y espera de tiempos mejores. Todo eso, dice Jesús, no tenía
sentido ya, pues esos tiempos habían llegado ya. Jesús es el “esposo” que está
con nosotros: es la manifestación del amor de Dios. Hoy en la primera lectura
aparece Dios como el esposo de su pueblo lleno de amor. Jesús les dice a sus
apóstoles que este vestido nuevo y vino nuevo nos recuerdan el banquete nupcial
al que nos convida el Señor. Nuestra religión no es un conjunto de prácticas,
sino una nueva vida en el amor, aunque para vivir esa vida de amor
necesitaremos algunas prácticas.
De hecho la vida cristiana
es a la vez fiesta y lucha. Fiesta porque vivimos la presencia de Dios por
amor, porque celebramos la eucaristía y demás signos de amor de
Jesucristo vivo entre nosotros, y es lucha también para poder ser fieles a ese
amor y para que esté más presente ese amor en la vida de todos los hombres. La
lucha será necesaria en nuestra vida, porque, para llegar al verdadero espíritu
de fiesta con Jesús en
Lo que molestaba a Jesús en
las prácticas externas de ayuno que hacían los fariseos, como puede ser quizá
en nosotros, era que lo hacían para adquirir “méritos” ante Dios (o ante la
gente), sin preocuparse en adquirir una mayor relación de amor con Dios y con
el prójimo. Al realizar esos ayunos externos buscaban su complacencia egoísta,
y por eso la virtud era aparente, hueca y podrida por dentro, porque les
faltaba el amor. Jesús nos enseña que el ayuno que
La religión de Jesús era una novedad o podemos
decir que tenía un carácter revolucionario, no por el hecho de que se saltase
las normas, sino que pretende cambiar la realidad más profunda de la vida del
ser humano. Cuando llamamos a Jesús “el Señor”, es porque El es la norma, el
criterio, el camino que debemos seguir. Por ello debemos dejar nuestras normas
y criterios propios. No es fácil. Los judíos condenaron a Jesús en nombre de
Dios, porque de sus ideas y criterios hicieron sus ídolos, dejando al Dios del
amor, que es nuestro Padre.