2ª semana del tiempo ordinario. Martes: Mc 2, 23-28

      Hoy nos da Jesús una enseñanza, que es básica entre todos sus mensajes: Que la caridad y el atender a las necesidades vitales del ser humano está por encima de todas las leyes externas. Se trataba de la ley del sábado. Dios les había dado una ley, que en el día del sábado (que significa “día de descanso”) debían honrar a Dios. La ley era un poco general y era para favorecer no sólo al culto a Dios, sino para dar descanso a las personas y poder seguir la vida con mayor alegría. El hecho es que las escuelas farisaicas iban interpretando la Ley de Dios de manera cada vez más estricta y rigurosa, de modo que a la ley principal iban añadiendo muchas leyes pequeñas, que para la gente sencilla les era muy difícil aprender. Por eso los fariseos creían que la gente sencilla vivía en constante pecado. Para poder cumplir bien la ley del descanso sabático, en el tiempo de Jesucristo, debían cumplir 39 leyes pequeñas, o mejor dicho: había 39 formas de violar el sábado. Entre ellas estaba el recoger espigas, que para los fariseos era una consecuencia de la prohibición de segar o cosechar. Este es un hecho concreto, pero indica toda una manera de ver la relación con Dios.

Todo estaba más o menos tranquilo hasta que algunos fariseos, que siempre andaban espiando, advirtieron que los discípulos de Jesús, un sábado que pasaban entre espigas ya maduras, cogían algunas para comer. Se ve que tenían hambre. Enseguida vino la acusación: eso estaba prohibido. Pero Jesús, el hombre bueno, defiende a sus discípulos. Y al defenderlos nos da una gran lección.

Una cosa es obedecer la ley de Dios y otra es que se pase por encima de las necesidades principales del ser humano. La ley del sábado había sido dada a favor de la libertad y de la alegría del hombre; pero si esa ley le quita la verdadera alegría al hombre, es que algo falla en el pronunciamiento de esa ley. Y no era sólo la ley del descanso, sino que pasaba también con otras. Por eso Jesús, para defenderse, les recuerda a los fariseos lo que había hecho el rey David, que era ejemplo de lo bueno, y los suyos: Como tenían hambre y no tenían otra cosa para comer, tomaron los panes que por estar en el templo como panes sagrados, eran sólo para los sacerdotes.

El sábado (para nosotros el domingo, día del Señor) está pensado para el bien del hombre: Primero para que tengamos tiempo de encontrarnos más tranquilamente con Dios; pero también con la comunidad, con la naturaleza y con nosotros mismos. El descanso es un bien necesario. Nosotros los católicos tenemos la ley del cumplimiento de la Misa y el no trabajo; pero todo es relativo, pues antes está el amor y la caridad. El nuevo Código de las leyes de la Iglesia dice así sobre el domingo: “El domingo los fieles tienen obligación de participar en la misa y se abstendrán además de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo” (c.1247). Como ven, el descanso es primero para dar culto a Dios, y en ese culto la Eucaristía tiene un lugar privilegiado; pero también es para poder tener una mayor alegría.

¡Cuántas injusticias se han cometido en nombre de las cosas santas! Y ¡Cuánto se ha faltado al amor y la misericordia en nombre de la justicia! Jesús nos dice hoy que el hombre no ha sido creado para las leyes, sino que las leyes deben ser hechas para el bien del hombre. Nuestra tarea, de parte de Jesús, es sobre todo el amor y la misericordia, que van más allá de la justicia. Aquellos fariseos se consideraban como los guardianes oficiales de la ley, y la ley era para ellos la última referencia para saber si algo era pecado o no. Pero Jesús, que se preocupaba, siempre que podía, en cumplir las leyes israelitas, nos dice que por encima está el amor. De hecho el amor es mucho más exigente que las prescripciones sobre el culto. Nos enseña que la vida del ser humano es más preciosa para Dios que las mismas leyes, y que respetar la vida y estar a favor de la vida humana es el mejor acto de culto en honor a Dios.