2ª semana del tiempo ordinario. Miércoles: Mc 3, 1-6

Antes de la escena, de la que nos habla hoy el evangelio, había tenido Jesús un pequeño problema con los fariseos, pues al pasar por un sembrado los discípulos habían cortado algunas espigas para comer, ya que tenían hambre. Esto estaba permitido entre los judíos en seis días a la semana. El problema estaba en que era sábado y debían guardar estrictamente el descanso sabático. Jesús les había dicho a los fariseos: “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado”. Con esto Jesús proclamaba, como se decía ayer, que, por encima de todas las leyes externas, que son para orientar nuestra vida, está la ley de la caridad. Y que en la ley no hay que mirar sólo lo externo, la letra, sino el espíritu de la ley, pues la ley sin espíritu oprime y termina por destruir al hombre.

También les había dicho Jesús: “El Hijo del hombre es dueño del sábado”. Con ello quería indicar que tiene autorización para decirnos qué es lo que Dios quiere y qué es lo que tiene más importancia. Esta enseñanza la va a dar de una manera más real. Como día de sábado entraron en la sinagoga para escuchar la palabra de Dios. Pero Jesús aprovechó la oportunidad para darnos su enseñanza, de que por encima de nuestras leyes externas está el amor. Jesús cumplía en lo posible las leyes de Moisés, como el descanso sabático; pero mirando al espíritu de la ley, debían saber que era un descanso para poder honrar más a Dios, pero también para poder tener más alegría.

En la sinagoga había un hombre con la mano seca. Seguramente sufriría por no poder trabajar para ayudar a su familia; pero sería un hombre religioso, pues estaba allí para escuchar la palabra de Dios. Jesús sabía que los fariseos estaban acechando para ver si hacía algo contra la ley. De hecho la ley hablaba del descanso en general; pero los maestros (sin ponerse de acuerdo entre ellos) habían determinado 39 formas en que se podía faltar a esa ley, entre las que estaba el curar a una persona. Jesús se dirige a los fariseos y les dice: “¿En sábado se puede hacer el bien?” Ellos se quedan callados, porque la envidia y el rencor les ciega. Jesús llama al hombre de la mano seca y delante de todos le cura. Jesús emplea menos trabajo que lo que había supuesto la discusión anterior, en la que habían participado los fariseos.

Antes de curar la mano seca, Jesús les dirige a los fariseos una mirada llena de indignación y tristeza. Algunas traducciones dicen: “Una mirada airada” o llena de ira. No podía ser con ira, que es un pecado, sino indignado y sobre todo “triste”, como dice el evangelio, por la dureza del corazón. Cuando hay rencor en el alma, todo lo que hace el adversario parece malo, cuando en realidad, examinando con tranquilidad, vemos que en muchas cosas tiene razón. El odio y la envidia cierran el corazón y también la inteligencia para comprender con rectitud. Jesús nos enseña a solucionar las disputas o desavenencias con el amor, que sí es una ley obligatoria y para siempre.

En la ley del descanso sabático los judíos tenían algunas excepciones. Por ejemplo; salvar a uno en peligro de muerte; pero aun en esto diferenciaban si era judío el que estaba en peligro o era un infiel. También el ayudar a una mujer en parto o en casos de incendio. Jesús cambia el modo de entender la regla, pues nos dice que se puede y debe hacer el bien aunque la otra persona no esté en peligro de muerte. Es como proclamar el valor absoluto del amor, que será su principal mandamiento.

Los fariseos endurecieron más su corazón, pues saliendo de allí tramaban la manera de perder a Jesús. Ellos decían tener una razón, ya que entre sus pequeñas leyes esclavizantes para las personas, estaba la que decía que si una persona ya había sido advertida y violaba de nuevo el descanso sabático, era reo de muerte. Si hubieran tenido amor a las personas, deberían haberse alegrado al ver aquel hombre sano, que podía ya ser más útil en la vida. Es una gran enseñanza para nosotros:  Debemos saber alegrarnos con quien se alegra y ayudarle para que siga adelante.