2ª semana del tiempo ordinario. Viernes: Mc 3, 13-19

Jesús vino a salvarnos; pero, como debemos cooperar con nuestra fe, necesita evangelizar o mostrar la buena nueva a la humanidad. Él no es ningún superhombre, sino un verdadero hombre con flaquezas, menos el pecado. Y entre las flaquezas humanas está la temporalidad de la vida. Jesús debía morir; pero debía dejar puestos los cimientos para que el edificio espiritual de la Iglesia fuese creciendo. Por eso instituyó el “colegio” de los 12 apóstoles. Ellos serían como el cimiento de donde procederían el papa y los obispos, organización externa para que la Iglesia progrese.

Para ello se pasó la noche “orando”. Esto lo cuenta otro evangelista. San Marcos nos dice que “subió al monte”. El monte para los israelitas es un sitio muy apto para orar, pues se sienten más cerca de Dios. El monte es también el lugar de las grandes decisiones. Es como si se pusiese a otear el horizonte. Desde el monte se ve mejor el panorama. Es expresión de ver mejor las intenciones y el espíritu.

Dice el evangelio que “llamó a los que quiso”. La iniciativa la tiene Jesús. De hecho toda vocación en la Iglesia, aunque necesite una respuesta comprometida, es primeramente una llamada de Dios, manifestada a través de los ministros cualificados dentro de la Iglesia.

Designó a doce. Para los israelitas el número doce era muy importante. Significaba el conjunto de todo el pueblo de Israel. Jesús nombra a doce como quedando claro que estaba instituyendo el nuevo pueblo de Dios.

Les elige primeramente para “que le acompañaran”. Eran hombres rudos, de pocos estudios. Necesitaban estar en la intimidad con Jesús. A ellos les explicaría muchas de las cosas que enseñaba a la gente, especialmente algunas parábolas. A ellos les llevaría por lugares menos poblados para poderles instruir sobre el “evangelio”.

Después les enviaría a predicar con poder de expulsar demonios. Los evangelios nos hablan de envíos provisionales “por las aldeas cercanas”. Eran como ensayos para el gran envío, que lo haría al subir al cielo. El hecho de enviarles hará que los llamemos “apóstoles”, que significa “enviados”.

Jesús les envía “para predicar y para expulsar demonios”. Predicar se trata de anunciar la Buena Nueva, especialmente el amor. “Expulsar demonios” significa combatir el mal, quitar pecados.

No les trasformó, como hoy tampoco hace con sus elegidos. Debían irse transformando con la ayuda de Jesús, pero poniendo al servicio de Dios su propia voluntad. Y esto era difícil en hombres normales o débiles. Por eso uno fue un traidor y casi todos abandonaron a Jesús en la noche del jueves santo. Luego fueron volviendo y con la ayuda del Espíritu Santo tuvieron la valentía de ir por el mundo predicando y entregando su vida por la gloria de su Maestro.

En cierto sentido todos somos enviados por Jesús en el mundo. Esto es lo que significa la despedida de la santa Misa. Algunos tienen una llamada más especial, como la tuvieron los doce apóstoles; pero todos nosotros, cada uno a su manera y según sus posibilidades, debemos ser testigos de lo que oímos y vemos en la presencia de Jesús.

Por eso siempre, pero especialmente en la santa misa, debemos ir adquiriendo los mismos sentimientos de Cristo para que no seamos nosotros, sino Él por medio de nosotros quien extienda la buena nueva por el mundo y haga desaparecer tanto mal como hay en el mundo.

Aquí, como en todas las listas de apóstoles, aparece san Pedro el primero. Él tendría una responsabilidad mayor. Y en la lista Judas Iscariote aparece el último. Estemos atentos a nuestra vida para no ser traidores, sino pongámonos en las manos de Dios, que nos retribuirá el ciento por uno en el apostolado.