2ª semana del tiempo ordinario. Sábado: Mc 3, 20-21

Estaba Jesús en pleno “apogeo” de actividad apostólica, cuando las muchedumbres le seguían hasta no dejarle tiempo ni para comer. Estaba por los alrededores de Cafarnaún, ciudad que era como el centro de sus actividades. Había predicado cerca del mar (de Tiberiades), luego había ido por el monte donde había escogido a sus doce apóstoles, y ahora quiere ir a casa, se supone que para descansar.

Cuando el evangelio dice que va a casa, especialmente tratándose de la comarca de Cafarnaún, se entiende que es la casa de Pedro, cerca del lago, donde Pedro con Andrés tenían montado el pequeño negocio de la pesca. Aparecen en el evangelio momentos en que Jesús quiere reunirse a solas con sus amigos, ya que con ellos quiere profundizar más en los mensajes del Reino. Ahora, por lo tanto busca quietud y descanso, lo cual es muy humano.

Pero resulta que la multitud de gente que le seguía no se conforma sólo con lo escuchado y le sigue hasta la misma casa. En otra ocasión nos cuentan los evangelistas cómo esa casa se llenó de tal manera que cuatro, que transportaban un paralítico buscando la curación de éste, tuvieron que subir al techo para bajarlo desde allí. Jesús, lleno de misericordia, se vio obligado a seguir adoctrinando a la gente, no teniendo tiempo ni para comer.

Nosotros no solemos ver estas muchedumbres ansiosas, quizá porque no se encuentran personas tan llenos del Espíritu que sean transmisores rectos de la Palabra de Dios. Es verdad que, cuando Jesús fue presentando más adelante y de modo más claro las exigencias del seguimiento, muchos se iban echando para atrás.

El hecho es que se presentaron unos familiares de Jesús que se lo querían llevar, se supone que para su pueblo. Debemos comprender un poco que en aquella cultura Jesús, que no estaba casado, y habiendo fallecido san José, estaba, en cierto sentido, bajo la tutela de sus familiares mayores, como serían sus tíos. Y éstos se sentían responsables de velar por la salud y la seguridad de Jesús.

Las preocupaciones de los familiares de Jesús, con respecto a él, podrían ser de dos clases. Una, podía ser por la salud corporal de Jesús, ya que viendo que no teniendo tiempo ni para comer, debería descansar y retirarse de todo ese trajín de las predicaciones, estando en la quietud de Nazaret.

Pero habría otra sobre la seguridad. Es normal que se dieran cuenta que no todos seguían a Jesús con el ánimo de aprender el camino del bien, sino que había fariseos que le odiaban y buscaban ya la manera de acusarle hasta llegar a la muerte. También estaban los partidarios de Herodes y de los romanos que veían con inquietud todo el revuelo que se armaba en aquellas concentraciones ante la predicación de Jesús. Es posible que temieran que alguien iniciara una sublevación, ya que estaban los zelotes esperando cualquier ocasión oportuna para ello.

Parece ser que Jesús no les hizo mucho caso, pues siguió predicando a la gente sencilla, al mismo tiempo que se defendía de los fariseos y escribas. Más adelante nos contará el evangelista cómo los familiares de Jesús fueron a buscar a su madre para apoyarles seguramente en su petición.

Para nosotros la enseñanza principal es que, cuando comprendemos cuál es la voluntad de Dios sobre algo en nuestra vida, debemos seguir adelante con valentía y confianza en Dios, a pesar de que quizá, en algún momento, estén en contra hasta los propios familiares. No temamos aunque no nos comprendan. A Jesús muchas veces tampoco le comprendieron, pero siguió adelante haciendo la voluntad de su Padre celestial. Esa debe ser nuestra vida, mezcla de éxitos y fracasos; pero, si hay buena voluntad, cierto que está el éxito, aunque no se vea, porque lo ve quien necesitamos que lo vea, el Dios bueno, que nos premiará oportunamente.