DOMINGO II TIEMPO ORDINARIO -  CICLO B c

SOMOS UN COMUNIDAD ALTERNATIVA  

Corinto como sociedad civil y cultural tenía fracturas de todo orden, a pesar de la prosperidad de sus dos puertos y el reconocimiento de sus sabios. Probablemente no era más disoluta que otras grandes ciudades del mundo greco-romano, pero se había vuelto proverbial, “vivir a lo Corinto”. La comunidad cristiana que Pablo había fundado estaba en medio de una sociedad corrupta en todo sentido. No importó tanto las debilidades, pecados particulares o tentaciones de la cultura de Corinto y ahora las nuestras para “que Dios nos haya comprado a un precio muy caro”, por salvar nuestra libertad particular y colectiva; y la grandeza del hombre en comunidad” (segunda lectura)

LO SABEMOS, PERO NO LO PRACTICAMOS.

La comunidad es el cuerpo de Cristo donde el cuerpo individual es templo protegido por el Espíritu Santo. Así el cuerpo del resucitado, el Espíritu es más que una suma de individualidades o agregados como ocurre en la sociedad. ¿O es que no saben ustedes que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que han recibido de Dios y habita en ustedes? (La comunidad). Otro tanto lo haría Pedro, unos quince años después: “El Señor, el resucitado, es la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y estimada por Dios; por eso acérquense a Él, para que, como piedras vivas, entren en la construcción de un templo espiritual, la comunidad, y formen un sacerdocio santo, que ofrece sacrificios espirituales, aceptables a Dios por medio de Jesucristo. “los no compadecidos ahora son compadecidos” (1 Pe 5,1ss)

UNA ADVERTENCIA IMPORTANTE.

Pablo advierte sobre el cuidado que debemos tener con el cuerpo-templo como casa de Dios “Yo los urjo, por lo tanto, hermanos, por la misericordia de Dios, a ofrecer sus cuerpos como un sacrificio viviente, sagrado y al agradar a Dios, su sacrificio espiritual” (Rom. 12,1). “Boten la levadura vieja, y así pueden volverse una masa fresca; así como ustedes son un pan sin levadura” (1 Cor. 5,7).

UNA EXPERIENCIA PARA COMPARTIR

Juan bautista que hacía poco había conocido a Jesús; con una admirable pedagogía, les comparte a dos de sus discípulos, como fue el proceso de encuentro del resucitado, con él como “Cordero de Dios”. El diálogo y el proceso fue diferente al de Juan: “…viendo que le seguían les preguntó Jesús: ¿Qué buscan?, ¿dónde vives Maestro? vengan y vean, llegaron y vieron donde vivía y aquel día se quedaron con El” (evangelio). Así se inició el proceso de la fe después de la resurrección de Jesús.

La experiencia de Juan Bautista fue la misma que abrió el camino de la fe a Andrés y éste a su hermano Simón “Hemos encontrado al Mesías”. En este contexto de experiencias pascuales llegó Pedro a Jesús, haciéndolo creyente con el cambio de nombre: “Tú te llamarás “kefás, Pedro, roca” (evangelio). “No me habéis vosotros elegido, sino que yo os he elegido a vosotros” (Jn (15,16), dirá Juan más tarde y concluyendo en su primera carta “El que era desde el principio a quienes nosotros hemos conocido y visto con nuestros ojos, al que hemos contemplado y nuestras manos han tocado, al Verbo de la vida, os lo anunciamos (1 Jn 1,1).

LA JUVENTUD CREYENTE

La primera lectura nos confirma la importancia de la juventud cuando acepta, por la palabra hacer parte de la comunidad de discípulos. No importa la esterilidad de su madre Ana llena de amargura y con muchas lágrimas, significada en las ruinas de Silo y la ignorancia de su esposo Eli, quien tergiversaba la oración balbuciente como una embriaguez; fueron escuchados por Dios. (1 Si 3,1). El llamado era más urgente por la insistencia: “heme aquí Señor que tu siervo escucha”. “Samuel crecía, Yahvé estaba con él y no dejó caer en tierra ninguna de sus palabras. Todo Israel desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel estaba acreditado como profeta de Yahvé. La palabra de Samuel llegaba a todo Israel” (1 Si 3,19;4,1)

Sentir que hemos sido llamados por Dios en Jesucristo, para sanar en nuestro interior el individualismo en orden a servir a los demás como Samuel y los discípulos es el mayor don de Dios en nuestra vida; y esto ocurre con la práctica del Bautismo. “Esperé en el Señor con gran confianza; él se inclinó a mí y escuchó mis plegarias. Él me puso en boca un canto nuevo, un himno a nuestro Dios. No exigiste holocaustos por la culpa, así que dije: “Aquí estoy” (Sal 39).