3ª semana del tiempo
ordinario. Jueves: Mc 4, 21-25
Hoy nos trae el evangelio
dos parábolas, que no se exponen en plan de historias, sino como fórmulas
sapienciales para que puedan penetrar en aquellos que tengan un corazón
disponible para la gracia de Dios. Por eso continuamente debemos pedir para que
Dios abra nuestro corazón para meditar la palabra de Dios y ponerla en
práctica.
La primera nos habla de la
luz. Cuando en las casas no había luces eléctricas, si la casa era pobre, se encendía
un candil o lámpara, que debía servir para toda la casa. No se ponía, como es
natural, debajo de la cama o de la mesa, sino en alto para que alumbrase toda
la habitación. Así, dice Jesús, la palabra de Dios, que cada uno recibe, no es
para guardarla para él solo, sino para que la comuniquemos con los demás.
Jesús es la luz del mundo.
Es
A veces es difícil saber
cómo dar luz. Lo cierto es que muchas veces nuestra luz se oculta debajo de la
cama por culpa de la cobardía, y así nos hacemos cómplices de tantas maldades.
Nuestra luz debe ser fuerte, de modo que no se apague ante las amenazas, ni
ante los vientos contrarios o dificultades. Porque debemos saber que una
lámpara, para que siga luciendo, al mismo tiempo se va desgastando. El hecho de
dar luz normalmente va unido con cierto sacrificio, que es el desgaste, del
cual hablaba san Pablo: “me desgastaré por amor a mis hermanos”. Así la lámpara
poco a poco se va consumiendo; pero lo bueno es que la luz en nuestro espíritu,
al darse, va creciendo.
Esto es porque las medidas
de Dios no son nuestras medidas. Esta es la segunda parábola o dicho
sapiencial. No es fácil entenderlo. Por eso Jesús comienza diciendo: “Prestad
atención a lo que oís”. Se trata no sólo de una atención externa, sino atención
con el corazón. El ejemplo venía de los comerciantes. Había algunos que no
llenaban la medida para quedarse algo ellos y había otros que daban la medida
bien llena hasta rebosar. Estos eran los que solían tener más clientela y al
final eran los que ganaban más. Las matemáticas con Dios son diferentes que
entre los humanos, porque Dios trabaja sobre todo con amor, y, como se dice:
“la medida de amar es amar sin medida”. Dios dará el ciento por uno a aquel que
le entrega algo con sinceridad. Termina el evangelio de hoy diciendo que “al
que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”. La
medida de Dios es dar más y más al que tiene el corazón preparado; pero si
tenemos el corazón cerrado, aun lo poquito que teníamos, se nos marchará. Es
decir, si uno tiene capacidad de compartir y perdonar, si busca la paz y la
justicia y el amor, Dios le irá acrecentando todo ello; pero si en su corazón
domina el odio y el orgullo, la indiferencia y la codicia, lo poco bueno se irá
marchando.
Hoy Jesús nos da un toque
de atención para iluminarnos con su luz y para que seamos testigos de esa luz.
Los mensajes de Cristo son para todos. Dios quiere la salvación de todos. Si
has recibido una luz especial en un cursillo o retiro espiritual, no sólo no la
debes dejar apagar, sino que Dios te la ha dado para que pueda iluminar a
otros. Quizá sólo puedas como forma testimonial con tu vida. Ya es algo.
Tendrás que unir la entrega silenciosa a Dios con el testimonio externo que
Jesús nos pide hoy. El día de nuestro bautismo nos dieron
una luz, o se la dieron a los padres y padrinos. Es un símbolo de toda nuestra
vida de cristianos.