3ª semana del tiempo ordinario. Lunes: Mc 3, 22-30

Comienzan las persecuciones contra Jesús por parte de los escribas y fariseos. Hoy se habla especialmente de los escribas, que tenían el oficio de interpretar la ley para enseñarla al pueblo. No estaban de acuerdo con la interpretación que daba Jesús y además se remordían de envidia, porque los mensajes de Jesús atraían más gente que los que ellos proponían con más severidad.

Hoy nos presenta el evangelista una acusación contra Jesús tan terrible, que le hace exclamar que ese pecado es tan grave que no se puede perdonar. La acusación era que Jesús estaba poseído por el demonio. Es lo más terrible que se puede decir de Jesús, porque significa decir que todos sus mensajes no están en la esfera de Dios, sino todo lo contrario, que son cosa del demonio. Por lo tanto que no debemos creernos nada de lo que nos diga, ya que todo es para la perdición.

Una reflexión que podemos hacer aquí es que Jesús se encarnó hasta tal forma que puede tener críticas y calumnias. De hecho toda persona que tiene alguna relevancia en el plano social está sometida a la envidia, críticas y calumnias.

Ante esa acusación tan grave Jesús quiere aclarar ideas. Lo hace sobre todo pensando en sus discípulos y en tanta gente sencilla que le sigue. Si no hablase aquí, muchos de los que le siguen quedarían desorientados, ya que para la gente los escribas solían tener mucha credibilidad. La envidia de los escribas les impulsa a querer desprestigiar a Jesús para que no se vea rodeado por tanta gente deseosa de escuchar la palabra que les habla del Dios bueno y misericordioso.

Jesús se encara con estos escribas y les argumenta que, si él está combatiendo a Satanás no sólo con la doctrina, sino con los hechos, que son más fáciles de percibir, no puede ser que esté a favor de Satanás o que sea una actuación de éste. Y pone el ejemplo de un reino dividido: Cuando en un reino hay división y guerras internas, el reino termina por sucumbir. Esto es lo que pasaría en el reino de Satanás, si Jesús expulsase a los demonios por orden del mismo jefe de los demonios.

Y para explicar que su misión es luchar contra Satanás, pone una pequeña parábola o ejemplo. Dice que, si una persona va a robar a una casa, para conseguirlo debe ser más fuerte que el dueño de la casa. Así él se siente más fuerte que Satanás, cuyo nombre significa “adversario de Dios”.

Y luego viene a explicar lo malo que es ese pecado, el de declarar a Jesús unido con Satanás. Otros pecados se pueden perdonar fácilmente, pero éste es muy difícilmente perdonable. En aquella cultura, especialmente en el arameo, donde no había comparativos, el decir “no se puede” significa que es muy dificilísimo.

La gran dificultad está en que, quien se lo cree tiene bloqueado el corazón a la gracia de Dios, porque cree que todo lo de Jesús es malo y que, por lo tanto, sus mensajes nos llevan a la perdición. Para que se perdone este pecado, habría que cambiar totalmente de actitud: desde ser un enemigo de Jesús, por creer estar aliado con el diablo, a recibir los mensajes de Jesús como del mismo Dios. Por lo tanto no es que no se pueda perdonar, sino que el que lo comete no quiere ver y él mismo se excluye del perdón y de la salvación.

Para los que sí creemos en Jesús como Dios y adversario del diablo, esta advertencia nos debe llevar a un mayor compromiso con su mensaje y su persona, y nos debe llevar a aumentar más nuestro amor, según su ejemplo y sus enseñanzas.

También podemos sacar otra enseñanza. Con facilidad nos dejamos llevar por habladurías hacia cualquier persona, si tiene alguna relevancia en lo social o en lo religioso. No tachemos fácilmente de totalmente malvado a quien tiene algunos defectos, como los podemos tener cada uno de nosotros. Seamos más prontos para perdonar y amar, viendo más las virtudes positivas.