4ª semana del tiempo ordinario. Miércoles: Mc 6, 1-6

Nos cuenta hoy el evangelio que Jesús, después del gran milagro de la resurrección de la hija de Jairo, va a su pueblo, que era Nazaret. No se sabe si fue la única vez o fue varias veces. Jesús estaría muy contento con su madre y otros familiares. Llegado el sábado fue, como todas las buenas personas, a la sinagoga. Esta vez era especial, pues como ya tenía fama de predicador, fue invitado para comentar la palabra de Dios.

Este evangelio de san Marcos no nos dice de qué habló, sino que nos presenta la reacción de los oyentes. Quizá pretendía el evangelista enseñar y dar ánimos a algunos predicadores de la fe, que no veían correspondidos sus esfuerzos.

San Lucas en su evangelio sí nos enseña el tema de una predicación de Jesús en Nazaret, que parece ser la misma, por ser igual la reacción de los oyentes. Cuenta san Lucas que Jesús se puso a comentar un pasaje del profeta Isaías donde hablaba de los tiempos mesiánicos en que se harían milagros de parte de Dios a favor de muchos enfermos y que sobre todo se predicaría a los pobres y sería como un año de gracia. El comentario de Jesús lo resume el evangelista diciendo: “Hoy se cumple esta escritura”. Dicen algunos que la extrañeza y el asombro de los nazaretanos vendría de que Jesús, a quien veían como uno de los suyos, sin estudios especiales, tuvo la osadía de no concluir el pasaje de Isaías en que se hablaba del “desquite” del Señor. Es decir, que no les llevó la corriente de hablar en tono nacionalista, contra los extranjeros, sino que acentuó más la parte de la misericordia de Dios. Y seguramente, claro, sacaría las consecuencias de que todos debemos imitar esa misericordia de Dios, que es para todos los seres humanos, como solía predicar en otros lugares.

El hecho es que la sorpresa y el asombro, que al principio en muchos parecía muy correcto, se volvió envidia en otros y su palabra no pudo prosperar. Comenzaron, pues, a murmurar y a sacar los nombres de su familia, que eran personas humildes. Pensaron, por lo tanto, que su sabiduría era nada más aparente y que los milagros, que decían haber hecho, deberían ser algo falso. Con esta postura de falta de fe Jesús no podía hacer milagros. Este “no podía” quiere decir que los milagros no son para halagar o para brillar en lo material. El milagro, además de ser un acto de caridad, pretende salvar a toda la persona, llevándola un poco más hacia Dios.

Jesús habla de parte de Dios, y por eso se tiene como profeta. También los profetas habían sido despreciados, especialmente entre los de su misma patria. Suele suceder cuando el profeta, quien habla de parte de Dios, da un verdadero testimonio de su fe.

Es difícil entender a la gente. Hubo un tiempo en que Dios, para manifestarse, empleaba rayos y truenos en el monte. Y la gente le decía a Moisés que les hablase él, no Dios, pues se sentían morir.  Entonces Dios decide hacerse niño pequeño y vivir como nosotros en el pueblecito de Nazaret. Dios se hace tan cercano, tan igual, que los suyos no le quieren reconocer, porque dicen que el Mesías, cuando venga, nadie debe saber de dónde viene o dónde está. Quizá si hubiera venido con una espada incitando a la rebelión, le hubieran creído mejor.

Dios nunca nos quiere avasallar, sino que espera nuestra respuesta dada en completa libertad. Por eso es rechazado por muchos. Pero también es cierto que por otros muchos, no sólo es aceptado y respetado, sino querido y amado.

Jesús tuvo que marcharse de Nazaret sufriendo por el desamor. Dice el evangelio que estaba admirado o extrañado por la incredulidad. También quedaba su madre María y otras personas, aunque pocas, que le serían adictas.

De Jesús, en su predicación en Nazaret, bien se puede decir aquello de que: “Vino a los suyos y no le recibieron”. Cuando el corazón no está preparado, porque le oprime el orgullo y la soberbia, toda la doctrina de la Iglesia la ve con falsedad. Preparemos el corazón con sencillez y limpieza y “veremos a Dios”.