CICLO  A

TIEMPO ORDINARIO

VIII DOMINGO

Confianza absoluta en Dios. Es el mensaje de las lecturas de hoy. “El cristianismo no es una religión del miedo, sino de la confianza y del amor al Padre que nos ama” (Benedicto XVI).

Dios es amor en su mismo ser. Es eterna comunión de amor interpersonal: Padre, Hijo y espíritu Santo. “Ves la Trinidad si ves la caridad”, dice San Agustín. Dios es amor total con relación a nosotros los hombres: tanto nos amó Dios que, para nuestra salvación,  envió a su Hijo; el cual nos amó hasta el extremo; el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el  Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo. Nuestro Dios no es un Dios lejano en su eterna felicidad. Tiene un corazón. El de Cristo. No puede padecer, pero puede com-padecer, compartir con nosotros nuestras alegrías y nuestras penas.

El amor de Dios es amor de madre. En la primera lectura escuchamos al profeta Isaías:”Sión decía: «Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado.» ¿Es que puede una madre olvidarse, de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré”.

Dios no es ni hombre ni mujer. Es Dios. Pero en la Biblia se compara su amor con el amor de una madre. El misterio del amor maternal de Dios se pone de manifiesto con un  término, que en lengua hebrea originariamente significa “seno materno” y también “misericordia” o com-padecer de Dios con nosotros los hombres. Es el amor infinito y fiel de Dios hacia nosotros.

Es conmovedor recordar lo que sobre este amor tierno y materno de Dios nos dice la Santa Biblia: "Cuando Israel era niño, yo lo amé me inclinaba hacia él y le daba de comer" (Os 11, 1. 4). "Desde el seno pasé a tus manos, desde el vientre materno tú eres mi Dios" (Sal 21, 11). "En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías" (Sal 70, 5-6). “Como un niño a quien su madre consuela así os consolaré yo” (Is 66, 13). “Como un niño en brazos de su madre” (Sal 130). "Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me recogerá" (Sal 26, 10).

Las palabras del Papa Juan Pablo II en su Encíclica Evangelium Vitae (39) pueden ser un buen comentario a estos textos bíblicos sobre el amor maternal de Dios: “Si es cierto que la vida del hombre está en las manos de Dios, no lo es menos que sus manos son cariñosas como las de una madre, que acoge, alimenta y cuida de su niño”. Pase lo que pase nunca caeremos fuera de estas manos cariñosas de Dios. Así Jesús, en el momento de la muerte, a gritos y con lágrimas, se pone totalmente en las manos de Dios: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”.

“Dios es Padre, más aún, es madre”, dijo el Papa Juan Pablo I. Así es el amor de nuestro  Padre del cielo, del que nos habla Jesús en el Evangelio de hoy. “Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles” (Sal 103). Dios nuestro Padre se preocupa de los pájaros, las flores, la hierba del campo. Hasta de los cabellos de nuestra cabeza. “No estéis agobiados por la vida…Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso”, leemos en el Evangelio de hoy. "Dios sólo sabe ser amor, y sólo sabe ser Padre. Y quien ama no es envidioso, y quien es Padre lo es totalmente. Este nombre no admite componendas, como si Dios sólo fuera padre en ciertos aspectos y en otros no" (San Hilario de Poitiers).

Para Jesús Dios es ante todo Padre. Los contemporáneos de Cristo se dirigían a Dios de forma solemne y distante. Dios era "el Innombrable". Los judíos en sus oraciones nunca se dirigían a Dios llamándole Abbá (Padre). Jesús siempre lo hizo así. Abbá era la palabra familiar que los niños judíos empleaban para dirigirse a sus padres.  Para Jesús Dios es “Abbá”, Padre. Siente profundamente a Dios como padre de infinita bondad y amor para con todos los hombres. Es el Dios siempre bueno que sabe amar y perdonar. La actitud filial de Jesús ante Dios Padre se basa en una relación única. Jesús se dirigía a Dios como un niño a su padre. Con sencillez, confianza y seguridad. Y al mismo tiempo con respeto y obediencia.

 “Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues lo somos” (1 Jn 3,1). Somos hijos de Dios en el Hijo eterno de Dios. “Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama ¡Abba, Padre!” (Gal 4,6).

Cuando terminó Jesús de orar, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar. Les enseñó el Padrenuestro, sacándolo de su propia oración al Padre Dios. La oración del Padrenuestro brota de la oración personal de Cristo. Así nos hace partícipes de su propia oración, introduciéndonos en el diálogo del Amor trinitario. Solamente en comunión con Cristo, unidos a Él, podemos vivir y dialogar como hijos con Dios nuestro Padre.

Acertadamente se ha dicho que “sólo el amor es digno de fe”. La credibilidad de una persona depende, sobre todo de su bondad, de su amor y de su fidelidad. Y Dios es amor infinito, que nos amó hasta el extremo. La absoluta confianza en el Padre celestial es señal distintiva del cristiano. Como Jesús.

 

La fe es confiarse libremente a un Dios, que es Padre y me ama con amor de madre. Es creer en este amor de Dios, tener confianza en el Señor, confiar en Él. Con la actitud del niño hacia su madre. “El que cree nunca está solo” (Benedicto XVI). La fe es creer por el amor fiel que nos tiene el Dios-Amor.

La fe es confianza absoluta en el Dios-Amor. “Nadie puede estar al servicio de dos amos… No podéis servir a Dios y al dinero… Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia” (Evangelio), pues será “difícil entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero” (Mc 10, 23). Y santa Teresita de Lisieux escribía también: "Nunca se tiene suficiente confianza en el buen Dios, tan poderoso y misericordioso. Se obtiene de él cuanto se espera”.

MARIANO ESTEBAN CARO