D O M I N G O  VI  (B)  (Marcos, 1, 40-45)

 Jesús en la Confesión limpia el alma: “Yo te perdono tus pecados”

 

Una vez más el Evangelio nos muestra la presencia de un enfermo, en este caso de un leproso, que acude a Cristo para ser curado.

¡No nos quedemos en lo anecdótico!: este leproso que acude a Cristo para su curación, mirado desde la Fe, es una viva imagen de cualquiera de nosotros.  Permitidme ser más categórico: ¡Tú y yo somos ese leproso!

Nuestra vida, como la carne de aquel leproso, está también enferma, debilitada y, por eso, experimentamos ese “aguijón de la carne”, - en expresión de San Pablo-, (II Cor. 12, 7 y siguientes) que nos impulsa:

 - Al orgullo.

 - A la vanidad.

 - Al egoísmo.

 - A la soberbia.

 - A la pereza.

 - Al placer desordenado.

      Y, ¡cuántas veces hemos sentido, como Pablo, “que llevamos metida en nuestra carne como una espina” y, nos ha entrado, también ganas de gritar: “¡cuándo, me veré libre de este cuerpo de muerte, Señor, que me impulsa a hacer el mal que no quiero y me impide hacer el bien que yo quisiera…!”

 

PRIMER PASO PARA CURAR: SER CONSCIENTES DE NUESTRO MAL

 

     Aquel leproso se acerca a Jesús, porque era consciente de su desgracia. Este es el primer paso que nosotros tenemos que dar: reconocer, ser conscientes de nuestro mal, de las “enfermedades del alma” que padecemos.

 

SEGUNDO: ACUDIR A CRISTO.

 

    Y después: “acudir a Cristo”, que nos espera….,

             - En el Sacramento de la Penitencia.

             - En el Sacramento de la Eucaristía.

             - En la oración personal.

   

      La Cuaresma, que tenemos ya a las puertas, es un especial tiempo para acudir al Señor y mostrarle nuestra “lepra”. Y así, también nosotros podremos experimentar aquellas consoladoras y eficaces palabras de Cristo:

         “Quiero, queda limpio”                Guillermo Soto

 

 

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