1ª semana de Cuaresma. Domingo B: Mc 1, 12-15

Todos los años en el primer domingo de Cuaresma el evangelio nos habla de las tentaciones de Jesús en el desierto cuando se estaba preparando para su predicación. Eran como una especie de ejercicios espirituales preparatorios. Allí sufrió tentaciones por parte de Satanás; pero este año, en el ciclo B, el evangelista Marcos no nos dice qué clase de tentaciones tuvo. Por lo que nos da a entender en la vida de Jesús,  básicamente sería el deseo de vivir una vida cómoda huyendo del camino de la cruz.

Comienza el evangelio de hoy diciendo que “el Espíritu le empujó hacia el desierto”. Hay momentos en nuestra vida que el Espíritu nos impulsa a hacer algo extraordinario por nuestra salvación y por el bien de los demás. Pueden ser ejercicios espirituales o un cursillo de cristiandad u otra clase de encuentros cristianos. Lo de Jesús fueron unos ejercicios espirituales de 40 días. Yo una vez hice en mi vida ejercicios espirituales de 4 semanas. Puedo decir que es lo más imponente que he hecho en toda mi vida del espíritu. Algo de esto es lo que la Iglesia quiere que sea la Cuaresma: una especie de pequeños ejercicios espirituales de 40 días. Por lo menos que hagamos, si puede ser cada día, algo especial que no solemos hacer en otros tiempos.

Jesús va al “Desierto”. No es solamente un lugar, sino una situación ante el Señor. Ciertamente que es un paraje solitario y silencioso; pero es sobre todo lo opuesto al ruido y algarabía del mundo, y también al consumismo, a la molicie, a la vida fácil y placentera. La palabra “desierto” era muy evocadora en el ámbito judío. Era el lugar del encuentro con Dios, evocando las figuras de Moisés, Elías y otros profetas que se preparaban en el desierto para el encuentro con Dios. Así se preparó el pueblo judío durante los 40 años de peregrinaje. El desierto es como un símbolo de la vida espiritual que es desprendimiento de todo lo superfluo, invitación a la austeridad y triunfo de lo esencial. Es el lugar de la prueba y de la purificación; pero es sobre todo el lugar más apto para el encuentro personal del alma con el Señor.

No todo es fácil, porque hay tentaciones. Las tentaciones o pruebas no son malas. Es necesario que haya para que el espíritu esté más pronto en el caminar hacia Dios. Si todo fuera fácil, amaríamos menos a Dios. Las dificultades son buenas, si las sabemos superar con la ayuda de Dios. El demonio no tiene necesidad de atacar a los suyos. Por eso, si no tenemos tentaciones, puede ser porque seamos de los suyos. Pero, si nos ataca y le hacemos frente, nada puede contra nosotros. Jesús sintió estas tentaciones como ejemplo para nosotros, para darnos fuerza en muchos momentos.

Termina el evangelio de hoy con el tema principal de las primeras predicaciones de Jesús. Dos cosas nos dice que debemos hacer, especialmente en la Cuaresma: convertirnos y creer en el Evangelio. Es necesaria la conversión porque ha llegado el Reino de Dios. Y con el Reino, la salvación. Si Dios viene a nosotros, hay que acogerle para participar en la Buena Nueva. Por eso hay que convertirse. Todos lo necesitamos. La primera conversión es creerse pecador. Lo contrario sería una tentación, que no nos dejaría cambiar hacia Dios. Convertirse es volverse hacia Dios de una manera incondi- cional, es cambiar la mentalidad para poder cambiar el camino, el rumbo de la vida.

Para ello debemos creer en el Evangelio. Por eso un deseo en estos días debe ser el estar atentos a la palabra de Dios, según nos lo va explicando la Iglesia. No se trata sólo de renunciar al pecado, sino de orientar nuestra vida según los criterios del evangelio. Criterios que serán diferentes de lo que nos da el ambiente mundano con sus hábitos de vida cómoda y egoísta. Lo importante es el amor; pero no olvidemos que somos muy humanos y necesitamos acciones externas. La Iglesia el miércoles de ceniza nos señalaba tres tradicionales: el ayuno, la oración y la limosna. No es fácil determinar acciones concretas para todos. Cada uno, según el espíritu que Dios le da, determine lo que quiere dar a Dios de renuncia, de oración y de ayuda fraternal.