I Domingo de Cuaresma, Ciclo A

ENTRENADOR Y ENTRENO

Padre Pedrojosé Ynaraja

1.- Nunca me ha interesado el futbol profesional, tampoco nunca he podido desentenderme completamente de él. Por más que haya querido, jamás he conseguido ignorar las noticias respecto al triunfo o derrota de los equipos de prestigio. Os lo advierto, mis queridos jóvenes lectores, porque me expresaré con un símil deportivo. Recuerdo que de pequeño me extrañaba mucho una cosa: la importancia que se le daba al entrenador de un equipo. Si los jugadores eran buenos, pensaba yo, nada importaba la calidad del que consideraba era un simple instructor de reglamentos, mantenedor de disciplina.

2.- Veía yo cerca de casa, en un terreno de uso militar, a soldados que monótonamente domaban potros jóvenes. En aquel tiempo, en las clases de primaria, dedicábamos mucho tiempo a la lectura en grupo mediante un libro escolar para ello dirigido. Una buena extensión la ocupaban las fábulas. Recuerdo una que decía: “Tantas idas y venidas; tantas vueltas y revueltas, quiero, amiga, que me diga: ¿son de alguna utilidad? Yo me afano, más no en vano sé mi oficio; y en servicio de mi dueño tengo empeño de lucir mi habilidad” recordaba el texto y ahora mediante el ínclito Google, he podido saber que su autor es Tomás de Iriarte y que su título es “El caballo y la ardilla”.

3.- Sé muy poco más ahora, respecto a lo que implica un entrenador. Pero los continuos cambios que se efectúan cuando un equipo no prospera, me han hecho comprender el valor que representa y por eso se me ha ocurrido detenerme en el corto relato del evangelio de Marcos que esta semana se nos ofrece en la misa de este domingo y, sin querer de ninguna manera ser un intruso y ofender, atreverme a deciros que Jesús, Hijo Unigénito de Dios-Padre, fue enviado al desierto, a su instancia y como insigne entrenador, al Paráclito-Dios. Lo que es esencialmente misterio, no permite símil ni comparación, os lo vuelvo a advertir, y que la analogía no suene a blasfema.

4.- ¿Y por qué no escogéis cada uno de vosotros al Espíritu Santo para que sea vuestro entrenador para la competición de santidad que se nos ha anunciado? La ventaja que tiene este certamen es que el trofeo no es exclusivo de uno solo. Que nadie se engañe, ni apoque: todo el mundo puede ganarlo, si se pone en manos del Espíritu Divino. El entrenamiento del Maestro duró 40 días. Las dificultades no surgían ni del terreno, ni del clima. Se había colado por el vestuario un personaje que siempre busca protagonismo y no aguanta que se le ningunease, buscando conseguir notoriedad y éxito. Esta vez se fue derrotado y humillado. Juró por sí mismo buscar revancha. La preparó muy bien, meticulosamente. Lo volveremos a encontrar en Getsemaní, ya os lo adelanto.

Del intenso y duro entrenamiento, salió el Señor con aptitudes para formar un equipo de primera división e inició su vida apostólica. Aprended de Él, mis queridos jóvenes lectores.