1ª semana de Cuaresma. Sábado: Mt 5, 43-48
Hoy Jesús nos habla de la
ley del amor hasta el grado que era impensable entre los judíos, como es el
amor a los enemigos. Acababa de enseñar que debemos devolver bien por mal; pero
con generosidad. Dar de lo nuestro para llegar a la mayor generosidad que es
darnos a nosotros mismos. Jesús nos lo enseñará con su propia vida. Es el
supremo acto de amor.
Ahora nos enseña un paso
más en el amor: Debemos amar a los enemigos. El precepto de amar al prójimo ya
estaba en el Ant. Testamento. Pero los comentaristas solían hacer muchas distinciones,
porque para la mayoría el prójimo era el que estaba cerca. Por lo cual llamaban
prójimo al de la misma nación, raza o religión. Todos los demás, extranjeros y
más si eran dominadores, para los judíos eran enemigos. De ahí concluían que
había que amar al prójimo, pero había que odiar a los enemigos.
Ahora Jesús nos da su
parecer y su enseñanza, que debe ser norma para todos sus discípulos: “Pero yo
os digo”: “Amad a vuestros enemigos”. Jesús nos lo enseña con las palabras;
pero también con su ejemplo, perdonando en la cruz a los que le estaban
crucificando. Y pone el ejemplo del mismo Dios, que da las cosas creadas a
todos.
Nuestro deber es buscar el
bien para todos, aun para los enemigos. Y digo buscar el bien, porque el amor
no es algo abstracto, sino que hay que poner los medios, hacer el esfuerzo para
solucionar el conflicto, buscar la mutua conversión del corazón. Hoy Jesús nos
insta a pedir por los enemigos: les tenemos que tener presentes en nuestras
oraciones para que todo les vaya bien.
En el amor positivo al
enemigo es como se distingue el verdadero discípulo de Jesús del que no lo es. Enemigo
no es sólo quien me hace un mal grande, sino que suele ser el que me cae mal: o
porque tiene otra mentalidad o es de otro partido político o no me hace caso ni
estima lo que digo. A estos pequeños enemigos diarios debemos amar, hacer algo positivo de amistad en el
saludo, en la sonrisa y en la oración.
Y para acentuar más Jesús
que el amor al enemigo es una de las señales claras para
poder distinguir al que es verdadero hijo de Dios de quien no lo es, va
explicando que los que no son verdaderos hijos de Dios también aman, pero a los
que les hacen un bien. Así lo hacen los publicanos y los gentiles.
Para amar a los que nos
aman no hace falta conocer a Dios en profundidad. Quien se adentra en el
verdadero conocimiento de Dios, se va dando cuenta que Dios, más que poderoso e
inmenso, que lo es, es sobre todo Amor. Su ser le induce a amar. Y si nosotros
hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios, tendremos mayor personalidad
cuanto más amor tengamos. A eso tiende la perfección. Por eso hoy termina Jesús
diciendo: “Sed perfectos como vuestro Padre Dios es perfecto”.
Amar al enemigo no quiere decir que aceptemos todo lo que dice o hace. Y
aun en algunos casos será necesaria la justicia severa. Pero el cristiano nunca
deberá llegar al odio y la venganza. Siempre ha de buscar el bien de la
persona. Llegar al punto medio entre la justicia y la caridad es muy difícil;
pero ahí está la perfección.
Amar a todos tiene su centro en Dios. Si debemos respetarnos y amarnos
todos como hermanos, es porque Dios es Padre de todos. Llegará un día en que el
hijo rebelde tendrá que ser echado de la casa paterna; pero mientras estamos en
esta vida todos somos objetos de las caricias de nuestro Padre común que es
Dios y todos seguimos destinados a la casa del Padre.