V SEMANA DE CUARESMA
VIERNES
VIRGEN DE LOS DOLORES
Hoy
recordamos la com-pasión de María, la Mujer de
Dolores, con su Hijo Jesucristo, el Varón de Dolores. Recordar para celebrar
que aquella comunión en el sufrimiento y el dolor traspasó los límites
geográfico-temporales del Gólgota. Sigue viva en la actualidad aquella comunión
en el amor. El dolor de María forma un todo con el de su Hijo. María en la
gloria del cielo no puede padecer, pero sí puede com-padecer
con su Hijo, resucitado, cuyas “llagas santas y gloriosas” (cirio pascual),
signo de su amor infinito, nos han curado y nos siguen curando, pues nuestras
heridas son sus heridas: el Señor Resucitado com-padece
con nosotros, en nosotros y por nosotros.
“La
Cruz es donde se manifiesta de manera perfecta la compasión de Dios con nuestro
mundo” (Benedicto XVI). Decía San Bernardo que la Madre de Cristo entró en la
Pasión de su Hijo por su compasión. Hoy, al celebrar la memoria de Nuestra
Señora de los Dolores, contemplamos a María que comparte la compasión de su
Hijo. Igual que Jesús lloró (Jn 11,35), también María
ciertamente lloró ante el cuerpo golpeado y malherido de su Hijo.
Hoy
hacemos memoria de aquella participación de María junto a la cruz de su Hijo,
que fue comunión en el amor, y com-pasión activa. No
fue una presencia instrumental, pasiva o decorativa. Es la libre adhesión de la
Madre a la pasión de su Hijo, que se realiza por la participación en su dolor.
Al pie de la cruz María “sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio
con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima” (Concilio Vaticano
II, LG 58). En su corazón repercuten los sufrimientos de
Cristo, que, como un hombre cualquiera (Flp 2, 7), a gritos y con lágrimas,
agonizaba puesto en las manos de Dios: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”
(Lc 23, 46).
San
Juan, testigo presencial, nos dice que “junto a la cruz de Jesús estaban su
madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena» (Jn 19, 25). El verbo “estar” en su etimología significa
“estar de pie”, “estar erguido”. Parece que el evangelista quería presentar la
valentía, la dignidad y la fortaleza que María y las demás mujeres en medio de
los padecimientos. Es la inquebrantable firmeza de María, que también se une a
su Hijo en el perdón:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34).
Es
San Juan también el que pone en boca de Jesús, en la respuesta a Pilato, estas
palabras: “Yo para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad” (Jn 18, 37). En el texto griego del Evangelio la palabra
“testigo” es “mártir”. Dice San Bernardo: “No os admiréis, hermanos, de que
María sea llamada mártir en el alma”. Y San Basilio afirma: “La Virgen María
excedió en
sufrimiento a todos los mártires cuanto excede el sol a los demás astros”. Y el
Papa Pío XII en la encíclica Mystici Corporis: “Ella misma (María), sufriendo sus inmensos
dolores con ánimo fuerte y confiado, más que todos los cristianos verdadera
reina de los mártires, puso lo que falta a la pasión de Cristo”. La historia de
la liturgia ha recogido la fiesta de los Dolores de la Santísima Virgen como la
“Transfixión” de María.
Mártir
valiente, en pie junto a la cruz, María da testimonio de su amor a Cristo su
Hijo y de su fe inquebrantable en Él, al que la fe trajo a su corazón virginal
antes que a sus purísimas entrañas. "El ángel anuncia, la Virgen escucha,
cree y concibe" (San Agustín).
MARIANO ESTEBAN CARO