2ª semana de Cuaresma.
Viernes: Mt 21, 33-43. 45-46
Estamos hacia el fin de la
vida de Jesús. En estas parábolas finales podemos vislumbrar la tristeza de
Jesús al sentir el rechazo de los jefes religiosos de Israel. Muy diferente de
las primeras parábolas dirigidas a la gente sencilla en que hablaba más del
campo, de las ovejas, de luces en lo alto, de pájaros y lirios, de trigo y de
mostaza, estas parábolas del final son más dramáticas y violentas. Hoy nos
habla de la “viña del Señor”, que es sobre todo el pueblo de Israel, como ya lo
habían manifestado los profetas, especialmente el profeta Isaías. Era por lo
tanto una comparación muy conocida por todos, especialmente por los fariseos y
los jefes. Es como un resumen de la historia de la salvación: Dios protege y
separa a su pueblo para que dé frutos de virtudes; pero los jefes religiosos se
creen dueños de la religión y del pueblo, y se instalan en su situación de
privilegio. Dios manda profetas para recordar sus deseos y los preceptos que
les había dado; pero son maltratados y algunos muertos. El último profeta sería
san Juan Bautista. Por fin manda a su propio Hijo; pero como su enseñanza va
contra el orgullo y vanidad de estos jefes religiosos, es rechazado y al final
logran que muera. Estos jefes, que eran malos, pero no tontos, entendieron que
Jesús hablaba contra ellos y su odio se acrecentó.
Después de todo el
dramatismo, al final de la parábola triunfa el amor, porque Dios entrega su
viña a otros viñadores para que puedan conseguir fruto. Es la construcción de
un nuevo pueblo de Dios. La piedra fundamental será Jesús; pero continúa la
historia de la salvación, ahora por medio de
También la parábola se
aplica a cada uno de nosotros. Dios nos ha elegido y nos da continuas gracias;
pero quiere una respuesta positiva de fe, quiere que demos frutos concretos de
vida cristiana. Dios nos manda continuamente emisarios suyos para ayudarnos,
nos manda también sus ángeles que están dispuestos a subir hacia Dios con
nuestras oraciones y los buenos frutos, como son los actos de amor a Dios y
amor al prójimo, el trabajo bien hecho, contradicciones bien aceptadas,
pequeñas renuncias a favor de los demás; pero, como dice el profeta Isaías en
la primera lectura, en vez de uvas dulces quizá sólo se encuentran frutas
amargas, que son los pecados. En nuestra vida hay muchas realidades terrenas,
que pueden ser buenas o malas, según nosotros las usemos. Todos los asuntos de
cada día podemos convertirlos en frutos para Dios.
A veces nosotros, como
aquellos jefes religiosos, nos creemos dueños de la vida o dueños de la
religión, cuando solamente somos administradores y servidores. Quizá como ellos
sentimos el orgullo herido o los intereses perjudicados por mensajes concretos
de