III Domingo de Cuaresma, Ciclo B
PRINCIPIOS Y FIDELIDADES
Padre Pedrojosé Ynaraja
1.- Tengo presentes, mis queridos jóvenes lectores, los espectáculos de
inauguración y clausura de los recientes Juegos Olímpicos de Invierno. Procuro
siempre observar estos eventos en primer lugar para conocer los criterios
estéticos que los rigen, el honor y orgullo del organismo y la nación que los
organizan y, cómo no, gozar de las representaciones si son de mi gusto, o de no
serlo, desconectar el televisor. Desde esta situación anímica continúo
escribiendo.
2.- En la inauguración se anunció y pronunció un juramento. Nunca falta.
Ignoro qué valor humano, social o trascendente se le da. Me parece que ínfimo,
que es puro teatro. En la clausura se han mencionado los valores olímpicos que
han merecido el elogio del Presidente. También se ha referido a la tradicional
paz olímpica, que no sé dónde pudo observarla. Contrastaba la prodigiosa
tecnología, admirable sin duda, moderna sin par, con estas expresiones de
juramento y paz, que uno no las sentía latieran ni en los atletas, ni en los
asistentes al acto.
3.- Se ambicionaba medallas personales, se pretendía la satisfacción de
estar por encima de otros países. Se envolvía todo en algunas, muy pocas,
costumbres griegas. El deporte ya no es juego, sino competición contra el
rival, victoria sobre el adversario. Y todo esto ¿para qué? ¿qué
trascendencia tendrá?
4.- Cambio de tercio. Imagino ahora la estampa del pueblo hebreo que se
desplaza más distancia que si se tratase de una maratón. Israel salió de
Egipto, huyó, se escapó del ejército de faraón, vivió al principio
desorientado, le decían que el Dios de sus padres lo ordenaba. Aborrecía la
experiencia de una vida de esclavitud. Era preciso caminar día y noche. Lo
hacía.
5.- En el desierto conoció la libertad, sus ventajas y servidumbres. Allí
fue consciente de una cierta identidad. Se sintió pueblo. Le decían que era
pueblo de Dios, sin que supiese su significado y consecuencias. Poco a poco fue
adquiriendo conciencia ser un país en camino, de esperar tener un porvenir
común. Pero en el transcurso de los días le tocaba improvisar. No tenía clara
su misión.
6.- El desierto del Sinaí desconcierta, abruma, asombra. Es demasiado
grande para la pequeñez del individuo. Os lo digo a vosotros, mis queridos
jóvenes lectores, porque me he movido por él en varias ocasiones, durmiendo al
raso o en hotel, caminando sin poder comunicarme con nadie, debido a mi
ignorancia de las lenguas de los que por allí viven o pasando un buen rato en jaimas de anónimos beduinos, o siendo invitado personal del
sheik de Petra y su familia.
7.- El desierto no deja indiferente a nadie. Se intuye allí la
Trascendencia. Su lenguaje silencioso es idioma universal. En esta situación
Israel necesitaba conocer y aceptar valores que orientasen su vida. Dios no lo
abandonó, se valió de Moisés, le llamó a la cima, lo quiso sólo y sometido a la
inclemencia de una tempestad tremenda. En la cumbre recibió, cincelados en dos
lápidas, los términos que nosotros llamamos Diez Mandamientos y el pueblo judío
llama Diez Palabras. En más de un lugar bíblico se nos ofrece el texto, que no
se expresa en idénticos vocablos. Los contenidos se expresan en lenguaje propio
de la situación en la que se encontraban. Evidentemente, ni yo ni vosotros, mis
queridos jóvenes lectores, desearemos el asno de un vecino. El beduino sí.
Nosotros estaremos inclinados a poseer un PC, un Tablet o teléfono móvil, de
última generación, aquel que hemos observado que tiene un compañero, que no nos
es imprescindible, pero que ambicionamos. Pensamos y obramos obsesionados con
afán de poseerlo.
8.- Seguramente no deberéis pronunciar un juramento olímpico, ni
comprometeros, poniendo a Dios por testigo, ante un juez, o ante otro jerarca.
Pero deberemos sentirnos obligados siempre a ser fieles a lo aceptado o
prometido, para que ante los demás seamos testigos veraces en quien puedan
confiar los demás.
9.- Puede uno abstenerse de matar biológicamente a una persona, pero
desprestigiarla y condenarla al ostracismo, sí. Tal vez no seamos ladrones de
mano armada, pero sepamos y consigamos con astucia apoderarnos de lo que no nos
pertenece. Etc. etc.
10.- Para vivir honradamente precisamos valores. Precisamos tenerlos en nuestra mente aceptados y ordenados. Si nos han llegado de
Dios, Él mismo valorará nuestra conducta. Si le somos fieles, estos valores nos
conducirán a la Eternidad feliz, que, a fin de cuentas, es lo que interesa. Sin
olvidar que la primera enmienda a esta “Carta Magna” del Sinaí, la incluyo como
norma de vida el Maestro, al añadirle el Mandamiento Nuevo del Amor.
11.- Nuevo cambio de tercio. Para contemplar, recapacitar, juzgar y
aprender del episodio que nos describe el evangelio del presente domingo, es
preciso tener en cuenta muchas circunstancias y costumbres que no son las
nuestras. Analizarlas con tino es labor demasiado larga para este espacio. El
Templo de Jerusalén era lugar privilegiado de encuentro del Pueblo con su Dios.
Lo imaginó David, lo proyectó y construyó Salomón y después de destruido, lo
reedificó Herodes. La enormidad de su campus nunca debía servir directa o
indirectamente para otra cosa que la reunión del fiel con Él. Aprendizaje,
alabanza y sacrificios.
12.- El mercado y mercadeo lo había desfigurado. El Maestro quiso
purificarlo. Nos puede parecer violento el gesto, debemos observar que cuando
Jesús aborda la tarea, no extermina, no lesiona. Mantiene la serenidad y no a
todos los comerciantes trata por igual. A los que sólo venden tórtolas o
palomas, no los lastima.
12.- Los observadores perspicaces ya notaron que no era un puro gesto de
rebeldía y aprendieron y aceptaron su comportamiento y la integridad y rectitud
de sus vivencias. No ocultó significados reservados, el templo de su cuerpo se
expresaba en el templo arquitectónico, lo supieron y nosotros no debemos
ignorar. Muchos habitantes de Jerusalén de aquel momento supieron vieron la
rectitud del Señor y creyeron en Él.