3ª semana de Cuaresma. Jueves: Lc 11, 14-23

Jesús estaba rodeado por una gran muchedumbre. Y cuando hay mucha gente, suele haber de todo: gente buena y sencilla, que se admira por lo que hace Jesús, algunos enfermos, y el grupo de los que van contra Jesús, de aquellos que le tienen envidia y están mirando a ver en qué le pueden contradecir. No están atentos a sus mensajes, están sordos a lo que dice Jesús de positivo, en realidad sólo escuchan a su perversa conciencia. La liturgia de este día nos quiere hacer resaltar que debemos estar a la escucha de la palabra de Dios para poderla poner en práctica.

Jesús hace el milagro de curar a un mudo. Seguramente era mudo porque también y primeramente era sordo. En el sentido popular, como es una enfermedad que no tiene señales exteriores, se decía que la causa era porque se le había metido un demonio. Jesús sigue aquí el parecer popular para luego darnos una enseñanza sobre la realidad de la influencia o no del demonio en nuestra vida espiritual.

El hecho es que la gente sencilla se admiró; pero al grupo de fariseos, que no estaba dispuesto a aceptar las enseñanzas y milagros de Jesús y que buscaba una excusa para no creer,  se le ocurrió algo totalmente irracional: Si Jesús está echando un demonio, debe ser por la autorización y poder del príncipe de los demonios. Esto era una acusación terrible. Era decir que Jesús estaba más endemoniado que todos y por lo tanto, sus hechos y sus mensajes eran perversos. Esto era caer en lo que otro día dijo Jesús sobre el pecado contra el Espíritu Santo: que no se puede perdonar, porque uno mismo se cierra a la gracia de Dios. Aquí vemos la actitud de aquel grupo de fariseos contra Dios, porque se cierran sus oídos y por lo tanto son mudos respecto a las cosas divinas. A veces nos pasa a nosotros, que nos cerramos tanto en nuestros vicios que nos cerramos a la palabra de Dios. Es lo que tantas veces los profetas habían dicho del pueblo de Israel: que eran sordos para escuchar la palabra de Dios, como se dice en la primera lectura de hoy. Para nosotros hoy se nos dice en el salmo responsorial: “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor; no endurezcáis el corazón”.

Jesús se atiene al sentido común y quiere hacerles ver la sinrazón de su razón. Y es que: ¿Cómo puede hacer algo Jesús contra el demonio con la connivencia del mismo demonio? Eso sería ir contra sí mismo, eso sería la desunión y por lo tanto la ruina. Eso es lo que quiere el espíritu del mal: crear en nosotros la desunión, la mentira. Y eso es lo que encontramos muchas veces: matrimonios que se desunen, padres que no se entienden con los hijos y tantas peleas en la sociedad ocasionadas por drogas o tantos vicios. Esos son los demonios que tenemos que echar con la gracia de Dios.

Para ello tenemos que estar unidos con Jesús. Él es el más fuerte, no por la violencia, sino por el amor. Debemos dejarle entrar en nuestro espíritu y estar con Él. Si estamos bien unidos con Él, como termina hoy el evangelio, seremos invencibles. Hoy se nos dice que para estar unidos con Jesús debemos no estar sordos ni mudos en el espíritu. Pidamos esta gracia al Señor, cuando nos unimos con Él en la comunión. Estemos atentos a la palabra de Dios, como lo estaba la Santísima Virgen María que escuchaba y retenía la Palabra dentro de su corazón para ponerla en práctica.

Estar con Jesús es andar en la verdad. Andar en mentira sería estar con el demonio. La expresión de los fariseos era una gran tentación. Como lo era también el querer un gran signo para creer. Seguro que, si entonces Jesús hace un gran signo en los astros, tampoco hubieran creído, porque “no hay mayor sordo que el que no quiere oír”. Hubieran dicho que era cosa de magia o por obra del mismo demonio. Por eso, especialmente en este tiempo de Cuaresma, pongamos más atención a la palabra de Dios. Recordemos que escuchar no es sólo oír, como estar en misa no es lo mismo que participar. Por eso muchos, después de un acto religioso, seguimos mudos: no sabemos hablar de Dios, porque no hemos hablado con Él.