CUARESMA
– DOMINGO IV B
(11-marzo-2018)
Jorge Humberto Peláez S.J.
El
amor infinito de Dios es la clave para descifrar el misterio
ü Lecturas:
o II
Libro de las Crónicas 36, 14-16. 19-23
o Carta
de san Pablo a los Efesios 2, 4-10
o Juan
3, 14-21
ü En
estos cuarenta días de peregrinación hacia la celebración de los misterios de
la redención, vamos desentrañando, poco a poco, esa tensión existente entre la
libertad humana, deslumbrada por las falsas promesas de felicidad, y el amor
sin límites de Dios, que permanece fiel a su alianza a pesar de las incontables
infidelidades de su pueblo. Esta misma tensión se da dentro de cada uno de nosotros.
ü En
el texto de la Carta a los Efesios que acabamos de escuchar, encontramos una
fiel descripción de esta tensión: “La misericordia y el amor de Dios son muy
grandes porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y Él nos dio la
vida con Cristo y en Cristo”.
ü Este
es el mensaje central de este domingo: “Estábamos muertos y Él nos dio la
vida”. Este mensaje central, que nos prepara para comprender el sentido
profundo de la Semana Santa, es desarrollado con gran profundidad por las
lecturas que acabamos de escuchar.
ü En
primer lugar, profundicemos en la expresión de san Pablo: “Estábamos muertos”. Para
ello, vayamos a la primera lectura, tomada del II Libro de las Crónicas. Allí
se relata uno de los acontecimientos más dolorosos vividos por el pueblo de
Israel. Se trata del destierro a Babilonia. El autor del Antiguo Testamento
describe, con crudo realismo, los antecedentes de esta tragedia, la cual
termina por voluntad de Ciro, rey de Persia.
ü Los
dirigentes religiosos y políticos de Israel, así como el pueblo, perdieron el
rumbo, como si una locura colectiva se hubiera apoderado de las mentes y voluntades
de todos. Ese caos moral y religioso es descrito en pocas palabras: “Multiplicaron
sus infidelidades, practicando todas las abominables costumbres de los
paganos”. Dieron la espalda a la Alianza y olvidaron las infinitas muestras de
amor que Yahvé había tenido con ellos. Como un padre busca corregir al hijo extraviado,
Yahvé envió mensajeros para exhortarlos a la conversión.
ü Pero
nada sirvió. Vino, entonces, una medida pedagógica radical, y Dios permitió que
el rey de los caldeos irrumpiera en sus territorios. Fue un huracán que arrasó
todo lo que encontró. Los sobrevivientes fueron llevados como esclavos a
Babilonia. Era necesaria esta medida radical para que el pueblo reaccionara,
tomara conciencia del abismo en que había caído y pidiera el perdón de Dios.
ü El
salmo 136, que acabamos de escuchar, es un poema muy triste, que expresa los sentimientos
de los expatriados que añoraban su tierra: “Junto a los ríos de Babilonia nos
sentábamos a llorar de nostalgia; de los sauces que estaban en la orilla
colgábamos nuestras arpas”.
ü Estos
dos textos que acabamos de escuchar, el II Libro de las Crónicas y el salmo
136, nos permiten comprender el significado de la expresión de san Pablo en su Carta
a los Efesios, quien afirma que “estábamos muertos por nuestros pecados”. La
cruda descripción de la cautividad de Babilonia y la triste canción del salmista
nos permiten comprender un poco el lado oscuro de la existencia humana.
ü Al
llegar al Evangelio, esa oscuridad se llena de luz. Es el amor de Dios que supera
las locuras de la infidelidad humana. Aquí leemos un texto que nos estremece
por su profundidad: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único,
para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”. Este
texto nos da la clave para comprender el misterio de la salvación, no desde la
lógica humana sino desde el amor. El misterio de la redención no tiene otra explicación
que el amor infinito de Dios.
ü Si
nuestra mente trata de encontrar una explicación diferente de la redención, se
tropieza con una muralla infranqueable: la infinitud de Dios frente a la insignificancia
del ser humano dentro del universo; la santidad de Dios vs. la maldad humana.
Solo el amor infinito puede superar esa muralla.
ü En
este texto del evangelista Juan encontramos unas afirmaciones que nos llenan de
esperanza:
o “Dios
no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara
por Él”.
o “El
que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que
sus obras están hechas según Dios”.
ü Muchas
veces los fracasos y las crisis nos roban la alegría de vivir. Quedamos sin
energía. Nos sentimos tan deprimidos como el salmista exiliado que, junto a los
ríos de Babilonia, evocaba con nostalgia a su patria. Los seguidores de Jesús resucitado
tenemos que ser mujeres y hombres de esperanza. No podemos declararnos vencidos.
El amor infinito de Dios es fuente de energía, paz y confianza.
ü Los
invito, pues, a meditar estos textos del Antiguo y del Nuevo Testamento que nos
va presentando cada domingo la liturgia. Ellos nos ilustrarán sobre el sentido
de las celebraciones pascuales que, para muchos bautizados, son unas vacaciones
desconociendo la magnitud del regalo que Dios nos hace.