4ª semana de Cuaresma.
Domingo B: Jn 3, 14-21
Nicodemo era un buen
fariseo. Procuraba cumplir todas las leyes, pero también buscaba la verdad. Por
eso quiso hablar a solas con Jesús. Lo hizo de noche, quizá porque no estaba de
acuerdo con sus compañeros. El hecho es que el evangelista Juan nos narra lo
principal de esta conversación. Comienza Nicodemo por llamar “Rabí” a Jesús. Es
la idea que tenía de Él: un maestro de la ley, que explica la ley, aunque de
forma más sublime. Pero Jesús le dirá que es intermediario de Dios para una
nueva vida que Dios nos quiere dar. Para recibir esa vida hay que nacer de
nuevo, lo que se realiza en el bautismo. Y terminará la conversación con las
primeras palabras del evangelio de este día. Él, Jesús, que se hace llamar “el
hijo del hombre”, tiene que ser levantado en alto, para que todos los que le
miren con fe tengan la vida eterna.
Y pone Jesús el ejemplo de
la serpiente de bronce que Moisés había levantado en el desierto. Resulta que,
debido a los pecados de los israelitas, en el desierto salieron unas serpientes
que con sus mordeduras ocasionaban la muerte a muchos. Entonces Moisés oró al
Señor y se le reveló que hiciera una serpiente de bronce, para que puesta en
alto librara de las mordeduras a todos los que la miraran. Claro que no era la
imagen la que curaba, sino era la fe puesta en Dios, en su grandeza y
misericordia, que se veía reflejada en esa imagen, siguiendo el parecer popular
de pueblos vecinos. Jesús nos enseña que la cruz es la expresión más grandiosa
del amor de Dios y que todo el que mire a Jesús en la cruz con amor y con el
deseo y la realidad de seguirle en sus enseñanzas, obtendrá la vida eterna, que
no es sólo una promesa de felicidad futura, sino que es la expresión de la
verdadera felicidad que Dios quiere para todos.
Y, al terminar ese diálogo,
en el versículo 16, según todos los entendidos, es el evangelista quien hace
una reflexión, inspirada por Dios, en que expresa la verdad más importante de
toda
La cruz no se opone a la
alegría, que es compatible con la mortificación y el dolor. En esta vida en que
estamos rodeados de pecados, tiene que haber mortificación y dolor para poder
salir de ellos y así caminar en la verdadera alegría. A veces es Dios mismo
quien, como un buen padre, nos pone las cosas duras para que podamos salir del
mal. Como pasaba en el pueblo de Israel, cuando fueron al destierro por sus
pecados, como nos narra la primera lectura. Ellos clamaron a Dios, como nos
dice el salmo de hoy, y fueron liberados por medio del rey Ciro. Así pasa en
nuestra vida. Sin embargo la parte más dura la quiso llevar el mismo Dios,
hecho hombre. Jesús fue a la cruz para que pudiéramos tener fuerzas para
podernos librar de nuestros males.
Por eso es tan importante mirar
a la cruz. Mirar con fe y con amor. Mirar para seguir las huellas de Jesús.
Este tiempo de Cuaresma es más apto para esperar en la misericordia de Dios a
través de su acción en Cristo Jesús que lo expresaremos más en la próxima
Semana Santa. Todo ello terminará en la gloria de la resurrección. Porque Dios
nos ha hecho para la alegría. La tecnología moderna aumenta las ocasiones de
placer; pero no es lo mismo que alegría. Muchas veces el dinero y los placeres
materiales están juntos con la tristeza y la aflicción. La alegría viene del
saberse amado por Dios y a la vez amar a Dios. Ese amor se debe traducir en
obras buenas, donde la paz de Dios muchas veces abundará en medio de
sufrimientos por nosotros y por los demás. El amor siempre engendra alegría.