CICLO  A

TIEMPO PASCUAL

VI  DOMINGO

 

 

Días de alegría en honor de Cristo Resucitado (Oración colecta) deben ser todos los días de nuestra vida, para los que hemos puesto en Él nuestra fe y nuestra esperanza: el Crucificado-Resucitado ha salvado al pobre ser humano, abriéndole las puertas de la vida eterna (Oración después de la comunión), que es la vida de Dios, vida en plenitud, amor infinito en su duración y en su intensidad.

 

Al pasar de este mundo al Padre, el Señor Resucitado, causa y guía de nuestra salvación, no nos ha dejado desamparados, porque, elevado a los cielos para hacernos partícipes de su divinidad, intercede permanentemente ante el Padre para que nos envíe otro Defensor, el Espíritu de la verdad, que está siempre con nosotros (Evangelio).

 

No sólo los fieles de Samaria recibieron el Espíritu Santo por la oración y la imposición de manos de los apóstoles (Primera lectura). También ahora, en nuestros corazones se derrama el amor de Dios por el Espíritu Santo que nos es dado. Así sabréis, dice el Señor en el Evangelio, que yo estoy con el Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. El Espíritu Santo que habita en nuestros corazones, nos une a Cristo, nos transforma en su misma imagen, nos hace experimentar su cercanía y continúa en nosotros la obra de la salvación.

 

“Al que me ama lo amará mi Padre y yo también lo amaré”. Pero ama de verdad a Cristo el que cumple sus mandamientos (Evangelio). Especialmente el mandamiento del amor. La seguridad de saber que Cristo nos ama, siendo Él causa y guía de nuestra salvación,  hará que estemos siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza (Segunda lectura). Este amor infinito que nos salva es el centro de nuestra fe (I Jn 4, 16). De este amor esperamos la vida eterna, la vida de Dios, que es vida en plenitud. La fe nos da ya en germen esta vida que esperamos: en esperanza hemos sido salvados (Rom 8, 24). Sobre esta seguridad, el ser humano, hecho de barro, puede apoyarse en sus penalidades y limitaciones.

 

Hemos de dar razón de nuestra esperanza con humildad, pero con valentía, sin miedos ni complejos. Con respeto a la dignidad de la persona humana, con respeto a la verdad, que hay que proponer, nunca imponer. Dar razón de nuestra esperanza con buena conciencia, que es la voz de Dios en nuestro corazón y nos manda hacer el bien,  evitar el mal y llamar a las cosas por su nombre.

 

MARIANO ESTEBAN CARO