IV Domingo de Cuaresma/B

(2 Cró 36, 14-16. 19-23; Ef 2, 4-10; Jn 3, 14-21)

¡Tanto amó Dios al mundo!

En el Evangelio de este domingo encontramos una de las frases absolutamente más bellas y consoladoras de la Biblia: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.

Dios, en la Biblia, nos habla de su amor a través de la imagen del amor paterno. El amor paterno está hecho de estímulo, de impulso. El padre quiere hacer crecer al hijo, empujándole a que dé lo mejor de sí. Un verdadero padre es asimismo aquel que da libertad, seguridad al hijo, que le hace sentirse protegido en la vida. He aquí por qué Dios se presenta al hombre, a lo largo de toda la revelación, como su «roca y baluarte», «fortaleza siempre cerca en las angustias».

Otras veces Dios nos habla con la imagen del amor materno. Dice: “¿Acaso olvida una mujer a su niño, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido” (Is 49, 15). El amor de la madre está hecho de acogida, de compasión y de ternura; es un amor “entrañable”.

El hombre conoce por experiencia otro tipo de amor, el amor esponsal, del cual se dice que es «fuerte como la muerte» y cuyas llamas «son flechas de fuego» (Ct 8, 6). Y también a este tipo de amor ha recurrido Dios para convencernos de su apasionado amor por nosotros. Todos los términos típicos del amor entre hombre y mujer, incluido el término «seducción», son empleados en la Biblia para describir el amor de Dios por el hombre.

Jesús llevó a cumplimiento todas estas formas de amor, paterno, materno, esponsal (¡cuántas veces se ha comparado a un esposo!); pero les añadió otra: el amor de amistad. Decía a sus discípulos: «No los llamo ya siervos… a ustedes los he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre se lo he dado a conocer» (Jn 15, 15).

¿Qué es la amistad? La amistad puede constituir un vínculo más fuerte que el parentesco mismo. El parentesco consiste en tener la misma sangre; la amistad en tener los mismos gustos, ideales, intereses. Nace de la confidencia, esto es, del hecho de que confío a otro lo más íntimo y personal de mis pensamientos y experiencias. Jesús nos llama amigos, porque todo lo que él sabía de su Padre celestial nos lo ha dado a conocer, nos lo ha confiado. ¡Nos ha hecho partícipes de los secretos de familia de la Trinidad! Por ejemplo, del hecho de que Dios prefiere a los pequeños y a los pobres, de que nos ama como un papá, de que nos tiene preparado un lugar. Jesús da a la palabra «amigos» su sentido más pleno.

¿Qué debemos hacer después de haber recordado este amor? Algo sencillísimo: creer en el amor de Dios, acogerlo; repetir conmovidos, con San Juan: “¡Nosotros hemos creído en el amor que Dios nos tiene!” (1 Juan 4, 16). “Confesar a un Padre que ama infinitamente a cada ser humano implica descubrir que con ello le confiere una dignidad infinita. Confesar que el Hijo de Dios asumió nuestra carne humana significa que cada persona humana ha sido elevada al corazón mismo de Dios. Confesar que el Espíritu Santo actúa en todos implica reconocer que Él procura penetrar toda situación humana y todos los vínculos sociales. El misterio mismo de la Trinidad nos recuerda que fuimos hechos a imagen de esa comunión divina, por lo cual no podemos realizarnos ni salvarnos solos. La aceptación del primer anuncio, que invita a dejarse amar por Dios y a amarlo con el amor que Él mismo nos comunica, provoca en la vida de la persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: desear, buscar y cuidar el bien de los demás”.

De las palabras del Evangelio, se confirma que “el amor del Padre llega a todo ser humano que vive en el mundo ¿Cómo no ver el empeño que brota de una iniciativa así de Dios? El ser humano, consciente de un amor tan grande, no puede no abrirse a una actitud de acogida fraterna hacia sus semejantes. El supremo testimonio del amor de Dios por los hombres tuvo lugar en el sacrificio del Calvario, donde “Cristo murió y resucitó por nosotros, sellando con su sangre la nueva y definitiva Alianza con la humanidad”. 

Aprovechemos la llamada de Dios a través de la Iglesia y la gracia que el Señor nos ofrece constantemente para que, por intercesión de la Virgen María, avancemos en nuestra conversión en este tiempo cuaresmal, rompiendo con individualismos egoístas y abriendo el alma a la generosidad del amor según el ejemplo de Jesucristo.