4ª semana de Cuaresma. Lunes: Jn 4, 43-54

Iba Jesús de Judea a Galilea. El camino más corto y mejor era pasando por territorio de los samaritanos, aunque siempre era un poco conflictivo por el hecho de que no les gustaba que pasasen para la fiesta de Jerusalén, ya que los samaritanos tenían su propio templo. Al pasar Jesús con sus discípulos había tenido lugar la escena de Jesús con la samaritana en el pozo de Jacob. En ese pueblo Jesús fue bien recibido y se detuvo allí dos días.

Así que cuando llegó Jesús a Galilea, como nos dice hoy el evangelio, le estaban esperando muchos galileos que le habían visto hacer en las fiestas de Jerusalén algunos prodigios. La voz se había corrido por aquellos pueblos. Pensaban que en Galilea, que era su patria, haría más prodigios.

Jesús se dirigió a Caná, en cuyo pueblo había realizado el famoso milagro de la conversión del agua en vino. Seguro que ese milagro había sido muy comentado entre todos, pobres y ricos. El hecho es que cerca, en la ciudad de Cafarnaún vivía un funcionario real, que tenía un hijo muy enfermo. Al oír este funcionario que Jesús estaba de nuevo en Caná, se fue allí para pedir la curación de su hijo.

Cafarnaún era una ciudad un poco más importante que los otros pueblos vecinos, pues era como un cruce de caminos con puerto especial en el lago de Genesaret. Allí residía este funcionario real. Herodes tenía allí funcionarios, como jefes de aduanas y cobradores de impuestos.

Lo que nos interesa más es comprobar el proceso de la fe en ese hombre. Cuando se dirige a Jesús, angustiado por la enfermedad de su hijo, da la impresión de creer en Jesús como si fuese un mago. Quizá este hombre, acostumbrado a vivir entre el poder y pensar en él, cree que Jesús es también un hombre poderoso, pero con unos poderes mágicos, para hacer obras maravillosas.

Jesús al principio parece que rechaza su proposición, y da las razones en forma de plural pensando no sólo en aquel funcionario, sino en otros que como él sólo piensan ver prodigios y señales o, como otras veces dice, señales portentosas. Jesús busca una fe más personal: que no crea por las señales sino que crea en la persona de Jesús. Cuando cree que aquel hombre ha depuesto su sentido de poder y está más dispuesto para la fe, le dice Jesús: “Vete, tu hijo vive”.

Aquel hombre cree en la palabra de Jesús. Y se va hacia su casa. Y le salen al encuentro sus criados: “Tu hijo vive”. Se había curado en la misma hora en que le había dicho Jesús: “Vete, tu hijo vive”. Ahora sí que su fe se ha reafirmado. Cuando constata que fue realmente la misma hora, no sólo cree él, sino que cree toda su familia. Es una especie de hacer apostolado.

Esto sucedió en la hora séptima, que era la una de la tarde. San Juan suele fijarse en los detalles de las horas más que los otros evangelistas. Suelen tener signos simbólicos o es la manera de acordarse de algo que le impactó más.

Nuestra fe a veces es también deficiente pues mezclamos demasiado el provecho material con la fe en lo espiritual. Y pasa a muchos que, si no ven algo espectacular en la religión, su fe parece que se apaga. Y cuando cambia algo externo en la religión, como ponen sólo su fe en eso externo, su fe tambalea.

Por eso Dios suele purificar la fe. Puede ser con hechos externos o con los sentimientos interiores del alma. Cuando la fe es firme y está muy unida con el amor, se une con Dios y se siente que ese Dios invisible, pero presente, nos guía y es nuestra fortaleza y sustento.

Es difícil juzgar de la intensidad de una oración por lo que parece que se consigue. Dios tiene infinitos caminos desconocidos para nosotros para darnos su gracia. Busquemos al Señor de las cosas más que a las cosas del Señor.