CICLO  A

SOLEMNIDAD

DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

 

 

La fiesta del Corpus nos recuerda que Jesús resucitado, ascendido a la gloria del cielo, en la eterna comunión de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, no nos abandona. La eucaristía es memorial que actualiza realmente a Cristo, el Crucificado-Resucitado. Es sacramento eficaz de su presencia viva y operante, que tiende a la comunión. Presencia real, verdadera y sustancial de Cristo resucitado, bajo las especies  de pan y de vino, que ya son el cuerpo y la sangre del Señor. La eucaristía es comida de comunión con Cristo, pan de vida eterna, que ya en nuestra vida mortal, nos asimila y nos encamina hacia el gozo eterno de su divinidad.

 

“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo le daré es mi carne para la vida del mundo”, leemos en el Evangelio de hoy. “En la santa Comunión recibimos el Cuerpo del Señor resucitado y nosotros mismos somos incorporados a este Cuerpo, de manera que estamos ya resguardados en Aquel que ha vencido a la muerte y nos conduce a través de la muerte” (Benedicto XVI). En la comunión nuestra vida es asimilada a la de Cristo, que nos transforma y nos configura con él. Entramos en comunión existencial con él, para vivir con él y como él; y a través de él, con la santa Trinidad. Cristo nos une a su cuerpo resucitado y glorioso, para ser una sola cosa con él. Nos inserta en su Persona, que a su vez está inmersa en la comunión trinitaria. Nos comunica su energía divina.

 

La palabra «comunión», que usamos para designar a la Eucaristía, resume la dimensión vertical y la dimensión horizontal de este don del Señor. No podemos comulgar con Cristo, si no comulgamos entre nosotros. Formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan.”El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan (segunda lectura).

 

La eucaristía es el sacramento de la presencia de Cristo, que nos acompaña y nos indica la dirección. Es alimento y fuerza del peregrino cansado y desorientado. Caminamos con el Señor. Es el significado profundo de la procesión, que arranca y se pone en marcha inmediatamente después de la misa. Es como su prolongación. Avanzamos tras de aquel que es camino, verdad y vida.

 

MARIANO ESTEBAN CARO