Domingo de Ramos B: Mc 11, 1-10. Evangelio: Mc 14,1-15,47
Comenzamos
Pero el dolor no es el
final de Jesús, como tampoco Dios quiere que sea nuestro final, sino la gloria
y la felicidad. Por eso esa demostración sublime de amor terminó en la gloria
de la resurrección. Hoy comenzamos la consideración de
San Marcos es el evangelio
más sencillo. Según todos los entendidos fue el primero que se escribió. San
Marcos era algo así como el secretario de san Pedro, de quien recoge estas
grandiosas vivencias de un modo tierno y sencillo. En la entrada triunfal en
Jerusalén se fija de una manera especial en la sencillez y mansedumbre. Parece
ser que fue el mismo Jesús quien suscitó esa entrada cabalgando como en señal
de triunfo o más bien de protagonismo profético. Porque ya lo había dicho el
profeta que el Mesías iba a entrar en Jerusalén aclamado, pero de una manera
humilde. La diferencia con un líder triunfador es que éste hubiera entrado cabalgando
un caballo muy bien adornado, mientras que Jesús va a entrar cabalgando un
burro o borriquito.
Algo que debemos destacar
en esta “entrada” es la aclamación profética que hacen las gentes sencillas,
que se dejan llevar del entusiasmo de algunos. Seguramente los apóstoles serían
algunos de los que excitarían a muchos a gritar: “hosanna”. Pero hoy nuestra
consideración debe ir a la inconstancia de la gente, precisamente por no estar
muy fundamentada en la fe y en el amor. Muchos de los que ese día gritaban
“hosanna”, el viernes santo gritarían: “Crucifícale”. Para nosotros debe ser
una gran lección y un acicate en nuestra fe y en el amor a Jesús. Hoy nosotros
debemos clamar y bendecir a Jesús: a Dios que se hizo hombre por nuestro amor.
Él quiere entrar triunfante en nuestros corazones. En vista de aquella falta de
coherencia de la multitud, prometamos al Señor ser fieles y perseverantes en la
fe y en el amor continuo a Dios.
En esa entrada de Jesús
también se va fraguando
En la misa de hoy se lee
Y nosotros debemos pensar que las acciones
grandes no se hacen de un momento a otro, sino que se van preparando por
pequeños actos. ¿Para qué nos preparamos nosotros? Seamos perseverantes en el
bien y en el aclamar a Jesús, veamos y aprendamos su gran humildad y
mansedumbre, su entrega al sufrimiento o al triunfo. Dios nos irá presentando
lo que nos sea más conveniente. De nuestra parte pongamos mucho amor y
sacaremos salvación y gloria.