DOMINGO DE RAMOS, CICLO B
Un Domingo de amargura y de
triunfo
El domingo de
ramos hace pasar por toda la gama de
situaciones que es posible vivir para el hombre y así pasaremos del hosanna de
la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, pasando por aquellos tremendos
gritos de: “crucifícale, crucifícale”, que nos hace pensar en el fracaso
aparente de la misión de Cristo, hasta el vibrante “Aleluya” que nos descorre
el velo de la actuación de Cristo y nos deja ver la actitud del Padre, que
siempre fue de solidaridad con su Divino Hijo, aunque con un aparente olvido a
la hora de su muerte en cruz.
De hecho, este día,
el Evangelio de San Marcos nos deja ver los rasgos más íntimos ce Cristo, esos
rasgos que se manifestaron durante toda su vida, pero ahora se perciben con
mayor claridad todavía:
Lo primero que
tenemos que destacar, es la inocencia de Jesús, pues nunca pudieron probar
ninguna de sus acusaciones. Lo más que
pudieron alegar sus enemigos fue que
Cristo se había declarado Hijo de Dios, pero con creces, con su vida y sus
señales, él estaba señalando la veracidad de sus afirmaciones. Quien mejor
quedó convencido de la inocencia de Cristo, fue precisamente Pilatos, pero fue
tan cobarde, que por quedar bien con sus superiores y sin querer malquistarse
con las autoridades judías, condenó a Cristo a la muerte.
Luego tenemos que
destacar la incondicionada obediencia de
Cristo al Padre, su dignidad frente a
las acusaciones de sus enemigos. Si de
algo podemos estar seguros, es precisamente de la obediencia de Jesús a la
voluntad de su Padre, aunque en ello estuviera implicada la entrega de su
propia vida, lo que más cuidamos los humanos, pero estaba en juego la salvación
de todos los hombres, a los que había sido enviado, y allá va Jesús, con su
entrega, su generosidad, su arrojo, a la
salvación de todos los hombres, para librarles de una vez para siempre del poder del maligno, el enemigo declarado
de Cristo Jesús.
Luego es destacar
la bondad de Cristo, su solidaridad con
los pecadores, su abandono sin reserva al amor. Todo nos habla en Cristo del
abandono que siempre lo distinguió en
toda su vida, pues es clara su
solidaridad con ellos, desde el momento en que decide nacer pobre y entre los
pobres, dejándose adorar de los más pobres, los pastores, dejándose venerar por
los ancianos y entregado cien por ciento al bien de los más desprotegidos, los
niños las viudas, los enfermos, los menesterosos. Todo en Cristo nos habla
del amor, un amor que por momentos quedaba opacado por las tinieblas y la
muerte, pero que luego resurgía con fuerza, pues no era posible que Jesús
conociera para siempre las tinieblas del error, de la maldad y del engaño. El
amor triunfa sobre el pecado.
Lo decimos una vez más, el peso de las
tinieblas parece anular la luz del amor de Dios, el amor parece inútil, pero Jesús sigue fiándose del amor, no sede a la tentación
y a la impaciencia de los que querían hacer triunfar
el poder o la violencia para imponer el amor. Nunca podemos pensar que
el amor hay que imponerlo a la fuerza, y con violencia. El amor tiene que hacer
sentir su fuerza por sí mismo, lo que da tranquilidad, sosiego y felicidad,
desplazando la desdicha, el engaño y error del pecado. En Getsemaní Cristo
experimentó la profunda soledad del hombre, siente el abandono de todos, nunca
había sentido una soledad como aquella, abandonado incluso del Buen Padre Dios,
pero experimenta al mismo tiempo el consuelo de la entrega, de la solidaridad y el abandono a los brazos de su Padre.
Su reproche a los discípulos que se empeñan en recurrir a la espada supera todas las ambigüedades. Pedro
nunca entendió la bondad de Cristo, cuando le llamaba a la confianza total,
pues se le puso al brinco cuando anunció
la primera vez que que
daría su vida en la cruz, lo mismo como cuando
lo invocaba en medio del mar porque se hundía en las olas. Al final, ya
resucitado, cuando aquel interrogarlo tremendo
de Jesús en la playa, hace pensar a Pedro que la única fuerza para
vencer será el amor entregado a Cristo Jesús.
En la cruz
¨experimenta hasta el cansancio, toda la debilidad del amor, pero no huye de él de ningún modo frente a esta debilidad. Se
abandona por entero al amor. Los
hombres. Lo crucifican pero él muere por ellos.
Hoy tenemos que
elevar una plegaria infinita a Cristo
que con su entrega hizo posible la entrada de todos los hombres a la gloria del
Padre, habiendo sido perdonados de todos sus pecados. Gracias, Jesús, por tu
entrega y tu generosidad, gracias por tus espinas y tus clavos, pero gracias al
Padre por tu resurrección y tu triunfo. Que
esa distinta gama de situaciones que Jesús conoció en su pasión, sean
ahora las situaciones que ocupen la vida de los creyentes y de la Iglesia
misma.
El padre Alberto
Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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