5ª semana de Cuaresma. Miércoles: Jn 8, 34-42

El evangelio de ayer, después de una discusión con algunos de los jefes de los judíos, terminaba diciendo que entre la multitud muchos creyeron en El. Hoy continúa diciendo algo muy hermoso que Jesús les dijo precisamente a los que creyeron, que nos lo dice a nosotros que más o menos creemos en El. Sin embargo el evangelista sigue narrando las discusiones con los judíos sobre el ser o no ser hijos de Abraham.

Comencemos examinando lo que Jesús les dice a los creyentes. Les dice en primer lugar que si quieren ser discípulos suyos, deben mantenerse fieles a su palabra. Esto lo diría porque entonces, como ahora, algunos dicen ser discípulos de Jesús por un entusiasmo momentáneo, que muchas veces es pasajero. Por eso no basta con oír la Palabra de Dios, sino que la tenemos que meter en el espíritu, de modo que se haga vida nuestra. O podemos decir, que debemos ser consecuentes con esa Palabra.

Luego nos invita a conocer la Verdad, porque “la Verdad os hará libres”. Esta frase de Jesús es de las más célebres e importantes, que nos debe hacer reflexionar. Porque hay que entenderla, ya que muchos dicen la frase queriendo imponer su propia verdad. Cuando san Juan está repitiendo esta frase de Jesús está en su mente que la Verdad es la misma persona de Jesús, que es “el camino, la verdad y la vida”. Es lo que antes ha dicho del mantenerse en su palabra. Pero El es la Palabra de Dios. Para nosotros, los cristianos, lo máximo no son unos principios o unas ciertas verdades reveladas, sino que es la persona de Jesús: Dios, revelación del Padre, que se hace hombre para salvarnos. Podemos decir: para liberarnos. El creyente que experimenta la verdad, la unión con Cristo, tiene que sentir una liberación. Esta liberación no es de sentido político o social, sino de algo mucho más profundo. Es una libertad desde lo íntimo del ser, frente a la muerte o pecado. Claro que en esta vida no se da una liberación total y definitiva, ya que vamos progresando en la unión con Cristo, que es el camino.

Jesús mismo nos dio ejemplo de libertad: ante su familia, ante las autoridades y costumbres, ante la multitud que quería hacerle rey. Viendo la escena de Jesús con Pilato, podemos decir que Jesús es quien actúa con plena libertad. Así ha sido con todos los santos y mártires. Hoy la primera lectura nos habla de aquellos tres jóvenes metidos al horno por no querer adorar lo que quería el rey. Dios les liberó; pero ellos se sentían libres, aunque Dios no les liberara de las llamas.

Lo contrario de la libertad es la esclavitud. Jesús responde a aquellos judíos que quieren seguir discutiendo, y dicen que se sienten libres, ya que son hijos de Abraham. En verdad que no son verdaderos hijos de Abraham, si sólo lo son por descendencia carnal. Los verdaderos hijos, dice Jesús, son los que realizan las obras buenas de Abraham, que consisten sobre todo en estar en las manos de Dios y hacer siempre su voluntad. Por eso los que están atados a los pecados, en realidad son esclavos. Son quienes solamente hacen su propia voluntad. Así son los drogadictos o los que están adictos a cualquier clase de pecado. Para estar siempre unido a la voluntad de Dios hace falta mucha libertad. Cuando se consigue vivir según el querer de Dios, más o menos porque en esta vida no se puede de una manera total, se siente una gran paz y una gran alegría, como fruto de que uno va liberándose de las ataduras terrenas.

A aquellos orgullosos judíos que se creían estar más cerca de Dios, les dice Jesús que, mientras estén en pecado, ya que son esclavos, no pertenecen a la casa como pertenece el que es hijo, el que tiene la libertad. Esta es la libertad de amar, no la de dominar. La libertad del cristiano hace que no esté sometido a nadie, sino que libremente se somete a todos. Pidamos a María, la que siendo libre de todo mal, se hace libremente “esclava del Señor” que, como ella, caminemos rectamente por el camino del bien, amando a Dios, siguiendo como Jesús el camino de la libertad interior, que es fidelidad, alegría y paz.