5ª semana de Cuaresma.
Miércoles: Jn 8, 34-42
El evangelio de ayer,
después de una discusión con algunos de los jefes de los judíos, terminaba
diciendo que entre la multitud muchos creyeron en El. Hoy continúa diciendo
algo muy hermoso que Jesús les dijo precisamente a los que creyeron, que nos lo
dice a nosotros que más o menos creemos en El. Sin embargo el evangelista sigue
narrando las discusiones con los judíos sobre el ser o no ser hijos de Abraham.
Comencemos examinando lo
que Jesús les dice a los creyentes. Les dice en primer lugar que si quieren ser
discípulos suyos, deben mantenerse fieles a su palabra. Esto lo diría porque
entonces, como ahora, algunos dicen ser discípulos de Jesús por un entusiasmo
momentáneo, que muchas veces es pasajero. Por eso no basta con oír
Luego nos invita a conocer
Jesús mismo nos dio ejemplo
de libertad: ante su familia, ante las autoridades y costumbres, ante la
multitud que quería hacerle rey. Viendo la escena de Jesús con Pilato, podemos
decir que Jesús es quien actúa con plena libertad. Así ha sido con todos los
santos y mártires. Hoy la primera lectura nos habla de aquellos tres jóvenes
metidos al horno por no querer adorar lo que quería el rey. Dios les liberó;
pero ellos se sentían libres, aunque Dios no les liberara de las llamas.
Lo contrario de la libertad
es la esclavitud. Jesús responde a aquellos judíos que quieren seguir
discutiendo, y dicen que se sienten libres, ya que son hijos de Abraham. En
verdad que no son verdaderos hijos de Abraham, si sólo lo son por descendencia
carnal. Los verdaderos hijos, dice Jesús, son los que realizan las obras buenas
de Abraham, que consisten sobre todo en estar en las manos de Dios y hacer
siempre su voluntad. Por eso los que están atados a los pecados, en realidad
son esclavos. Son quienes solamente hacen su propia voluntad. Así son los
drogadictos o los que están adictos a cualquier clase de pecado. Para estar
siempre unido a la voluntad de Dios hace falta mucha libertad. Cuando se
consigue vivir según el querer de Dios, más o menos porque en esta vida no se
puede de una manera total, se siente una gran paz y una gran alegría, como
fruto de que uno va liberándose de las ataduras terrenas.
A aquellos orgullosos
judíos que se creían estar más cerca de Dios, les dice Jesús que, mientras
estén en pecado, ya que son esclavos, no pertenecen a la casa como pertenece el
que es hijo, el que tiene la libertad. Esta es la libertad de amar, no la de
dominar. La libertad del cristiano hace que no esté sometido a nadie, sino que
libremente se somete a todos. Pidamos a María, la que siendo libre de todo mal,
se hace libremente “esclava del Señor” que, como ella, caminemos rectamente por
el camino del bien, amando a Dios, siguiendo como Jesús el camino de la
libertad interior, que es fidelidad, alegría y paz.