5ª semana de Cuaresma. Viernes: Jn 10, 31-42

En toda esta semana la Iglesia nos presenta en el evangelio las maquinaciones de los jefes espirituales de los judíos contra Jesús. Eran suscitadas por las disputas que Jesús tenía con ellos. En la parte del evangelio de hoy, acababa Jesús de hacerles la declaración más determinante sobre su divinidad, expresando su identidad con Dios Padre. Para los judíos era una clara blasfemia, dicha sin cortapisas. Y quien decía una clara blasfemia merecía ser apedreado.

Claro que los judíos deseaban para Jesús una muerte más ignominiosa, como era la cruz; pero ellos casi instintivamente cogen las piedras para lanzárselas. Jesús, sin embargo, no huye, aunque después lo haría, ya que no había llegado “su hora”, sino que ahora se pone a defender su proclama con argumentos.

Dos son los argumentos que aquí pone Jesús. Uno es por la Sagrada Escritura, ya que a veces Dios no habla en singular, significando que es plural de al menos dos personas. Pero el argumento principal de Jesús aquí es por “las obras” que hace. Son obras buenas que no merecen el apedreamiento. Sobre todo cuando habla de obras que son propiamente de Dios. Estos son los milagros.

A veces en algún caso es difícil distinguir si es un verdadero milagro o es una obra de alguien muy inteligente. Pero hay hechos que claramente sólo los puede hacer Dios, como es resucitar a uno que ciertamente esté muerto, como lo hizo Jesús con Lázaro de más de tres días, ya empezando a corromperse.

En las vísperas de Semana santa es importante que estemos bien persuadidos, en la mente y en el corazón, que quien muere en la cruz por nuestros pecados no es sólo un hombre bueno y sabio, sino que es el mismo Dios que, habiéndose hecho hombre por nosotros, muere para que nosotros, arrepentidos de los pecados, sigamos el camino que vino a enseñarnos, un camino de amor y de perdón.

Quizá nos preguntemos: si los milagros de Jesús estaban tan patentes ¿Por qué aquellos judíos no creían? Ya había dicho Jesús que sólo los limpios de corazón verán a Dios. Y aquellos estaban demasiado manchados por el rencor, por la envidia y por las ansias de tener más y más dinero.

En la primera lectura se nos muestra al profeta Jeremías como un ejemplo anticipado de Jesucristo. En verdad, como dice el libro de la Sabiduría (cap 2), la vida de los justos resulta incómoda para los impíos. Y por eso quieren quitar de en medio, matar a quien, por la virtud de su vida, les echa en cara su perversidad. Esto sucedió con Jesucristo; Esto había sucedido con algunos profetas, como Jeremías; y esto sigue sucediendo con todos los mártires en la historia. Hay personas que no entienden el por qué a personas tan buenas se les pretenda matar. Jesús es el ejemplo y El sigue sufriendo en todo ser humano que sufre.

Al leer el evangelio, es difícil saber cómo sucedieron exactamente los hechos y las discusiones entre Jesús y los judíos. San Juan, cuando escribe, no lo hace como un periodista actual, sino en plan catequético. Recoge hechos y dichos de Jesús, y los dispone de manera que sirvan para enseñar a los fieles, siempre inspirado por el Espíritu Santo, que Jesús es Dios, igual al Padre.

En estos días de preparación a la semana santa contemplamos ya la Pasión moral de Jesús. El sufría esta pasión del alma antes y al mismo tiempo que la pasión en el cuerpo. Él que amaba tanto a su pueblo tuvo que sufrir mucho al constatar que los jefes religiosos, los encargados de llevar al pueblo hacia Dios, más bien le separaban. Por eso, en los últimos días, mirando al templo, que era el símbolo de toda la religión, lloró pensando que todo eso pasaría. Jesús ha llorado también sobre nuestros pecados. Que lo sintamos más en esta semana santa y que nos levantemos triunfantes con Jesús para vivir una vida nueva.