Martes Santo: Jn 13, 21-33.36-38

En el Martes santo la Iglesia nos presenta una parte de la Pasión de Jesús, en su aspecto interno, en el sufrimiento del corazón. Mucho tuvo que sufrir Jesús al ver que todo el esfuerzo que había hecho para instruir y santificar a sus discípulos en parte no había servido, porque uno le estaba traicionando y otros no le comprendían y en el momento importante le abandonarían. Por eso en aquella “última cena”, en medio de las efusiones de amor, deja lanzar su queja por la traición de uno de ellos. Dice el evangelio que Jesús “se estremeció” o se turbó en el espíritu. Es la expresión de un sentimiento grande y profundo en su alma, porque quien mucho ama sufre más la ingratitud y la traición del amado. La traición indica que un amor ha sido frustrado.

Los discípulos se extrañaron mucho y se miraban entre ellos para ver si descubrían algo. Pedro, el más impetuoso lo quería averiguar. Jesús sufre, pero respeta la libertad. Y hasta le hace a Judas una demostración de amistad. En aquella sociedad dar algo de comida de su propio plato a un comensal era un signo de deferencia o amistad. Jesús lo hace con Judas, como una mano tendida a la amistad. Judas acepta el bocado, pero no la amistad. Jesús todavía quiere salvarle, no pretende perjudicarle. Y le dice: “Lo que has de hacer, hazlo pronto”. Judas quizá no pudo contener la mirada de Jesús y salió inmediatamente. Y dice el evangelio: “Era de noche”. Ciertamente que se había hecho de noche en aquella primera parte de la cena; pero era más noche cerrada y tenebrosa la que había en el alma de Judas. Es posible que entre nosotros haya quienes nos alimentamos con Jesús en la comunión, pero no participamos en su amor.

Quizá nosotros no estamos dispuestos a traicionar tan profundamente como Judas; pero podemos ir encaminados hacia ello. De hecho muchas veces ha sido y es traicionado Jesús por personas que en un tiempo se han entregado a El. La historia nos habla de traiciones infames dentro de altas esferas en la Iglesia. Normalmente la traición, como la de Judas, no es cosa de un momento. Suele haber un largo proceso. Judas había seguido a Jesús ilusionado por las expectativas de un Mesías glorioso y triunfante en lo material. Era aficionado al dinero. Y se sintió como traicionado por los mensajes de paz y de servicio que siempre daba Jesús, que con ello rechazaba a los que querían hacerle un triunfador político. Judas se sintió desilusionado y desesperado.

 No todos los discípulos actuaban igual. Allí mismo sintió Jesús la voz amiga y el hecho de  recostarse, signo de amistad, del “discípulo amado”. Tuvo que ser un consuelo para El. En nuestra vida encontraremos quizá algún compañero abatido y desconsolado. Un gesto de amistad por nuestra parte le puede animar y dar el aliento que necesita. Todos tenemos momentos de desaliento. Puede ser en la vida normal o en el apostolado, cuando vemos que no hacemos nada fructuoso, cuando gastamos las fuerzas inútilmente, porque no vemos el fruto de los esfuerzos. Recordemos que Jesús está junto a nosotros y de una manera especial en la Eucaristía. Y vayamos a recibir ese aliento y a compartir las alegrías y los desalientos. En estos días de semana santa fomentemos más nuestra amistad con Jesús que nos espera en la Eucaristía.

No sólo era Judas, quien hacía sufrir a Jesús. Es la incomprensión de otros, como lo era el impetuoso Pedro. Dice que está dispuesto a morir por Jesús, pero no está dispuesto a comprender y aceptar las enseñanzas de Jesús. Pedro tiene dos grandes defectos: quiere confiar en sus fuerzas y pretende ser más que los demás. En el lavatorio de los pies no acepta la imagen de mesianismo que les da Jesús, sobre el servicio. Cuando corta la oreja de Malco, Jesús le quiere dar a entender que las cosas no se arreglan con la violencia, la altanería o el fanatismo. Pronto lo comprenderá y se hará luz en su vida a costa de lágrimas. Ese es un examen que nos pide la Iglesia.

Una vez que salió Judas, sintió Jesús que Él junto con su Padre era glorificado. Era un paso hacia la muerte; pero era un paso también hacia la glorificación.