Jueves
santo: Jn 13, 1-15
La eucaristía de esta tarde
nos recuerda la despedida de Jesús a sus discípulos en una cena llena de amor,
como preludio de su Pasión. El evangelio comienza diciendo que Jesús vio que
“había llegado su hora”. Toda su vida tendía hacia esta hora. Es algo que ha
esperado con mucho amor. En algunos momentos se dice que no había llegado la
hora de Jesús, como en Caná o cuando sus adversarios le querían matar después
de una discusión. El día de la entrada triunfal en Jerusalén dice que se
acercaba la hora. En esta tarde ya ha llegado la hora de su entrega al Padre
por nuestro amor.
Todo en la vida de Jesús
estaba movido por el amor; pero en esta tarde nos dice el evangelio que su amor
llegó “hasta el extremo”: Hasta el extremo de su vida y hasta lo máximo que se
puede, dando su vida por salvarnos. Y para demostrarlo nos va a dar su cuerpo y
sangre en
En las misas de esta tarde,
donde se puede, se realiza el acto del lavatorio de pies. Y hasta nos parece
bonito, sobre todo cuando lo vemos realizar al mismo papa o a los obispos,
quizá con vasijas de plata y toallas muy elegantes y finas. En realidad no
lavan los pies, porque los que van a ser “lavados” tienen mucho cuidado de
tener los pies bien limpitos. Lo de Jesucristo fue algo muy distinto. Los
apóstoles, cuando comían con Jesús muchas veces por el campo, no tenían
preocupación de lavarse los pies ni siquiera las manos. Pero aquella cena era
especial, no sólo por lo externo, como a veces vemos en cuadros, pues era la
cena pascual, sino por el significado y las realidades
que allí se presentaban. Jesús quiso darla importancia, como las cenas de
señores invitados que, cuando llegaban, se les lavaban los pies para estar
dignamente sentados o acostados en aquellas mesas. Habían recorrido caminos
llenos de polvo o barro y los pies estaban verdaderamente sucios. Los
encargados de limpiarles eran los esclavos o servidores, que allí, con seguridad,
no habría. Jesús ahora hace las veces de criado. Era algo tan fuera de tono,
que san Pedro se opuso a que su Maestro le lavase los pies. Es algo así, aunque
más bajo, como si un día vamos a una iglesia y encontramos que el obispo está
barriendo. Nos darán ganas de quitarle la escoba para hacerlo nosotros mismos.
Era difícil entender lo que hacía Jesús. Por eso les dijo: “¿Habéis entendido
lo que he hecho?” Hoy le tenemos que pedir mucho al Señor que podamos entender
al menos su amor, el amor de Dios que se entrega plenamente.
Y luego les dice, y nos dice a nosotros, que
es un ejemplo para que hagamos lo mismo. Claro que no vamos a lavar los pies,
pero es el símbolo de muchas acciones que debemos realizar: visitar enfermos,
consolar a tristes, ayudar a gente postergada. En fin todas las obras de
misericordia, sobre todo cuando al hacerlas nos sentimos rebajados o
humillados, cuando el acto no se valora o somos causa
de burlas y críticas.
También debemos considerar
que no sólo debemos servir, sino a veces dejarnos servir. Porque es difícil
dejarse servir, sobre todo si pensamos que la persona que se pone a servir es
importante. Lo mismo pasa con el perdón: a veces cuesta perdonarnos a nosotros
mismos o aceptar el perdón de Dios. San Pedro, que al fin y al cabo tiene un
gran amor a Jesús, sólo se deja lavar cuando le dice Jesús que perdería su
amor. A veces es más fácil estar dispuesto a dar la vida por Jesús que aceptar
su mensaje.
Hoy nos enseña Jesús que el
servir es reinar, que el más grande en el reino de Dios es el que está al
servicio de los demás. Esa es la mejor preparación para