SAN PEDRO Y SAN PABLO
SOLEMNIDAD (29 DE
JUNIO)
Celebramos hoy la
solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo. Ambos fueron las columnas de
la Iglesia en sus inicios y heraldos destacados del Evangelio. “Por caminos
diversos, los dos congregaron la única Iglesia de Cristo y a los dos, coronados
por el martirio, celebra hoy tu pueblo con una misma veneración”, canta el
Prefacio de la misa.
San
Pedro inicia este camino desde que, estando detenido en la cárcel, el ángel le
dijo: "Envuélvete en tu manto y
sígueme…y Pedro salió en pos de él" (Hch 12, 8-9).
"Saulo,
Saulo, ¿por qué me persigues? (...). Levántate, entra
en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer" (Hch 9, 4-6). Camino de España,
que en el concepto del mundo de entonces, era el Finis
Terrae, el extremo de la tierra, “espero veros al
pasar”, les dice a los romanos (Rm 15, 24).
Hacía a sí realidad su misión, por mandato de Cristo,
de llevar el Evangelio hasta los confines del mundo. En este itinerario está
Roma.
La
"Piedra" y el "Instrumento elegido" se encontraron definitivamente en Roma, sellando con su sangre
su ministerio apostólico. Fue un camino de fe y de amor hasta Roma,
cuya Iglesia, desde entonces, “preside en la caridad” (San Ignacio de
Antioquía).
"Unidos
en el martirio, sellaron con su sangre el anuncio del Evangelio" (Liturgia de las Horas). El martirio
los convirtió en hermanos. Una imagen muy querida de la iconografía cristiana
es el abrazo fraterno de los dos Apóstoles en su camino hacia el martirio.
Junto
al ago de Tiberíades, después de comer, en un ambiente de
amistad y comunión, Jesús se dirige a Simón Pedro, al que había dicho: “tú eres
Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 18-19). Y entabla con
él un diálogo, que con hermosas palabras resumía el Papa Benedicto XVI: “ La primera vez, Jesús pregunta a
Pedro: "Simón..., ¿me amas" con este amor total e incondicional?
Antes de la experiencia de la traición, el Apóstol ciertamente habría dicho:
"Te amo incondicionalmente". Ahora que ha experimentado la amarga
tristeza de la infidelidad, el drama de su propia debilidad, dice con humildad:
"Señor, te quiero”,
es decir, "te amo con mi pobre amor humano". Cristo
insiste: "Simón, ¿me amas con este amor total que yo quiero?". Y
Pedro repite la respuesta de su humilde amor humano: "Señor, te quiero
como sé querer". La tercera vez, Jesús sólo dice a Simón: "¿me
quieres?". Simón comprende que a Jesús le basta su amor pobre, el único
del que es capaz, y sin embargo se entristece porque el Señor se lo ha tenido
que decir de ese modo. Por eso le responde: "Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”. Y
Cristo Jesús, que es el buen Pastor, le encomienda a Pedro el cuidado de sus
ovejas y corderos. Y aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios,
añadió: "Sígueme".
Pablo,
al final de su camino, dirá de sí mismo: "Yo he sido constituido...
maestro de los gentiles en la fe y en la verdad" (1 Tm 2, 7; cf. 2 Tm
1, 11). Maestro, apóstol y heraldo de Jesucristo, en la carta a los Gálatas revela cuál es la motivación más íntima de
su vida: "Vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí
mismo por mí" (Ga 2, 20).
Palabras que comenta también el Papa Benedicto XVI: “Todo lo que hace san Pablo
parte de este centro. Su fe es la experiencia de ser amado por Jesucristo de un
modo totalmente personal; es la conciencia de que Cristo no afrontó la muerte
por algo anónimo, sino por amor a él -a san Pablo-, y que, como Resucitado, lo
sigue amando. Su fe no es una teoría, una opinión sobre Dios y sobre el mundo.
Su fe es el impacto del amor de Dios en su corazón. Y así esta misma fe es amor
a Jesucristo” (Benedicto XVI).
En el día de hoy la Iglesia pone especialmente su
mirada en San Pedro, la piedra sobre la que la Iglesia se fundamenta y se
cohesiona (Evangelio). Pedro es el cimiento de la Iglesia, con la misión de
confirmar en la fe, en el amor y en la unidad. Pedro actúa como quien posee la
suprema autoridad en la Iglesia al servicio de sus hermanos. El Obispo de Roma,
el Papa, es el sucesor de Pedro en esta misión universal para toda la Iglesia.
MARIANO ESTEBAN CARO