LA
ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
SOLEMNIDAD
15 de agosto
Celebramos hoy la
asunción de María en cuerpo y alma a los cielos. Es la glorificación de la
Virgen María con todo su ser (alma y cuerpo). La gracia de la que María estuvo
llena en este mundo, es su plena glorificación. Este privilegio constituye la
coronación de todos los privilegios, con que María fue adornada. La ausencia de
pecado original y su santidad perfecta exigían para la Madre de Dios la plena
glorificación de todo su ser. No es una advocación o devoción más de la Virgen
María. Es un hecho que sigue vivo ahora en su persona.
El día uno de
noviembre de 1951, Pío XII definía como dogma de fe que “La Virgen María,
terminado el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria
celestial”. Ya en mayo de 1946, el Papa promovió una amplia consulta a todos
los obispos y, a través de ellos, a los sacerdotes y al pueblo de Dios, sobre
la posibilidad de definir la asunción de María como dogma de fe. Sólo seis
respuestas, entre 1.181, manifestaban alguna reserva sobre el carácter revelado
de esta verdad.
Para no hablar de la
muerte de la Virgen, la Iglesia antigua, sobre todo la oriental, se refería a
la “dormición” de María. Juan Pablo II en la audiencia del 2 de julio de 1997
enseñaba que “el dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado
después de la muerte”. Daba el Papa varias razones: Cristo murió y la Madre no
es superior al Hijo, que aceptó la muerte. Asimismo, “para participar en la
resurrección de Cristo, María debía compartir, ante todo, la muerte”. San
Francisco de Sales habla de una muerte «en el amor, a causa del amor y por
amor», llegando a afirmar que la Madre de Dios murió de amor por su hijo Jesús.
El cielo al que María
fue asunta no es un lugar, sino “una participación singular en la Resurrección
de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos”
(Catecismo 966). En esta participación María se ha adelantado a todos los
cristianos. Es la garantía de que también nosotros, pobres seres humanos,
venceremos con Cristo al mal, al pecado y a la muerte. El cielo es nuestra
morada definitiva. María nos indica la meta de nuestra peregrinación terrena:
quien vive y muere amando a Dios y al prójimo, con Cristo y como Cristo, será
glorificado a imagen del Resucitado.
María, una de nuestra
raza, asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo, garantiza nuestra plena
glorificación, nuestra unión definitiva con Dios, que es amor eterno. Este amor
es el «cielo». La autocomunicación de Dios comienza
ya en esta vida, si vivimos en gracia de Dios, unidos a Él de forma efectiva.
La gracia es la gloria en este tiempo de peregrinación. Y la gloria es la
gracia en la plenitud del cielo. Esta glorificación es el destino de los que
Cristo ha hecho hermanos suyos, teniendo en común con nosotros la carne y la
sangre. Y la primera de todos es María.
La glorificación de
María no pone distancia entre ella y nosotros. María sigue siendo nuestra
Madre. Ella conoce todo lo que nos acaece en este valle de lágrimas y nos ayuda
y sostiene en las pruebas de la vida. “Ella es consuelo y esperanza de tu
pueblo, todavía peregrino en la tierra”, cantamos hoy en el prefacio.
Todos estamos
destinados a morir. María ahora es la prueba de que la muerte no es el final,
sino un paso de vida a vida. Unidos a Cristo, participamos de la inmortalidad
del Hijo eterno de Dios. María ha sido ya glorificada. Se nos ha anticipado.
María es esperanza nuestra: Su destino glorioso es nuestro último y definitivo
destino.
MARIANO ESTEBAN CARO